Futilidad es un término de uso reciente en medicina. Fútil quiere decir frívolo, trivial, sin significado, sin consecuencias. Cuando se utiliza para alguna actividad, implica la realización de acciones cuyos resultados podrían no alcanzar las metas. Inmersos en las bonanzas de la tecnología, sin soslayar sus posibles mermas, médicos, sociedad y enfermos deberían cuestionar y confrontar, cobijados por la idea de que el ser humano es autónomo, los linderos entre esperanza y sufrimiento, entre lo que se desea y lo que es real. Autonomía incluye únicamente a la propia persona y excluye cualquier posibilidad de daño o influencia sobre otro individuo.
El continuo entre futilidad y autonomía sugiere que la sabiduría médica contemporánea, tendría que orientar su práctica al tratamiento integral del enfermo, no como porciones u órganos, sino como un todo. De hecho, ésa es una de las críticas más acendradas en la actualidad: al paciente se le atiende como fragmentos y no como persona. De ahí que las metas de la terapéutica no deberían limitarse a producir un efecto en alguna porción de la anatomía del paciente, o en la fisiología o en su estado químico, sino que debería beneficiarlo globalmente. No es posible olvidar sentimientos y alma en aras de cifras o catéteres intramoleculares.
Al ejercer la medicina, el doctor debe tener los conocimientos suficientes para saber cuando vale la pena llevar a cabo determinado tratamiento y cuando no. Hay que tener presente que prolongar dolores innecesarios es ejercer una mala medicina. Y también hay que saber que la vida tiene límites: continuar manejos sin sentido es atentar contra la dignidad y autonomía del enfermo. La visión de algunos médicos de la época clásica ilustra.
En la medicina griega (futilidad proviene del griego futilis que también significa agrietado, permeable, agujerado) la posibilidad de futilidad condujo a un cambio en las obligaciones de los doctores. El médico griego reconocía síntomas y signos que distinguían las enfermedades curables de las incurables. Las curables se atribuían al azar (tuche) aunque se consideraba que la intervención de los galenos podría modificar el curso de esas patologías. En cambio, las incurables se relacionaban con los "males absolutos" (ananke) y se decía que la participación del galeno no podía cambiar la trayectoria del mal. A diferencia de la filosofía griega, que sabía que el médico prudente no tenía la obligación de tratar patologías incurables, parte del divorcio moderno entre ciencia y humanismo subyace en la no aceptación de la muerte, y en el afán ilimitado de la ciencia médica de conquistar, sin preguntarse hasta dónde.
En la medicina contemporánea, rodeada de tecnología sofisticada y pacientes que con razón quieren ser más partícipes en las decisiones con respecto a su tratamiento, las discusiones acerca de la futilidad o no de algunas resoluciones deberían ser cimentales. De hecho, en los países del Primer Mundo, el debate en torno a la futilidad se ha intensificado entre médicos y eticistas.
El tratamiento médico fútil, esto es, la imposibilidad para alcanzar las metas de la medicina, puede entenderse de varias formas. Destacan cuatro: 1) Fracaso para prolongar vidas "dignas", libres de dolor y dependencias que suprimen la autonomía. 2) Fracaso para satisfacer los deseos de los pacientes. 3) Fracaso para lograr que los medicamentos tengan efectos fisiológicos en el cuerpo. 4) Fracaso para conseguir resultados terapéuticos en el enfermo. Es evidente que el eje central debe ser el bienestar del afectado y que el médico tiene la responsabilidad de fungir como interpretador inteligente del padecimiento y guía, o mejor aún, como cómplice de los deseos del paciente.
El marco anterior es complejo y da cuenta de la polémica en relación o no a la validez de algunos tratamientos. Es evidente que deberían existir los mecanismos para balancear las expectativas de los enfermos y familiares, contra las posibilidades, reales o ficticias de la medicina. Así, al hablar de futilidad, debe distinguirse entre un efecto que se limita a una parte del cuerpo y aquél que beneficia a la persona en forma global. El tratamiento que no logra el segundo objetivo, aun cuando alcance el primero, es fútil. Si un tratamiento preserva meramente la inconsciencia debe también ser considerado fútil.
La "filosofía de la futilidad" es clara: ni la edad, ni la pobreza, ni la raza, ni el sexo son materia "para hacer o no hacer"; tampoco tiene que ver con tratar con ímpetu o no esforzarse. La futilidad no es clasista ni racista. Comprender los límites de la ciencia y de la vida, aplicando esta filosofía, puede disminuir dolores y sufrimientos innecesarios y dignificar la vida del enfermo.