La Real y Pontificia Universidad de México, meritoria por algunos de sus catedráticos y autoridades -Francisco Cervantes de Salazar, Alonso de la Veracruz, Joan Negrete, Palafox y Mendoza, Carlos de Sigüenza y Góngora, entre otros-, y menguada por prácticas discriminatorias -proscribió a indios, mestizos, chinos, negros, mulatos y mujeres (Sor Juana Inés de la Cruz)-, cumplió un papel que hoy radicalmente rechazamos los universitarios. La Real y Pontificia Universidad, que perduró después de la independencia y finalmente se dispersó en múltiples seminarios y colegios religiosos, se desempeñó como órgano encargado de formar el talento, que en el marco del imperio español garantizara la colonialidad espiritual y material cultivada en Nueva España durante 300 años. Los claustros principales de esa universidad creada por Felipe II, ocupábanse en la enseñanza de la filosofía teológica en el papel de fundamento teórico de la verdad revelada por Dios a los hombres, y de la necesidad de sujetar las ciencias y la razón misma a los paradigmas de la revelación. Lo revelado, inapelable por su naturaleza divina, innegable, convertía en actos abominables las objeciones o dudas sobre lo revelado, por cuanto que tan graves incertidumbres sólo abrían las puertas de entrada al infierno. Para los más recios y conspicuos defensores de la Real y Pontificia Universidad, Satanás mismo inspiraba a los que allegándose saber científico propiciaban el oscurecimiento de la ortodoxia comunicada por gracia del Creador.
Ahora bien, lo importante de esa concepción de la universidad es su entrelazamiento subyacente con el poder político. Debía acatarse plenamente la soberanía castellana en Nueva España no sólo porque ésta era una región conquistada por los Reyes Católicos y sucesores en el trono, sino porque tal soberanía connotaba en la Ciudad del Hombre la concreción más pura del orden metafísico prevaleciente en la Ciudad de Dios; y esta interrelación entre lo celestial y lo terrenal era la materia esencial en la docencia de aquella Universidad Pontificia; su quehacer consistía en forjar a la conciencia de la población en términos que favorecieran una cultura de conservación y reproducción de la majestad hispana como poder político absoluto entre los súbditos. Es decir: la Real y Pontificia Universidad se instituyó y funcionó en todo momento como entidad al servicio de los intereses de la nobleza española y de las minorías personeras, en México, de tales intereses. El ejemplo teórico e histórico de la Real y Pontificia Universidad simboliza lo que hoy percibimos opuesto a la Universidad, por su condición totalitaria y absolutista frente a la libertad del hombre.
La otra idea de universidad tiene hondas raíces en los sentimientos de la nación manifestados en dos añejos acontecimientos prístinos y trascendentales. La dubitación planteada por Fray Servando Teresa de Mier, hacia 1794, en torno a la Virgen de Guadalupe, al retomar los fueros de la libertad del pensamiento crítico ante el dogma acunado durante el obispado de Fray Juan de Zumárraga, dubitación que por cierto costó al célebre dominico una cruel persecución en los dominios del Vaticano. El otro acontecimiento es el decreto de 19 de octubre de 1833, por el cual el presidente Valentín Gómez Farías, inspirado en las reflexiones del doctor Mora, suprimió la Pontificia Universidad, en nombre de la ciencia y de la libre investigación de la verdad. Acogiendo estos antecedentes, la Universidad de México se ha venido modelando en claustros donde la negación del dogma es consustancial a la libre cátedra y a la busca del conocimiento objetivamente válido; y en este sentido nuestra Universidad se configura en institución autónoma a cualquier influencia opresiva y extraña, incluida la gubernamental, porque para ésta la verdad oficial es siempre una verdad dogmática. En consecuencia, la Universidad de México ha sido y es opuesta al autoritarismo presidencialista y empresarial que con frecuencia ha intentado manipularla desde los viejos desplantes de López de Santa Anna. Edificada a través de los años por las mejores generaciones del país, la universidad nunca ha sido instrumento de intereses dominantes; por el contrario, surge y se desarrolla con la responsabilidad de educar al talento nacional conforme a la verdad (ciencia) y el bien (moral), y en la iluminación de la marcha de México hacia su grandeza por la sabiduría que resulta de conjugar la verdad con el bien del pueblo.
Una universidad libre, desatada de los intereses de dominio, forjadora de la inteligencia en la fragua de la verdad y del bien, y creadora de la sabiduría iluminante del camino de la sociedad hacia una convivencia generosa y feliz, es la universidad por la que siempre hemos luchado.
El encuentro de representantes del Rector y del CGH, en Minería, tendrá que hablar sobre la universidad inspirada en los ideales de los mexicanos, y por tanto, al concurrir en este proyecto unos y otros, veremos con alegría resurgir una renovada comunidad de maestros, alumnos, investigadores y trabajadores más libre y digna. Esto es lo que esperan la patria y su pueblo.