Elba Esther Gordillo
La amenaza fantasma

El pasado jueves primero de julio tuvimos la inmejorable oportunidad de constatar el peso que la propaganda tiene sobre la conducta de quienes estamos sujetos a su influencia.

Con un despliegue impresionante, se estrenó la película Episodio I: la amenaza fantasma, que intenta recrear la que hace años se conoció como la Guerra de las galaxias del director George Lucas, considerada uno de los clásicos del género de ficción.

La vacuidad de la sociedad de hoy se refleja de manera nítida en las actitudes frente a semejante y virtual suceso, ya no digamos en las enormes colas para entrar a una de las muchísimas salas en que se estrenó, sino en que se hicieran excursiones y se faltara al trabajo colectivamente para tener semejante ``privilegio'', o se esperara hasta la media noche para ser los primeros en presenciarla en el primer minuto del día de la fecha; en fin, actitudes sin sentido que sólo se explican por el nivel de enajenación que ya vivimos.

Es un hecho que el modelo de civilización, sustentado en el paradigma del bienestar y del placer a toda costa, desde hace ya mucho tiempo entró en un proceso acelerado de deterioro, en parte porque el crecimiento demográfico rebasó todos los límites, en parte porque la sustentabilidad de dicho bienestar nunca previó sus desastrosos efectos en el ecosistema y en parte porque los beneficios no sólo se concentraron en muy pocas manos, sino porque esas pocas manos nunca se fijaron límites.

La oferta de no sufrimiento, de no necesidad, de no dolor, es cada vez menos realizable, razón por la cual hay que inventar estímulos capaces de llegar a todos ilimitadamente, quizá con la única condición de aceptar a la virtualidad como realidad.

Cuando dejamos de entendernos como parte de la cadena de la vida, y decidimos convertir a la naturaleza en nuestra sirviente, sentamos las bases de la extinción de la especie e hicimos del individualismo el único método capaz de ser congruente con esa concepción. Si pensáramos como especie, es obvio que nuestras actitudes serían muy distintas, y el deseo del individuo se supeditaría al interés de la colectividad, no sólo del hoy, sino esencialmente del mañana.

La cosmovisión que entendía al tiempo como factor de continuidad y no de ruptura; que sabía que la mayor riqueza estaba justamente en lo que no podía poseerse, es innegable que se ha trocado por su contrario: la posesión a toda costa.

Hay, sin embargo, junto con las expresiones más aberrantes de la enajenación, como es el consumo de drogas, cada vez más personas que se resisten a ser parte de la masa incoherente y buscan nuevas respuestas, capaces de proponer otro destino.

Por lo pronto, la amenaza fantasma no es tan fantasma; ahí está, dispuesta a ser esa realidad que sí es posible tener, aunque sólo mediante el dudoso privilegio de formar parte de la balanza contable de quien invierte en ficción para convertirla en ostentosa realidad.

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