Hace años, en el Partido Acción Nacional ser candidato a la presidencia era un honor y también un sacrificio personal; los candidatos eran escogidos con cuidado, y si bien había alguna competencia interna, ésta se ennoblecía porque la pugna daría al ganador la posibilidad de servir a sus conciudadanos; nunca privilegios, canonjías, ni mucho menos bienes materiales. Hoy, ser candidato significa, de entrada, publicidad personal y el manejo de recursos multimillonarios.
En el Partido Revolucionario Institucional, ser candidato --prácticamente no había precandidatos sino in pectore presidencial-- significaba tener asegurado el triunfo.
Entre los partidos de izquierda, antes de Cárdenas que compitió para ganar, pasaba algo similar a lo que acontecía en el PAN. La candidatura presidencial era un testimonio a favor de una causa, un esfuerzo de tiempo y recursos, más bien con carácter educativo que verdaderamente político.
Hoy, las cosas han cambiado demasiado, en buena medida por la abundancia de recursos, muchos oficiales derivados del subsidio y otros de grupos de interés, nacionales y extranjeros.
En los partidos más o menos se da una competencia que me recuerda los remates judiciales en los cuales los postores se presentan --o al menos uno de ellos-- con el ánimo francamente dispuesto a quedarse con la prenda sujeta a subasta, pero otros llegan tan sólo con la idea de vender caro su retiro; para ello, hacen mucha alharaca, ponen obstáculos, critican el procedimiento, atacan a sus contrincantes o competidores, y provocan al juez y a las partes.
Lo que sigue es que el verdadero interesado, en la media hora de espera que ordena la ley, se acerca a cada uno de los pujadores, les ofrece algo por que se retiren, y éstos, primero se hacen remolones, se fingen los muy dignos, pero acaban aceptando la propuesta y reciben su premio por dejar en paz al verdadero postor y se van calladitos, como si nada hubiera pasado.
En las precandidaturas sucede algo similar, al menos en uno de los partidos. Los ruidosos precandidatos que no ganarán, declaran todos los días, atacan lo que ayer defendieron, se dan tono, se convierten en demócratas de la noche a la mañana, y todo esto, porque estamos todavía en la media hora de espera, ya vendrá su cambio de actitud, el cobro de su cuota de retiro para que en el partido quede sólo el que, en su caso, se decidió de antemano.
Los escandalosos pronto se callarán, aceptarán su premio por el retiro y la fiesta seguirá en paz, pero sólo entre los verdaderos candidatos que, contra lo que antes sucedía, ahora ya tienen ante sí una verdadera competencia, en la que se gana o se pierde.
Poco vivirá el que no vea a los actuales "rivales" en cargos más o menos importantes o en las embajadas de París o de Roma, de Madrid o Lisboa.