``En la guerra como en la guerra'', dice el adagio español. La guerra es eso, destrucción, arrasamiento, crueldad, muerte. ``Donde el caballo de Atila pone la planta no vuelve a nacer la hierba'', aprendimos en la secundaria para enseñarnos lo que fue la avasalladora irrupción de la barbarie. Hoy día lo confirmamos a la vista de los sucesos que, pese a ``terminar'' la guerra oficialmente, persisten en Yugoslavia con más sadismo contra el millón de refugiados albano-kosovares.
Vuelvo a recordar con miedo y espanto cómo las hordas feroces de hunos, suevos y alanos asaltaban las ciudades, saqueaban, robaba, violaban y asesinaban. Pero aquello era historia y, ¡oh! sorpresa, la historia se repite con toda su cauda de barbarie y locura. No han habido días de paz en este siglo que parecía nacido para cumplir los más altos ideales con los progresos de la ciencia compenetrada en la riqueza, impidiendo que este lazo se rompiera.
Y se rompe una y otra vez y no terminan las hostilidades en Yugoslavia y ya está lista la amenaza de beligerancia en el Medio Oriente. Desencadenada la guerra, surge la barbarie sin freno ni escrúpulos, como lo fue durante toda la historia. Se forja una confabulación de países para destruir a otro, para aniquilarlo, para empobrecerlo, acabar su industria y su comercio y esa nación cuya existencia se litiga se desborda sobre los pueblos vecinos arrasando cuanto encuentra a su paso. Repetición inelaborable de la historia que se reitera y parece que seguirá repitiéndose.
Los hombres de guerra saben que los cañones modernos y los bombardeos no tienen ojos para ver el daño ni para escuchar el dolor, ni alma para compadecerse ni conciencia para arrepentirse. El fuego es enviado para destruir, para arrasar, para imponerse sobre el otro. Al enemigo sólo hay que dejarle ojos para que lloren la guerra y se arrepientan de haberse defendido.
En nuestro fin de siglo la vida humana no tiene valor ninguno. La raza es bastante prolífica para que pueda entregar sus hijos a la muerte, sin temor, sin remordimiento. Las nuevas armas envían fuego desde el cielo y los políticos después refuerzan esa crueldad con las negociaciones como sucede en Yugoslavia.
La ciencia multiplica y multiplicará los medios para destruirnos y hoy, en el espanto, pensamos que no teníamos razón cuando de adolescentes mirábamos con pena y desprecio a la humanidad bárbara y cruel, cuya historia aprendimos en ridículos libros de texto, sin advertir que llevamos un instinto de muerte.