Escribo antes de la reunión entre el CGH y la Comisión de Encuentro de la UNAM, que debió tener lugar ayer lunes. Nada ofrecía garantías aún de un arreglo positivo y eficaz para la institución. Pero acaso el afán de empezar pronto el largo periodo necesario para sólo reparar los graves daños infligidos a la universidad, a muchos nos impele a ver en esta reunión el primer indicio de una pronta reanudación de nuestro trabajo.
Aunque deben ser evitadas las falsas expectativas. Los motivos alegados sin razón por quienes crearon el conflicto, desaparecieron con los nuevos acuerdos del Consejo Universitario del 7 de junio --hace ya un mes--, y ello no obstante los paristas continuaron hasta hoy bloqueando los derechos de la comunidad universitaria a ocupar sus lugares de trabajo.
El proceder de quienes rebasaron a los perredistas y se apoderaron de la dirección del CGH, mostró a las claras una estrategia sin ningún fin educativo, por más equivocado que fuera, sino una con el propósito de crear un conflicto y alargarlo por meses, y aún años si fuera posible: se trata de una guerra de posiciones --de la que habló Antonio Gramsci, por oposición a una hoy imposible guerra de movimientos--, en versión de marginales a la institucionalidad política.
Una posibilidad, en esa perspectiva, es que el "diálogo" con la Comisión de Encuentro busque ser una vía sin fin para continuar atizando el conflicto. El cambio táctico de los paristas, en este caso, sería explicable: algo más del 80 por ciento de los alumnos pudieron cubrir a duras penas sus cursos y ser evaluados; una proporción creciente de la población expresa hoy su repudio al paro ultra y populista; pese a todo, el concurso de oposición para nuevo ingreso a las licenciaturas de la UNAM tuvo lugar: datos que exhiben un recusable paro sin apoyos. El evidente aislamiento y el sostenido encogimiento de la reducida masa de paristas, no puede ser sentido por ellos, por esos obvios motivos, sino como desprotección. La Comisión, por tanto, habrá de estar alerta para no caer en el juego de un "diálogo" fariseo.
Pero también puede ser el caso que la ultra haya entendido su actual carencia de condiciones mínimas y opte por buscar otras trincheras para su guerra de posiciones, ésa que los revolucionaristas buscan organizar cuando reconocen la impotencia propia para desatar la lucha frontal final o bien cuando preparan sus condiciones.
En este segundo caso debería prevalecer la opinión de los "moderados" y, por tanto, emerger la imperiosa necesidad de un pronto levantamiento del paro para abrir facultades e institutos: que el oxígeno nuevamente inunde aulas, laboratorios y bibliotecas; que cese ya la oscuridad y el oscurantismo; que las ideas, las razones y los argumentos vuelvan a colmar los espacios universitarios; que los libros vuelvan a hablar, que ciencias y poemas vuelvan a la danza.
Es indispensable revisar y entender el sentido de nuestra historia institucional reciente, comprender los sentimientos, problemas y expresiones de todos los actores: alumnos y académicos en primer lugar; mirar en profundidad el país --su presente y su futuro previsible--, al que sus egresados, sus maes- tros y sus investigadores deben de servir, y disponernos a procesar unos acuerdos capaces de volver a poner a la UNAM en unos carriles de estabilidad institucional para el largo plazo.
Si esto fuera así, los acuerdos entre los paristas y la Comisión de Encuentro debieran ser procesados con rapidez: dar forma instrumental a los acuerdos de la sesión del Consejo Universitario del 7 de junio, en los que el tema crucial es formalizar la apertura de espacios de diálogo para buscar el mejor acuerdo interno para la reforma de la institución.
Como era previsible, después de dos meses de embrollo "estudiantil" el pensamiento oscurantista y primario de organismos como la Coparmex ha empezado a perorar a ciegas. Su discurso monocorde no puede escapar al mas y al menos de la partida doble, único instrumento de pensamiento que conoce. La razón contable sin remedio se vuelve un indigente deplorable al intentar abarcar con el lenguaje del mercader, los procesos de la enseñanza y la investigación en las ciencias, las humanidades y las artes.