* Herencia de familia *

 

* César Güemes *

tigres-7 1. Son tigres, pero no son tres sino seis y su proyecto nada tiene que ver con la tristeza. Sus personajes, por lo usual seres dedicados a diversas actividades muy al margen de la ley, resultan antihéroes redimidos por lo único que les resta: la dignidad personal y acaso de reducido grupo. No de otra forma puede leerse el cierre de ''Por ser sinaloense'', tema incluido en su más reciente producción, Herencia de familia: ''Ni modo, soy traficante./ Sé que me busca el gobierno./ Ya me cansé de ser pobre/ y andar deseando lo ajeno./ Más vale un rato de gloria/ y no una vida de infierno". El destino en un octosílabo que dura, acaso, lo mismo que el reconocimiento social. Una gloria oscura, subterránea, incompatible y frágil bien vale desde esta perspectiva una misa y el consecuente e instantáneo corrido.

2. De forma muy significativa, y este punto es preciso abordarlo, su éxito mercantil no se basa en la mercadotecnia sino en la empatía con los escuchas quienes, ya que de hechos narrativos se trata, se convierten en lectores, vamos a decir de oído. El fenómeno de los millones de discos vendidos, la participación en películas, los premios, los viajes incontables, las presentaciones que no cesan y las multitudes de seguidores que acuden a los conciertos, tiene por lo menos una explicación: Los Tigres del Norte son una leyenda formada a partir de crear leyendas, por un peculiar y retroactivo proceso. Esto es, si una anécdota, por mínima que sea, pasa por el filtro del grupo, entra al terreno de la canonización laica por una parte y, por otra, coopera a que el portador de la misma acreciente la suya.

3. Desde luego cuentan con un estilo, repetible por identificable, que nació con la texana Camelia y una cierta banda a bordo de un carro rojo. Sin proponérselo, encontraron el justo medio entre las descarnadas y vitalistas crónicas del desaparecido Chalino Sánchez (ay, Chalino, donde quiera que estés) y la bronca dulzura del solitario Puma de Sinaloa. A la armonía vocal, al empleo si no virtuoso sí digno de la instrumentación, es imprescindible añadir los nombres de sus compositores de cabecera, ellos sí tres: Teodoro Bello, Jessie Armenta y Francisco Quintero. Otra vez la casualidad y la causalidad lingüística: si se tiene nombre de corrido, lo mejor es dedicarse a procrear uno después de otro.

4. Dos elementos más son insoslayables para dilucidar la omnipresencia del grupo que no reconoce estrato social, profesión ni credo. El primero es quizá su único flanco débil, pero encierra un misterio: la reiteración rítmica es su paradójica fuente de la, hasta ahora, eterna juventud musical que viven. Un mínimo ejercicio de imaginación basta para intercambiar la letra de una pieza cantada por ellos hace 15 años con alguna de reciente factura. El resultado es esperable, todo cuadra, todo encaja, todo estaba previsto desde el principio. De esta forma, lo que parecería ser autoimitación, se convierte en ventaja. Si auditivamente tienen ya un espacio fijo y cautivo en quien los sigue, el trabajo y la única responsabilidad que resta es ir abonando con frecuencia ese espacio con la actualización de hechos y personajes de los cuales el país provee de manera generosa. El segundo de los elementos es notorio, también, por vía de la contradicción: la ausencia de nombres y apellidos, de lugares y fechas precisas, en vez de diluir el mensaje, lo universaliza. Las hazañas, los lances, las escaramuzas y los enfrentamientos resultan más verosímiles entre más se consiga esconder bajo un alias la identidad del personaje. Eso es maña, pero también es magia.

5. Si en las presentaciones o en los discos que graban se hubiesen dedicado sólo al corrido, otro e incierto hubiera sido su camino. La balada norteña y el bolero ranchero funcionan como contrapuntos naturales de su repertorio. Provocan al mismo tiempo el relajamiento luego de la exaltación de una historia hiperviolenta y despiertan el interés por la próxima. En este sentido, Herencia de familia mantiene el corte. Veinte son los temas: La liebre, Prisión de amor, No quiero tu lástima, Vamos a Las Vegas, Por ser sinaloense, Con la soga al cuello, Lágrimas, El no te dio nada, El cura, El triunfo, Mi promesa, Ando amanecido, La resortera, Adiós amigo, Libro de recuerdos, Tú con él yo con ella, El Sieteleguas, Perdiendo el tiempo, Allá en el rancho grande y La Valentina. O sea, balas de alta velocidad, rompimientos emotivos, despecho, cierta dosis de autoinmolación y tres homenajes que merecen sitio aparte.

6. Vamos a ver: ƑLos Tigres, villistas?, Ƒseguidores del cine mexicano en una de sus mejores épocas?, Ƒadmiradores de ese prodigio natural, estatua derretida, que es Elsa Aguirre? Quizá sólo es homenaje, por el puro gusto y el puro lujo que pueden darse al interpretar corridos a la vieja usanza que provocaron, igual que hoy provocan lo más novedoso que cantan, una especie de nostalgia automática.

7. La dinastía de Los Tigres del Norte comienza con ellos y con ellos ha de terminar. Por lo pronto y desde hace ya tres décadas, cuentan con un público que crece exponencialmente y se ha renovado ya al menos en dos generaciones. También, para su suerte, tienen detractores. Resulta que sus corridos hablan de algo de lo mucho que sucede en el país. Sin embargo, eso que en ellos parece hipérbole y apología de la vida rápida e ilegal, a la luz de los acontecimientos noticiosos de conocimiento público, es apenas un tenue reflejo.

8. Ellos sí tienen nombre y apellido: Jorge, Hernán, Eduardo y Luis Hernández; Oscar Lara y Lupe Olivo. De Rosa Morada, Sinaloa, a la ciudad y al mundo, si a hipérboles vamos.