La Jornada Semanal, 11 de julio de 1999
Inesperadamente, los temas relacionados con la crisis de 1929 vuelven a aparecer en el pensamiento económico de este fin de siglo. En su reciente libro La crisis del capitalismo global, George Soros afirma: ``En mi intervención ante el Congreso de los Estados Unidos el 15 de septiembre de 1998 [...], entre otras cosas, dije lo siguiente: `El sistema capitalista global que ha sido responsable de la extraordinaria prosperidad de este país, se está viniendo abajo en la última década. El actual declive del mercado bursátil en Estados Unidos es sólo un síntoma, y un síntoma tardío además, de los problemas más profundos que aquejan a la economía mundial. Algunos mercados bursátiles asiáticos han sufrido desplomes más graves que la crisis de Wall Street de 1929 y por añadidura sus monedas han caído a una fracción de su valor cuando estaban vinculadas al dólar. En Asia, el desplome financiero ha sido seguido de un desplome económico. En Indonesia, por ejemplo, la mayoría de los avances en el nivel de vida acumulados en los treinta años del régimen de Suharto han desaparecido... Rusia experimenta actualmente una crisis financiera total. Es un espectáculo espeluznante que tendrá consecuencias humanas y políticas incalculables. El contagio también se ha propagado a América Latina.'''
En un artículo titulado ``The return of Depression Economics'' (el regreso de las depresiones económicas), publicado en el Foreign Affairs de febrero del presente año, Paul Krugman es todavía más específico:
¿O puede realmente serlo? Hace sólo dos años, yo y la mayoría de mis colegas estábamos muy confiados de que aun cuando el mundo seguiría sufriendo dificultades económicas, los problemas no tendrían mucha semejanza a los de los años treinta, porque los economistas y los políticos han aprendido las lecciones de esa década y no volverían a aplicar en forma perversa políticas monetarias y fiscales de austeridad frente a una recesión. Es verdad que México sufrió una severa depresión en 1995 y que la economía del Japón está estancada desde 1991, pero estos parecen ser casos especiales, fácilmente explicables por políticas particularmente equivocadas...
Pero en todo caso no debemos ignorar la lección de los sucesos aterradores, económicos y financieros, de los últimosÊdos años: la crisis económica en Asia, su extensión a América Latina, la prolongada depresión en el Japón. La verdad es que la economía mundial plantea más peligros de los que habíamos imaginado... Más específicamente, el problema de la demanda agregada -lograr que la gente gaste lo suficiente para emplear la capacidad productiva de la economía- no es, como lo pensamos siempre, un problema con una solución simple... Hay, en resumen, un olor muy definido de los años treinta en el aire.
Por su parte Harry Shutt, investigador en temas económicos del equipo de inteligencia de The Economist, sostiene en Una investigación de las causas del fracaso de la economía global, libro publicado hace tres meses, que en los años noventa los fondos de inversión han crecido enormemente, mientras que las oportunidades de inversión aumentan cada vez más despacio. Según números de la OCDE, la suma de los valores en manos de las instituciones financieras de los Estados miembros se han incrementado en no menos de $9,800 billones entre 1990 y 1995, es decir 75%. En esas condiciones, la búsqueda de buenas oportunidades de inversión se vuelve angustiosa. La imagen es aún más preocupante si se toma en cuenta la necesidad de mantener tasas de ganancia adecuadas para los capitales ya invertidos. Es evidente que mientras la demanda real de capital tienda a reducirse y las tasas de ganancia esperadas por los inversionistas debido a las experiencias especulativas se mantengan muy altas, la situación no tiene solución.
El resultado ha sido una búsqueda desenfrenada de nuevos espacios para la inversión. Según Shutt, el impulso político que está detrás de la liberalización y desregulación de las finanzas no se debe a un repentino regreso a los valores de la libre competencia, sino a la necesidad cada vez más desesperada de crear nuevas oportunidades de inversión. Una de ellas es la deuda pública de los países desarrollados, que no ha dejado de crecer constantemente. Otra son las privatizaciones, sobre todo de las grandes empresas estatales de servicios básicos como la electricidad, las infraestructuras e incluso los servicios de salud y retiro. Así, el capital privado se ha introducido en campos reservados hasta hace poco al capital público. Las campañas publicitarias que se proponen presentar esas iniciativas como medios para liberar a los derechohabientes del mantenimiento de empresas deficitarias o facilitar su modernización, no suelen corresponder a la realidad. Lo mismo sucede con los ``mercados emergentes'' que cíclicamente inventan los corredores de bolsa, pese a que la economía de la gran mayoría de los países del Tercer Mundo conoce problemas muy graves hace ya dos décadas.
A esa misma hambre de oportunidades de inversión se debe el asalto contra los sectores cooperativos o, como en nuestro país, contra los sectores sociales de la economía, y la ola de fusiones traumáticas. Shutt concluye:
Paul Krugman, uno de los más prestigiados economistas de los Estados Unidos, sostiene que la inestabilidad actual responde al hecho de que el mundo se ha vuelto vulnerable no porque las políticas económicas no han sido reformadas, sino por lo contrario, porque lo han sido. Respondiendo a los problemas económicos muy reales del mundo que surgió después de la Gran Depresión y la guerra, se volvió a un régimen con todas las virtudes del capitalismo de libre mercado que predominaba antes de la Gran Depresión. Sin embargo, al resucitar las virtudes del viejo capitalismo, también se volvió a algunos de sus vicios, sobre todo a una vulnerabilidad tanto a la inestabilidad como a las depresiones económicas sostenidas. ``En resumen, la razón por la cual se ha vuelto al pensamiento económico de la Gran Depresión no es porque los gobiernos no han hecho lo que era correcto, sino porque lo hicieron. En verdad, toda buena obra lleva su propio castigo.''