El realizador Claude Miller es una figura desconcertante en el cine francés actual. Difícil de clasificar, partidario de una factura clásica y al mismo tiempo provocador en la elección y tratamiento de sus temas, este antiguo colaborador de Truffaut y Godard, de quienes fue asistente, no es propiamente un prematuro veterano, como Bertrand Tavernier, por ejemplo, ni tampoco un cineasta interesado en sacudir o subvertir la narración cinematográfica. Miller es, a su manera, un observador del comportamiento humano en sus manifestaciones extremas, y esto le ha llevado a diseccionar temas como la inclinación homosexual (La mejor manera de caminar, 1975 ųsu mayor aciertoų), el delito como revuelta y afirmación adolescentes (La pequeña ladrona, 1988), o el crimen y la pedofilia como detonadores de paranoias colectivas (La clase de nieve ųLa classe de neige, 1998ų). En cada una de estas cintas ha sido evidente la intención de explorar la complejidad psicológica de sus personajes, desde el estudio de la fascinación que un hombre delicado ejerce sobre su amigo viril y agresivo en La mejor manera de caminar, con una interesante inversión final de los roles y la reflexión que los dos personajes hacen, muchos años más tarde, de su primera relación de sometimiento y violencia, hasta el manejo de una presencia juvenil formidable, Charlotte Gainsbourg, con la que elabora, en La rebelde (L'effrontée) y en La pequeña ladrona (La petite voleuse), una minuciosa radiografía del desencanto y escepticismo juveniles en la Francia de los años ochenta.
En La clase de nieve, Miller cambia de registro. A la observación social mencionada sucede ahora una visión más intimista y un recurso a la nota roja no del todo inesperado en el realizador de Bajo custodia (Garde a vue, 1981), estupendo thriller policiaco con Michel Serrault y Lino Ventura. El director sitúa su historia en una pequeña estación de esquí de los alpes franceses, a la que asiste un grupo mixto de adolescentes (esta instrucción/diversión deportiva de temporada es la "clase de nieve"). Luego de presentar al joven Nicolas (Clement Van Den Bergh) como un ser sobreprotegido por sus padres, y con una tendencia muy marcada a manifestar fobias y a recrear realidades paralelas de todo tipo, Miller (también guionista, a partir de un relato de Emmanuel Carrere), procede a erigir una amenaza sobre el centro vacacional: la cercanía de un criminal suelto, un violador de niños, el asesino serial que rápidamente se vuelve encarnación del mal.
ƑDicho asesino existe realmente o es sólo el producto de un miedo infantil o de la paranoia de los padres sobreprotectores? El planteamiento es interesante. Evidentemente Miller no se limita a narrar, sin mayor elaboración psicológica, un escándalo de provincia, con pedófilos sueltos ansiosos de violar y asesinar a púberes de trece años. En tal caso, saldría sobrando el elemento central de la cinta: las fantasías alucinatorias de Nicolas, o el retrato, próximo a la caricatura, de sus padres. Lo perturbador es el estudio del miedo, la demonización de la sexualidad adulta en la vertiente considerada más perversa, y al mismo tiempo, la mirada crítica a una obsesión de linchamiento moral que hasta hace muy poco se apoderó de Francia y, sobre todo de Bélgica, y por la cual maestros, educadores sexuales, o instructores de deporte, podían caer bajo la sospecha ųprimer trámite de inculpaciónų de querer seducir a menores de edad. A partir de casos aislados, y muy reales, de violación de menores, la espiral de la paranoia colectiva buscó culpables, chivos expiatorios, hasta enrarecer por un buen tiempo el clima social en estas regiones de Europa. Dicha paranoia sigue hoy latente.
La clase de nieve es una aproximación a esta realidad y a estos miedos. La radiografía social no alcanza sin embargo grandes intensidades. Miller no tiene la malicia y perversidad de Chabrol, como tampoco el humor cáustico de Todd Solondz, director de Felicidad (Happiness), por lo que el tema de la pedofilia y la obsesión pública no rebasa significativamente el registro anecdótico ni la truculencia moral como tentación del género policiaco. Con todo, Miller hace apuntes interesantes de la relación de Nicolás con un compañero rebelde, de origen árabe, y presenta un desenlace que sacude levemente las certidumbres del orden social y familiarista. Ratifica también, una vez más, el talento del director para conducir una trama de suspenso y recrear atmósferas perturbadoras en ese escenario ideal para el crimen que es la nieve (ocultamiento/ revelación de indicios de culpabilidad, acentuación de lo irreal y lo siniestro), como en otras cintas clave, El plan, de Sam Raimi, o Fargo, de los hermanos Coen.
Esta reciente producción francesa forma parte del cuarto Festival Cinematográfico de Verano que actualmente ofrece la Filmoteca de la UNAM. Once películas, en su mayoría europeas, presentadas de forma alternada y durante tres meses, en un número equivalente de salas capitalinas. Aquí se reseñará una selección de ese programa.
La clase de nieve se exhibe esta semana en la sala 1 de la Cineteca Nacional.