Lo que antes sucedía sobre todo en Estados Unidos --la elección de mandatarios y representantes por sólo una leve mayoría de la minoría del electorado-- se registra hoy, con algunas excepciones, como Sudáfrica, que acaba de salir de la lucha contra el apartheid, en todos los países y continentes, incluidos aquéllos donde tradicionalmente era muy alta la afluencia a las urnas. Es obvio que se vota más en las elecciones donde la gente siente que puede modificar algo (como en las municipales) y menos en aquéllas por las que no siente ningún interés o en las que cree que su voto no contará porque "todos son iguales" o "todo está ya cocinado". Pero el problema va más allá de las motivaciones puntuales porque, al fin y al cabo, si hace unos años en Europa era masiva la participación en las elecciones para el Parlamento Europeo y hoy, en cambio, ya no lo es , es evidente que en el abstencionismo hay algo de fondo.
En efecto, la mundialización ha vaciado a los organismos gubernamentales y representativos de muchas funciones y de credibilidad y, puesto que la población siente que las cuestiones serias se deciden fuera de ellos, en los centros empresariales nacionales o en los grandes centros financieros internacionales, los electores no creen en la fuerza de su voto. Por otra parte, los métodos de la política son cada vez más los del mundo del espectáculo (con su escenografía, la búsqueda de la imagen para el partido y el candidato, la sustitución de las ideas por los slogans y de la organización por encuestas y mercadotecnia, etc) y eso convierte a los seguidores de los partidos en mero club de fans, en espectadores, y no en militantes y protagonistas críticos del cambio político. Además, la búsqueda de la mayoría electoral, y no de la construcción de un apoyo político y social, con un electoralismo ramplón que resulta de la aceptación de la idea de que el sistema es eterno y del abandono de una alternativa a éste para intentar sólo la alternancia, lleva a todos los partidos a concentrarse en el centro. Los de extrema derecha se ponen así taparrabos y los de izquierda moderada corren detrás de los electores más a la derecha y se hacen centristas ("centristas radicales", como dice Giddens). Pero el agua sucia gris, ya se sabe, no inspira mucho ni provoca entusiasmos. Por si esto fuera poco, los partidos, que siempre formaron parte esencial del Estado, se institucionalizan y burocratizan como nunca y pierden, en la relación estatal, su papel de mediadores y de grupos de presión, al mismo tiempo que el propio Estado se identifica con el gran capital y deja de hacer política de mediación con un electorado del cual no depende (y al cual trata de imponerse con diversos matices del fraude o de la represión). Hay, pues, detrás del abstencionismo, una modificación del carácter del Estado (como relación social internalizada por los ciudadanos), una mayor dependencia del aparato del Estado por parte de los partidos que aquél paga, sostiene y condiciona, un cambio importante en la visión de sí mismos de los electores y en la base social, hoy cada vez más disgregada, de los partidos "clasistas" de derecha o de izquierda. Hay también un fuerte efecto de la mundialización y de la ruptura de socialidad para fomentar el individualismo y el hedonismo ("Ƒen qué me conviene votar?"). Esta "americanización" de la vida política es mundial.
Pero el problema central al respecto proviene del hecho, no de que no haya alternativa al capitalismo, como dicen los adoradores de éste, sino de que los que se dicen opositores sociales no buscan esa alternativa, dejando así desarmados y sin ideas-fuerza a los electores (que viven todos los días tratando de enfrentar los efectos de la mundialización, organizando su resistencia, pensando en cómo sobrevivir). O sea, que los "dirigentes" e "intelectuales" de los partidos están social y políticamente a la derecha de sus electores posibles y de espaldas a las necesidades del país y ni piensan en formular propuestas de solución a los problemas urgentes del mismo ni en programar la lucha por un futuro: sólo piensan en mantener sus cargos y arrancar votos, a como dé lugar.
La abstención, entonces, no obedece al atraso de los electores sino al de los dirigentes. Y éstos se pueden cambiar o dejar de lado como intentan hacer todos los movimientos sociales, en todos los países, que no prescinden de los partidos pero no se identifican con ellos.