El autor de El enigma Goya... (ver la anterior entrega) es el psiquiatra y profesor emérito Francisco Alonso-Fernández. Ahora me interesa abundar sobre el supuesto episodio depresivo de 1792. Goya asistió a sesión solemne en la Academia de San Fernando, de Madrid, el 2 de septiembre de ese año. El 14 de octubre presentó lo que hoy llamaríamos una ponencia sobre la enseñanza de la pintura. Después de esa fecha es que decide viajar a Andalucía, pero lo hace prescindiendo del trámite burocrático correspondiente. Luego posdata la fecha de su permiso y alude a una enfermedad.
En enero de 1793, su fiel amigo Zapater informa que el pintor está en Cádiz, en la residencia de don Sebastián Martínez, y que se siente bastante enfermo. Pero no tanto como para dejar la pintura totalmente. El espléndido retrato de su anfitrión, que se encuentra en el Metropolitan de Nueva York, está firmado en 1792. Es bellísimo, el personaje viste pantalón amarillo oro con botonadura, casaca de seda estriada turquesa, gorguera. Tiene una hoja de papel en la mano, de color que compensa y acentúa el de la casaca. En el papel se lee lo siguiente:
''Don Sebastián Martínez por su amigo Goya, 1792". Este, tesorero en jefe del comité financiero de Cádiz, poseía más de 300 pinturas y grabados, entre los que se encontraban varias estampas de Piranesi que fascinaron a Goya. Las estudió a fondo, si se quiere son también ''caprichosos", aunque estén referidas a cárceles y a otras construcciones fantásticas. Así se dan las cadenas en el arte.
Este tipo de vivencias son capaces de influir poderosamente en el cambio de estilo de cualquier artista y ųaunque me parece que el libro de Alonso-Fernández es, a más de bien intencionado, muy erudito y aportativoų falla en tener en cuenta dos cosas a) la vida misma de las formas artísticas, que siempre cuentan con algún antecedente, mismo que el innovador retoma o bien sabotea, según sea el caso; y, b) la depresión puede, o no, producir pintura ''depresiva". Si es sumamente severa el artista deja de trabajar y si se siente mejor el trabajo puede resultar compensatorio, pero en general la pintura ''depresiva" no es visionaria.
Seis meses permaneció Goya con don Sebastián. Cuando por fin regresó a Madrid, a la Real Fábrica de Tapices, en 1793, se manifestó incapaz de pintar allí cosa alguna, arguyendo lo de su enfermedad. Tal vez estaba harto de los cartones con temas prestablecidos que tenía que realizar. Hizo en ese tiempo otras cosas notables, como las 14 pinturas en lámina que se conocen como ''las pinturas de gabinete": El vendedor de marionetas, los grupos de personas que retozan y, cosa importante, un corral de locos excelente, pero demasiado tranquilo a mi parecer, que está en el Meadows Museum de Dallas; otras son escenas de corridas de toros sevillanas (durante un lapso visitó Sevilla). La enfermedad lo dejó sordo. No sé que las crisis de depresión severa dejen sordo a nadie, más bien puede ser que dejen muerto a quien las sufre, porque el suicidio es común en ellas.
Por letra misma de Goya, de Zapater y de Sebastián Martínez, se sabe que durante su ''grave enfermedad" (siempre se habla de un padecimiento grave) había sufrido terribles mareos. No podía ni sostenerse en pie. Si se suma esto a lo auditivo, quizá podría entenderse que algo mal andaba en el cerebelo, pues los mareos son muy comunes en el llamado Vértigo de Menière. Un sordo mareado, indefectiblemente se deprime. Goya no volvió a oír bien y según su propia confesión aprendió a leer el movimiento de los labios de sus interlocutores, o pedía que le hicieran señas, como a los sordomudos. No obstante se sobrepuso, tanto es así que el affaire con la duquesa Cayetana de Alba, la mujer más importante de España después de la insoportable reina María Luisa, tuvo lugar después. El famosísimo retrato que le hizo Goya, conocido como Sólo Goya, porque ella con su índice apunta a la arena bajo sus pies, donde está inscrita esa frase, es de 1797 y está en la Hispanic Society de Nueva York. Antes la había bosquejado varias veces, tanto a ella como a damas de su compañía. Es un retrato goyesco prototípico, tan prototípico como las terribles escenas de Los caprichos, pero con otro tema y otra intención.
En cambio el retrato de Jovellanos, realizado cuando este liberal ilustrado era ministro de Gracia y Justicia, debe mucho a las convenciones de finales del XVIII y es, con todo y eso, un cuadro espléndido. Fue realizado en 1798, año en que Goya recibió la comisión de pintar los frescos en la ermita de San Antonio de la Florida sin ''supervisión" ni de junta capitular alguna ni de la Academia. Allí Goya se desató. Tomó como pretexto un milagro de San Francisco y plantó sus 50 figuras en una balaustrada. Al verlas de nuevo, ya restauradas, en compañía de la pintora Irma Palacios hace dos años, concluimos que el milagro era el modo como Goya se las había ingeniado para hacer de una cosa ''real", algo fantástico.
El autor cree en los signos del zodiaco. Su héroe nació el 30 de marzo de 1746, es ''fruto de los albores de la primavera". Supone que eso favoreció su creatividad, pero Beethoven, por ejemplo, nació un 12 de enero.