La Jornada miércoles 14 de julio de 1999

Luis Linares Zapata
Generaciones

Los estudiantes del CGH y los representantes de la rectoría (CE), sentados en la mesa de negociación, no parecen, a primera vista, distinguirse de aquellos otros que lo han hecho para fines parecidos. Pero de inmediato se tiene que rectificar el aserto. En estas reuniones hay algo distintivo que cala más allá de lo acontecido en momentos de similares conflictos. Cada agrupamiento pertenece a distintas generaciones. Pero no sólo por las edades, cuyas distancias son evidentes. Tampoco por el talante con que se acercan a la disputa, que mucho tiene de abismal, al menos por ahora. Varios indicios apuntan a situar la brecha en la misma manera de enfrentar y ver la realidad. En los instrumentos que se usan para enfocarla, para darle jerarquía, para problematizarla y para extraer de ella enseñanzas útiles. En otras palabras, por la lectura de lo vivido, por la forma y profundidad con que se han asimilado cuestiones básicas como el mando, el derecho, las oportunidades, la crisis, la legitimidad, la competencia, el éxito o la elusiva justicia con su inseparable fardo de miseria. Aunque también los separa la concepción de la universidad, de la educación y sobre todo de la democracia, sus alcances y bondades. Y junto a ello, lo que empieza aflorar como crucial: el núcleo conceptual, la dirección futura, la forma de operación de las instituciones de educación superior mexicanas. O, en lo general, el contenido del cambio social y el papel que las élites tienen en ello.

Mientras en uno de los recesos los huelguistas aflojaron el cuerpo con una intemporal aria cantada por una sonora voz de jovencita, el oficialismo (CE) repetía, una vez más, el imperioso "claudica en tu empeño e iniciaremos el diálogo", donde este último siempre aparece difuso. Atrincherado en la institucionalidad, se exige la entrega de las instalaciones incautadas para empezar a revisar el pliego de peticiones del estudiantado.

Lo que permanece es un hecho que se amplifica con los días. La huelga ha durado 84 días porque tiene un vigor que rebasa la inicial oposición al aumento de las infaustas cuotas y se sitúa como un esfuerzo por transformar a la UNAM habilitándola para una impostergable tarea: la de consolidar la normalidad democrática y paliar la iniquidad. Ciertamente un asunto digno de la lucha emprendida y que ha sido relegado cuando menos unos diez años. El movimiento del 86 ya apuntaba en esta dirección pero que, como tantas otras urgencias de los tiempos, quedaron inconclusas o de plano relegadas al olvido.

Aquí es donde las distintas generaciones se rozan pero no pueden trasladar, de una a otra, el bagaje que empuje a los herederos hacia delante. Una, el oficialismo, con la rectoría y toda su coalición de apoyo, donde caben hasta las indignadas mujeres de blanco y otros grupos afines, se muestran como abanderados de la Transición Democrática pero que no pueden, o no quieren, finiquitarla. Los huelguistas se aparecen, a veces con dispersa energía, decididos a condensar los elementos para una delineada normalidad democrática que no atisba a prefigurar su rostro claro. Buscan para ello un ámbito propicio donde se debatan los temas que la harán factible dentro de la UNAM. Pero no los dejan hacerlo. Y el punto de arranque, sobre el cual fincar la forma y los contenidos de la nueva convivencia, se retrasa enmedio de titubeos y la angustia del estira y afloja.

Todo indica que el reto es enorme y está solicitando, con urgencia, generosas aportaciones de imaginación y capacidad de acción. Sin embargo, las soberbias de los mayores se encrespan frente a las altaneras respuestas de aquellos a los que tratan como menores en edad, pero que son mucho mejores en previsión y sentido de equidad.

La campaña de desinformación y de franca guerra sucia contra los paristas no tiene otro parangón que el de la instrumentada, desde el poder, contra el movimiento del 68. No puede el presidente Zedillo dar manotazos intempestivos, pedir apego al derecho y respetar las normas institucionales cuando él las escamotea tan documentadamente en el caso de Banco Unión, por citar un ejemplo cercano.

El CGH ha dado repetidas y notables muestras de su articulación con la universidad, con el momento del país y con un horizonte que todavía aguarda, intocado, su exploración. Son, todos estos estudiantes, aun los llamados ultras, o quizá éstos todavía más, una élite de la que cualquier gran institución se enorgullecería de haber formado. No pueden, desafortunadamente, predicarse atributos parecidos al oficialismo de dentro y fuera de los recintos académicos.