La palabra Gulag es demasiado fuerte, ni modo. Son 600 mil los niños abandonados en Rusia. A nadie le sirven, nadie los quiere. Unos 200 mil de aquéllos viven en instituciones, que de hecho son cárceles, desde su nacimiento hasta su mayoría de edad. Una administración rígida y desalmada los reparte según la edad, las capacidades físicas, intelectuales y mentales, en unos centros que se parecen más al Gulag que a un hogar. En el mejor de los casos tienen que enfrentar la indiferencia de la burocracia, pero más bien les toca la violencia múltiple y sin fin, física, sicológica, sexual, la violencia institucional que puede y suele culminar con la camisola química en el manicomio.
Los que reciben un diagnóstico de retraso mental, diagnóstico abusivo en muchos casos, van a dar a orfanatorios para minusválidos que son un infierno de descuido, malnutrición y malos tratos. Los verdaderos minusválidos se amontonan en 157 internados siquiátricos llamados ``pudrideros'' y sobreviven en terribles condiciones.
Lejos de mejorar, la situación empeora. La crisis económica, la miseria de un Estado incapaz de cobrar los impuestos, castigan los orfanatos que reciben una dotación de miseria. Cada vez hay menos dinero para la comida, la ropa, la medicina, el material escolar, la calefacción, los sueldos. Olvídese de juegos, excursiones o vacaciones; en tales condiciones ¿qué pueden hacer los trabajadores para con los niños? No es de sorprenderse que tantos niños prefieran la calle con todos sus peligros, con la cárcel o la muerte al final.
Paulina Egorkina, directora del orfanatorio de Staritski, cerca de Tver, cuenta cómo el año pasado más de cien familias intentaron dejarle sus niños y cómo ella tuvo que negarse, por falta de lugares. ``Son familias normales -explica-. Quieren a sus hijos; los padres no son alcohólicos, pero no pueden más alimentar ni vestir a sus hijos. Hace años que no perciben su salario, ni las ayudas familiares tampoco. Repito que quieren a sus niños, pero no tienen otra alternativa. Para no ver a sus hijos desfallecer por hambre, prefieren confiarmelos. Saben que podemos recibir una ayuda humanitaria que ellos nunca alcanzarán''.
La sociedad rusa empieza a reaccionar, a negarse a vivir en un mundo tan duro para los más débiles. Hay gente para denunciar la crueldad de las condiciones de vida de muchos, para rechazar el fatalismo o el embrutecimiento ligado al alcohol, refugio de tantos. Se forman asociaciones, fraternidades laicas como religiosas que arman proyectos de ayuda social y humanitaria. Algunos de sus dirigentes empiezan a viajar fuera de Rusia para tomar contactos, informarse de lo que se hace en otras partes, pedir subvenciones a gobiernos, Iglesias, organizaciones. Pero ¡hay tanto que hacer, es tal la miseria de esos niños olvidados!