La Jornada lunes 12 de julio de 1999

Héctor Aguilar Camín
El antiguo régimen y la transición

Con ese título Jesús Silva Herzog Márquez ha escrito un libro para ser subrayado, un libro para leer y releer. Se va por sus página como hipnotizado por la felicidad expresiva y por el nivel de la conversación del autor con otros autores, Juan Linz o Giovanni Sartori, Baruch Spinoza o Max Weber, Maquiavelo, Bodino, Renan y el jefe reconocido de estas páginas, Alexis de Tocqueville. Podría tomarse este libro como uno más de los muchos sobre la transición política, pero El antiguo régimen y la transición en México es único en esa parvada: un libro novedoso sobre un tema manoseado.

Su novedad radica en su lenguaje, felizmente inclinado al aforismo, y en su equilibrio: no hay toma de partido ni simpatía política que nuble los ojos del escritor. Es novedoso también por sus énfasis constructores, infrecuentes en un mundo de análisis político en el que lo normal es golpear y demoler. Pero su novedad mayor es, paradójicamente, su tema. De manera provocativa puede decirse que Jesús Silva Herzog Márquez ha escrito el primer libro sobre la transición mexicana: un libro en el que ``la transición'' por primera vez no es un lugar de paso o una expresión sin cuerpo, sino una forma política distinguible, a la mitad del puente entre el antiguo régimen autoritario y el nuevo régimen de la gobernabilidad democrática.

Silva Herzog Márquez habla del régimen que efectivamente está entre nosotros, un régimen bautizado por él como transitocracia y cuyo rasgo político distintivo es la improductividad. En ese régimen sui generis los actores políticos parecen tener capacidad de bloquear a los otros, pero no de construir con los otros. La ética política del régimen de la transición es la discordia, su sonido es la bulla, su condición la sordera.

La sorpresa y el desacuerdo fundamental que la realidad política produce en el autor de este libro pueden resumirse en una expresión: México vive una democracia sin demócratas, un régimen pluralista de competencia efectiva que no sabe llegar a acuerdos ni negociar su futuro. Los políticos que protagonizan esa nueva condición de la vida pública no miran hacia delante, sino hacia atrás; no quieren todavía construir el futuro, parecen empeñados en seguir demoliendo y cobrándole facturas al pasado. Son por su mayor parte, en la oposición, políticos de la ruptura, y en el gobierno, de la resistencia y la restauración. Pero ni en uno ni en otro bando hay los políticos que necesita la democracia mexicana: políticos capaces de la esencia de su oficio, que es pactar, negociar, incluir, tender puentes y echar cimientos comunes.

Una convicción central de este libro es que lo que sirvió para desatar la transición no sirve para concluirla. Lo que sirvió para demoler el viejo régimen no sirve para construir el nuevo. De la incapacidad de pactar y tender puentes entre las fuerzas políticas no surge la pureza democrática, sino el pluralismo improductivo: una democracia paralítica que no ofrece seguridades ni gobernabilidad. Ofrece sólo discordia y empates catastróficos. De la discordia y los empates del pluralismo no saldrá la democracia plena y funcional que buscamos, sino una nueva tentación autoritaria, populista o caudillesca.

He ahí un nuevo tema central de nuestra reflexión pública: no sólo las miserias del antiguo régimen y el PRI, también las limitaciones preocupantes del nuevo anfibio que ha sucedido al antiguo ornitorrinco de la excepción política mexicana. Esta es la última novedad del libro de Silva Herzog Márquez: no tiene los ojos puestos en el pasado, sino en el presente y en el futuro. En ese sentido, es un libro inaugural, es el primer libro de la transición mexicana como un momento político a superar, el primer mapa crítico del lugar donde efectivamente estamos y el primer intento de trazar un camino práctico hacia adelante para salir del nuevo atolladero.

Alexis de Tocqueville, cuyo espíritu preside este libro, decía que en tiempo de turbulencia y cambio hay que mirar a los soñadores y a los locos, porque en ellos puede leerse mejor la verdad de la época, su verdadero sentimiento de ruptura. En las postrimerías de cambios que arrasan viejos órdenes políticos hay que mirar en cambio a los ingenieros, a las mentes inventivas y prácticas que quieren edificar antes que demoler, y que se preguntan lo que puede construirse sobre el espacio que dejaron en ruinas los picapedreros. Yo creo ver en las páginas de este libro el mapa de los nuevos edificios deseables de nuestra vida pública, un espíritu crítico y constructivo, atento por igual a los hechos y a sus sueños. Por una vez, en este libro, los hechos de la transición son transparentes y los sueños parecen realizables.