La Jornada Semanal, 4 de julio de 1999
El siglo XX se piensa nuevo pero, en realidad, lleva a cabo todas las fantasías del XIX. Con ello pierde, una a una, las metáforas a favor de la literalidad. La acción es la única forma legítima de pensar y la experimentación está siempre autojustificada por las leyes del progreso. Así, en los últimos años del siglo XIX, se extendió la memoria cultural contra la muerte y la desaparición (invención del cine, la fotografía y el fonógrafo); se posibilitaron las jornadas laborales de 24 horas, el insomnio creativo y las artes de la noche con la bombilla eléctrica; se aumentó la sensación de la amenaza y la idea de la muerte súbita creó a un asesino cuyo crimen dependía de uno solo de sus dedos, con la creación de las pistolas automáticas; se exploró a un Otro esquelético dentro de uno mismo con el descubrimiento de los Rayos X. Es decir, el mundo se extendía en tiempo, a la vez que la existencia corporal se hacía más precaria, azarosa, momentánea. La voz grabada, el cine, el teléfono, al igual que las guerras colonialistas, nos acercaban a ese otro espacio del experimento cultural: ¿quién estaba al otro lado? Un alguien distinto, no del todo verificable, existiendo dentro de una realidad intangible. Lo cercano nunca antes estuvo tan lejos de lo táctil: nunca antes la idea del otro fue tan ajena al calor: los nuevos inventos que expandían el mundo se usaron para impedir el intercambio de los cuerpos en volumen, de las temperaturas de la piel.
En 1903 se realiza uno de los vuelos experimentales de Orville y Wilbur Wright. Ya desde ese momento, distintas autoridades militares de Europa y Estados Unidos los vigilan. A nivel cultural, las pruebas de los hermanos Wright continúan la experiencia de la mirada desde las alturas. Desde la construcción de rascacielos hasta el vuelo en avión, las poblaciones son devueltas a su carácter meramente cartográfico, donde todo -los seres, las casas, las fogatas- es un punto entre coordenadas: el mundo que se vive desde las alturas es un patrón de líneas y colores, no algo con perspectiva y profundidad, propio de la mirada a nivel del suelo.
La tecnología de las alturas trae consigo el fin de la mirada con profundidad: Giotto será sustituido por Picasso y la modernidad se despliega como una forma nueva del arcaísmo simultáneo. El cambio del cerca-lejos implicó una idea del mundo como repartible: un mapa abstracto de líneas, puntos, flujos, donde lo que está en juego no es tanto lo que se ve, sino cómo se mira. Se introduce la duda en la mirada sobre la existencia misma de lo que hay allá abajo. Es esa sensación abstracta la que experimentará el piloto de un bombardero sobrevolando la ciudad.
En 1902, el historiador John Atkinson Hobson publica sus hipótesis sobre el nuevo mundo desde las alturas en El imperialismo. Un estudio. En él avanza una teoría que, quince años después, Lenin reinterpretaría como una inevitabilidad del capitalismo: el arreglo entre capital y violencia se debe al surgimiento de monopolios en busca de mercados por todo el mundo no occidental. Otra vez, en su fondo mismo, la modernidad encontraba su propio arcaísmo: la conquista militar.
Sin embargo, el mundo colonial -que permite la circulación de mercancías mientras confina a las personas- expresa toda su racionalidad organizadora en cuanto desembarca: en Filipinas, Cuba, India y China, al escaparate de objetos nuevos, limpios y brillantes en venta le acompaña siempre el confinamiento ``higiénico'' de las poblaciones. La racionalidad del mercado global es el miedo al contagio: el mayor William C. Gorgas organiza cuarentenas para controlar las epidemias de fiebre amarilla en La Habana, Cuba, en Colón y Ancón, Panamá y, luego, su labor se repite en Filipinas contra la malaria, hasta que se convierte en el régimen de existencia de toda población colonizada. Gorgas usará el espacio cartográfico para controlar tanto al mosquito Aedes aegypti como a los cuerpos que succiona. El mosquito sobrevuela el pantano hasta llegar a la vena del que trabaja en la construcción del canal interoceánico: separar al pantano del Canal se convierte en una obra de reubicación de cuerpos, vistos desde las alturas. En realidad, lo que harán Gorgas y, un año más tarde, los Hermanos Wright, será ponerse en el lugar del mosquito.