El viaje a Nayarit fue todo menos aburrido, gracias principalmente al mal tiempo durante el vuelo. Poco conocía realmente del estado, su belleza natural y la riqueza de sus tierras me dejaron sorprendido, al igual que el optimismo y el espíritu de lucha de los nayaritas. Unas cuantas horas resultaron suficientes para entender que los días del PRI y del viejo sistema corporativo creado por la CTM no sólo estaban contados, sino que no pasaban de uno. La gente estaba segura del triunfo de la Alianza para el Cambio, después de seis años de un pésimo gobierno estrechamente vinculado al PRI.
Las expectativas se cumplieron en las horas siguientes. Habíamos organizado una encuesta de salida que cubría prácticamente todo el Estado con excepción de las comunidades indígenas aisladas de la sierra. Para la una de la tarde, la información que teníamos nos indicaba ya una diferencia de 13 puntos porcentuales entre las dos fuerzas políticas, y prácticamente nada cambió durante la tarde. Al final, nuestro cómputo, difundido por las estaciones y los diarios locales, le daba a la alianza y a su candidato 54 por ciento de las preferencias electorales contra 41 por ciento para el PRI.
Alrededor de las 7 de la noche las calles de Tepic eran una fiesta completa; el entusiasmo de la población era superior a todo lo que había visto antes en ocasión de diferentes procesos electorales. Era claro que los resultados de los comicios correspon-dían a las expectativas de la gente; la satisfacción y el júbilo resultaban tan contagiosos como la música de las bandas que se oía por todas partes. A pocos les interesaba escuchar las opiniones versadas de los politólogos que desde la ciudad les regateaban el triunfo, alegando que el candidato vencedor era nuevamente un priísta convenenciero y desleal, que por ambición personal había buscado la postulación de otros partidos. La discusión resultaba irrelevante.
En el estado de México las cosas lucían distintas; el sentimiento dominante en los poblados mexiquenses no era exactamente de satisfacción, de alegría o de nada parecido, sino más bien de frustración y tristeza, ante la perspectiva de seis años más de lo mismo; el fenómeno era explicable, el triunfo del candidato del PRI había sido logrado con un poco más de 40 por ciento de los votos. El 55 por ciento de los electores había votado por otras opciones. Más aún, sólo uno de cada cinco ciudadanos le había dado su voto al PRI, los otros cuatro habían votado distinto o no habían votado por nadie. ¿Qué te- nían pues que celebrar?
En el estado de México no hicimos una encuesta de salida el 4 de julio. No había mucho caso; lo que sí ha-bíamos hecho fue realizar varios sondeos de opinión durante el mes de junio, con una cobertura amplia. Por ello sabíamos, y así lo informamos, que el PRI llevaba una ventaja notable sobre las alianzas del PAN y el PRD de alrededor de 9 ó 10 puntos porcentuales; también nos quedaba claro que las alianzas PAN-PVEM y PRD-PT estaban estacionados en una banda de entre 29 y 31 por ciento, con una fuerte competencia por el segundo lugar. Las diferencias eran muy pequeñas, el riesgo del voto útil, demasiado alto.
De las experiencias recientes en las elecciones estatales de Tlaxcala, Sinaloa, Hidalgo y Guerrero, tanto el PAN como el PRD sabían del número creciente de votantes capaces de modificar el sentido de su voto el mismo día de la elección.
Por ello, tanto el PAN como el PRD buscaron la forma de integrar una estrategia de campaña que les permitiera el voto liviano de sus oponentes, y para ello la estrategia era aparentar cada uno que sus posibilidades de derrotar al PRI eran muy altas. Con más recursos y un buen manejo de medios, el PAN le ganó la batalla del segundo lugar al PRD, que vio caer su puntuación unos 8 puntos porcentuales en tan sólo una semana, la última.
Al final, a diferencia de Nayarit, el PAN, el PRD, sus coligados y el pueblo mexiquense estaban y se sentían derrotados. ¿Es necesario acaso todo esto? Creo que no; con una alianza entre los 4 partidos, hoy las cosas serían totalmente distintas; el pue-blo mexiquense estaría de fiesta, los cuatro partidos aliados poniéndose de acuerdo para conformar el nuevo gobierno y el PRI haciendo maletas para su salida. No quiero trivializar las dificultades ideológicas y pragmáticas que el proyecto representa, sin embargo estoy seguro de que vale la pena discutirlas, especialmente considerando la próxima contienda electoral del 2000.