A veces concentramos nuestra atención en algún suceso o un proceso y lo analizamos buscando la dirección que toma y los efectos que puede producir. Hay otras veces en que conviene echarse un poco hacia atrás y tratar de ver cuando menos una parte más amplia del conjunto de lo que ocurre en el país. Al hacer esto hoy, da la impresión de que estamos en un juego de perinola que en cuanto deja de girar marca la leyenda: ``todos pierden''.
La huelga de la UNAM es, sin duda, uno de los más importantes asuntos nacionales. El conflicto crece y, a medida que lo hace, es más difícil discernir a quién asiste la razón, qué tanto se quiere avanzar para llegar a un acuerdo que permita a la universidad volver a trabajar. Mal haríamos en desvalorar las demandas de los estudiantes que mantienen el paro, cuando menos son bastante concretas. Y lo son en los términos estrictos de competencia de esa institución, pero también por lo que significan para discutir de una vez por todas lo que se quiere de la educación superior pública en el país.
Mientras no sean explícitos los proyectos, si los hay, de modificar el sentido de la educación universitaria a los que parecen oponerse los huelguistas, es más difícil enfrentar el conflicto y superarlo. De existir dicho proyecto, por parte, por ejemplo, del Conacyt, debería dejar de operar de manera soterrada y confrontarlo con lo que la sociedad quiere y espera de la educación. De existir, también deberían expresarse los maestros de la UNAM, que hasta ahora están enfrascados en un pleito cada vez más rudo al que no se le ve salida.
En medio del conflicto hay grupos irresponsables, como la Coparmex, que pide abiertamente el cierre de la UNAM. Del mismo modo podríamos proponer el cierre de la Coparmex, que seguramente sería totalmente irrelevante para la vida nacional. ¿En qué aguas revueltas están pescando estos señores y a quién sirve esa provocación de quienes sí tienen acceso directo al poder? La UNAM no sólo tiene que vivir, sino que debe fortalecerse de todas las maneras posibles, eso sí sirve al país.
Por otro lado estamos como Dorothy cuando se dio cuenta que ya no estaba en Kansas. De la noche a la mañana, literalmente, Serfin pasó a ser propiedad del gobierno que con recursos públicos, los únicos que tiene, capitalizó al tercer banco más grande del país. Serfin, que quebró y al que tuvieron que ponerle 13 mil millones de pesos, de repente, a la mañana siguiente resulta ser un ejemplo de institución bancaria y el único banco totalmente capitalizado, y al que las autoridades prometen vender pronto y con ganancias. La verdad es que no se vale que la Secretaría de Hacienda y las demás entidades que deben administrar el sector bancario le vendan así al público lo que ha sido una muy costosa crisis bancaria que ni siquiera está ya por terminar. Al contrario, siguen pendientes muchas aclaraciones como las que resulten de la auditoría encargada por el Congreso al Fobaproa o la investigación de los recursos de los bancos que se pudieran haber usado para las campañas del PRI. Pero hay ya la sensación en el ambiente de que todo eso se está manipulando y que, una vez más, quedará pendiente una explicación a una sociedad demasiado agraviada.
De lado de la incredulidad, y como en un castillo ideado por Kafka, está también el asunto de la Policía Federal Preventiva. La cuestión de la seguridad ha sido puesta en un lugar principal por el gobierno, tal y como corresponde a una de las más claras demandas de la población en todo el país. Y la creación de esta policía era parte integral de la nueva estrategia de combate al crimen y la delincuencia. Sin embargo, parece que no había detrás un plan efectivo para constituir esta nueva fuerza y hacerla operativa y, sobre todo, confiable de manera inmediata y contundente. No sólo hay ahora un gran atraso en su formación, sino que su director ha sido removido y mandado a Aduanas. Y, ahora, se integran 5 mil elementos de la policía militar, la mitad de sus componentes. Pero ello, por supuesto, no significa, dicen las autoridades responsables, que se esté militarizando ese cuerpo. Todo este caso indica el alto grado de improvisación de los responsables de la política interna y es un claro caso de tareas pendientes que dejó en la Secretaría de Gobernación su antiguo titular. Otra vez, estamos frente a una situación que carece de la transparencia necesaria en los actos de gobierno, única forma de acercar de nuevo a la población con quienes ejercen esa función.
¿Cómo hacer para cargar la perinola y que marque ``todos ganan''? Ese es uno de los grandes dilemas de esta sociedad, que parece ir de un lado a otro sin una dirección que convoque y unifique en lugar de dividir.