Psicología de lo borroso
Juan Soto Ramírez
Tradicionalmente se ha pensado que la psicología maneja conceptos precisos, cuando en realidad sucede todo lo contrario. La psicología, al igual que muchas otras disciplinas, es una ciencia de lo fragmentario en tanto que sus hallazgos sólo van configurando pedazos de verdad que duran sólo por un tiempo y luego se desvanecen.
La cantidad de presupuestos que hay en ella es innumerable, pero eso sucede en muchos otros sistemas de pensamiento. Sin embargo, son dos los presupuestos que guían la construcción del conocimiento psicológico: uno, el que sostiene que todo comportamiento se puede pre- decir o inferir a partir de un conjunto de premisas; y dos, aquel que sostiene que todo comportamiento es susceptible de ser interpretado, es decir, que todo comportamiento lleva dentro, por así decirlo, un mensaje oculto. No obstante, ninguno de es- tos dos es verdadero al ciento por ciento.
Esa noción de secuencia que encontramos dentro del primer presupuesto admite sólo cadenas lógicas de desenvolvimiento: A implica sólo B, y jamás se profundiza sobre la multiplicidad de posibilidades que puede implicar A. Esto porque los escenarios disponibles de experiencia en torno de A sólo desembocan en B y nunca en medianamente B o medianamente C.
La psicología, al pensar en escenarios predefinidos, hace a un lado los alternativos que puede implicar A. Pensando linealmente, se puede afirmar que se llora de alegría o de tristeza, pero no de las dos cosas al mismo tiempo (lo cual es posible en la realidad).
Se puede llorar sin estar triste o alegre al ciento por ciento porque existen sentimientos enrarecidos como la nostalgia o la melancolía. Se puede amar y odiar al mismo tiempo porque existen los celos. Se puede reír de alegría, nervios, simpatía, burla, etcétera, sin que esto quiera decir que B se encuentre determinado por un solo A o que A desemboque en un solo B, pero a la psicología, desafortunadamente, le gusta conducirse de esa manera: esperando que cada comportamiento pueda predecirse o inferirse a partir de un sistema lógico de premisas.
El conocimiento psicológico se ha construido sobre una base en la que lo imprevisible no existe y se le ahuyenta con unidades de medida tendentes a ganar precisión. Y, en efecto, se gana precisión en términos estadísticos, pero no en el plano de lo real. Un comportamiento siempre es imprevisible, aleatorio en sí mismo, y por tanto inmanejable situacionalmente.
Esta psicología ha excluido de su sistema de pensamiento lo desdeñable, lo infinitesimalmente pequeño como para considerarlo dentro del sistema lógico de premisas. Se ha logrado analizar situaciones breves espaciotemporalmente, pero que fuera del hábito científico que han generado no significan absolutamente nada.
Así como todo comportamiento es imprevisible, también es ininterpretable como totalidad. Del comportamiento se han analizado sólo fragmentos y no la totalidad. Algunos se han centrado en el análisis del lenguaje o en análisis del mundo de los sueños, otros en el análisis del mundo de las fantasías y así sucesivamente, pero nadie admite que la psicología es un cuento de nunca acabar. Baste poner los ojos en cualquier ínfimo detalle del comportamiento para suponer que todo lo que venga de éste es interpretable, pero eso es demasiada petulancia de quienes pretenden no sólo hacerlo, sino lograrlo.
El comportamiento no es intencional al ciento por ciento, pero el hecho de que no lo sea no quiere decir que eso que quedó en el aire diga algo de aquél. Sin embargo, existen comunidades de psicólogos ingenuos, tanto en un bando como en otro, que siguen creyendo en ese mundo de presupuestos con el que se conducen. Esto, más que favorecer una actitud científica que aliente la construcción del conocimiento psicológico, hace que la psicología se convierta en cosa de fe. Basta seleccionar la corriente o especialización de su preferencia para tragarse los dogmas que habrá de practicar.
La psicología de lo borroso comienza donde las pulcras psicologías no pueden predecir ni interpretar, donde el reino de la precisión estadística llega a su catastrófica terminación, donde las perspectivas deterministas se quiebran en el mundo de las metáforas, donde los organigramas secuenciales no dan más que risa; en fin, donde la vida cotidiana proporciona los suficientes reveses a los investigadores para hacerles ver que estaban equivocados.
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