ASTILLERO Ť Julio Hernández López
El triunfo de Arturo Montiel en el estado de México es un adelanto de lo que les espera a los partidos opositores al PRI en el 2000.
Por una parte, el uso sistemático, profesional, casi científico, de la tecnología mexiquense de exportación (recuérdese Costa Rica) en materia de defraudación electoral.
En este apartado deben considerarse tanto las acciones físicas directas (el mapachaje en sí) como la creación del ambiente propicio para la acción electoral priísta a partir del uso del dinero público y del reparto estratégico de obras, servicios y otros recursos gubernamentales.
Por otro lado, el aprovechamiento de las nuevas artes de la manipulación que ofrecen los espacios electrónicos, en especial los televisivos: Desinformando, confundiendo, instalando mensajes sabidamente falsos, explotando sentimientos primitivos (las ratas y los derechos humanos), es posible construir una figura política electoralmente triunfadora.
PAN y PRD lamentos comunes
Frente a ese atraco anunciado, los partidos opositores parecen poco decididos a ir más allá de lo que aconsejan los libretos tradicionales para estos casos.
El PAN no parece darse por mal servido con los triunfos municipales obtenidos y, al menos por los términos utilizados ayer por su dirigente nacional, Luis Felipe Bravo Mena, parecería que después de algunos mítines de protesta y otras medidas similares, el enojo blanquiazul quedará solamente en la declaración de que el triunfo de Montiel es ilegítimo.
El PRD, mientras tanto, tratará de conseguir ahora la mayor presencia que le sea posible, en esta etapa de protestas protocolarias, a partir de una premisa trágica: de ser el partido que le peleaba al PRI la hegemonía estatal en 1997, con importantísimos triunfos en aquella fecha, pasó ahora a un tercer lugar, bastante lejano del PAN y del PRI.
Protestar nomás para cumplir
Ambos partidos, pues, parecen plenamente dispuestos a entrar a una especie de guerra acotada.
Las previsiones hechas ayer mismo en esta columna sobre eventuales concertacesiones gubernamentales con el panismo no fueron confirmadas por el tono declarativo de los dirigentes y candidatos blanquiazules. Parecieran conformes (Ƒarreglados?) con dejar a Montiel como gobernador a cambio de algunos pataleos más. Los perredistas, por su parte, poco pueden alegar más allá de lo tradicional.
Así es que, si no cambian las cosas, tal como hoy se ven, Arturo Montiel deberá pasar algunos obstáculos más, pero, políticamente, los partidos opositores ya le han dejado que se instale como virtual ganador.
Los excesos de don Rigo
En Nayarit, todo ha terminado. Los excesos (muchos de ellos de pésimo gusto) de Rigoberto Ochoa Zaragoza abonaron muy bien el terreno para que la sociedad de aquella entidad apostara por un cambio, el que fuera, inclusive corriendo el riesgo de que resultara peor.
Ahora, Antonio Echevarría tiene por delante la difícil tarea de reconstituir el tejido político y social de un estado profundamente lastimado por los cacicazgos cetemistas y sumido en un fuerte atraso político.
Con su triunfo, el candidato de la alianza opositora demuestra que, hoy y en el futuro inmediato, las coaliciones son un camino necesario para echar del poder al PRI.
Ya se ha hablado aquí insistentemente de los peligros del abandono de los principios ideológicos en aras de los triunfos electorales, pero sin lugar a dudas, lo sucedido en Nayarit confirma que cuando los principales partidos opositores se dividen (como en el caso del estado de México) el PRI vuelve a ganar.
Con esta nueva gubernatura, el PRD tendrá mayor cuota de poder electoral, pero de ninguna manera quiere decir que el partido del sol azteca sea el ganador de las elecciones, ni que se tiene otro mandatario que promueva la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas (como sucede en Zacatecas, Tlaxcala y Baja California Sur).
Meses antes de ser postulado candidato de una alianza pluripartidista en la que destacaron el PAN y el PRD, Echevarría había advertido que sus simpatías estaban con Vicente Fox, con quien compartió años atrás el trabajar para la Coca Cola; el guanajuatense como ejecutivo de talla latinoamericana y el nayarita como distribuidor regional.
Por lo pronto, el virtual nuevo gobernador de Nayarit ha dicho que se dedicará a impulsar la idea de una alianza nacional opositora, como único recurso viable para sacar de Los Pinos al PRI en el 2000.
El democrático Madrazo
Los resultados electorales de este domingo dieron buena oportunidad a Roberto Madrazo para colocarse como el chicho de la película, figura ésta que el presidente Zedillo confesó en Montevideo que no le gusta representar.
Intimamente gozoso por el triunfo de su compañero de equipo: Arturo Montiel, al que le unen hankistas lazos, Madrazo Pintado aprovechó para decir que la derrota de Lucas Vallarta en Nayarit se debió a la falta de democracia interna.
Según el alegre alegato del tabasqueño, Montiel emergió como candidato priísta de un proceso democrático, y por ello triunfó, mientras que Vallarta fue designado candidato sin consulta interna y como decisión cupular. Por ello, concluye don Roberto, la mejor decisión posible hoy para el PRI es la elección abierta de su candidato presidencial.
Las entusiastas cuentas del gobernador tabasqueño con licencia no corresponden, por desgracia, a la realidad política: Montiel fue candidato luego de un proceso tan desaseado que motivó las críticas, inclusive, de un hombre del sistema, como es Humberto Lira Mora, cuyas palabras no habrán sido tan excesivas cuando denunció la antidemocracia con la que fue impuesto Montiel, ya que el propio sistema le ha vuelto a rehabilitar como subsecretario de Gobernación.
En el caso de Vallarta, fue la mejor solución posible ante la pretensión del desgobernador cetemista Ochoa Zaragoza de imponer a su favorito y de manipular totalmente cualquier intento de elección interna.
El unitario Labastida
Por su parte, el otro precandidato real, Francisco Labastida Ochoa, aprovechó el tema de las elecciones dominicales para enaltecer los valores de la unidad partidista.
No lo dijo así, pero los resultados del domingo mostrarían cómo la unidad mexiquense (el Grupo Atlacomulco como pegamento y aceite) permitió al PRI ganar, y cómo las divisiones nayaritas (con Rigo como principal personaje) motivaron la derrota del tricolor.
Y bueno, ahora sí, a preparar el 2000, con cetemistas derrotados, con hankistas triunfadores, con madracistas retadores, con labastidistas peticionarios de unidad.
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