La Jornada Semanal, 4 de julio de 1999
El día era claro, en la página corría
un desvelo, el recuerdo de un
vino,
labios mojados por la lluvia y un camino
iluminado por la
luna. El día
entero: amanecer, mediodía, tarde,
alta noche y
luego la calle, de nuevo
los pasos en la madrugada
después en la
plaza
la banda que es el sonido de un pueblo
que acude a
escuchar lo que pasa
en este tiempo, en esta música,
este lugar,
este cuaderno.
Días que pasan
Minuciosos tejedores de la luz que incuba ya su sombra
Uno a uno el infinito cercado de una vida
Días cuya ceniza
Esos días que son
Al soplo en que se apoya el viento
A veces cortos y otras largos
anchos o finos que
ceden o se arraigan
a los blancos abanicos del recuerdo y del
olvido
y ebanistas
de la sombra misma
en las vetas de un rostro con nombre y
domicilio
o pan o cielo
ahonda y fecunda sin embargo el
horizonte
de otros días que antes o después serán y han sido
el incesante día primigenio en que palpita
el
acendrado corazón que encarna al corazón
al árbol a la uva a la
ballena
A la sombra azul en que forja la
montaña sus alturas