La Cruz Roja Internacional en su informe anual señala que son los cambios climáticos los causantes del mayor número de refugiados en el mundo, sea por exceso o defecto de agua. Ya en 1985, Boutros Ghali afirmaba: ``Millones de habitantes del norte de Africa y Oriente Medio viven tal escasez de agua que en un futuro no muy lejano se verán obligados a buscar refugio en Europa''. El futuro ya se ha hecho presente. De acuerdo con el Banco Mundial, la penuria de agua, sobre todo en las regiones mencionadas, junto con algunas más del Asia Central, China y la parte occidental de Sudamérica (se cuentan más de 80 países) sufren el mismo problema.
La falta de líquido repercute no sólo sobre la agricultura y la salud de los habitantes, sino que produce una gravísima desertificación que está dando lugar a una nueva variante migratoria a la que Naciones Unidas denomina como ``ecomigrantes''. Se trata de pobladores que se ven absolutamente impedidos para cultivar lo mínimo indispensable debido a la sequía de los campos y deben abandonar sus lugares de origen para sobrevivir. Las cifras son alarmantes, pues se habla de desplazamientos de cerca de 10 millones de personas y lo más grave es que de continuar dichas condiciones los ``ecomigrantes'' pueden aumentar su número a 25 millones para el próximo siglo.
La desertificación es, en gran parte, consecuencia de una determinada forma de crecimiento económico cuyo origen se inició con la Revolución Industrial. Las crecientes demandas de materias primas para la producción depredaron bosques y selvas hasta que la falta de previsión, la ignorancia, la mala gestión del ser humano y la irresponsabilidad para pensar en el futuro afectó a los llamados ``pulmones del mundo'', con el consecuente daño que ahora sufre gran parte de la población mundial.
El problema del agua ha tomado dimensiones mundiales. El líquido es, cada vez más, una mercancía estratégica y económica. La escasez del agua por insuficiencia de lluvias, número de habitantes respecto a los recursos hídricos y mala gestión del ser humano produce efectos tan nocivos que, al favorecer los movimientos migratorios, suman un factor más de desestabilización social en este fin de siglo.
Nuestro país ya se ha incorporado a tan trágica situación. Los últimos acontecimientos en una parte importante de los estados del norte van en ese sentido. Estadísticas de hace muy poco tiempo señalaban que las zonas áridas y semiáridas afectan a 23 estados que representan 52 por ciento del territorio nacional --un poco más de un millón de kilómetros cuadrados-- con un total de 4 millones de habitantes que son malamente atendidos por el gobierno federal. En algunos municipios las sequías pueden durar varios años, con la consecuente desertificación y pobreza, por lo que la población se ve forzada a emigrar, ya sea al interior de la República o a Estados Unidos. Para los estudiosos de la migración es inevitable tomar en cuenta este nuevo factor que perturba las fronteras ¡por si faltaba alguno! Kamran Inam, antiguo ministro del Interior de Turquía, señalaba: ``El boicot petrolero bloquea los motores y la industria, pero parar el agua es parar la vida, una elección inhumana''.
Es urgente que todos los países hagan conciencia sobre este mal, pero sobre todo corresponde a los organismos internacionales y a los países ricos que con sus aportaciones combatan la degradación de la tierra o de lo contrario, más temprano que tarde, estos mismos países no podrán detener a los ``sedientos del mundo''.