José Luis Manzo
Perjuicio por propia mano

Con la política petrolera aplicada desde 1983 a la fecha, el propio gobierno mexicano ha contribuido a generar la desfavorable situación del mercado petrolero internacional que tanto nos está perjudicando.

En lugar de que Pemex conservase su vocación industrial para transformar localmente el petróleo crudo y obtener de cada barril extraído productos derivados (combustibles y materias primas petroquímicos) por un valor aproximado de 600 dólares, generando de paso empleos y estimulando la planta productiva nacional, Pemex ha dedicado sus esfuerzos a exportar directamente el petróleo crudo extraído a un precio promedio que, expresado en dólares constantes de 1994, no rebasa los 16 dólares por barril desde el sexenio de Salinas de Gortari. Así, Pemex se convirtió en exportador de la materia prima a precios bajos y en importador de los productos derivados a precios caros, lo que nos ha representado un pésimo negocio.

Pero existe un agravante adicional. Las nociones más elementales de estrategia comercial, que antes se aprendían en las Academias Vázquez o el Instituto Patrulla, y ahora en cualquier escuela bancaria y comercial o mediante cursos por correspondencia, señalan que una empresa vendedora debe diversificar sus clientes y evitar que la mayor parte de sus ventas se concentre en un solo comprador, pues éste adquiriría una gran capacidad para imponer condiciones desventajosas a la empresa vendedora. En lenguaje coloquial, esto equivale a la recomendación de no poner todos los huevos en una sola canasta. Sobre esta base, José López Portillo mantuvo hasta el término de su sexenio el principio de no destinar a un solo cliente más de 50 por ciento de las exportaciones de petróleo crudo. Pero a partir de 1983 con Miguel de la Madrid, Pemex concentró crecientemente sus exportaciones de petróleo crudo en un solo país, Estados Unidos, hasta alcanzar cerca del 80 por ciento del total.

Los responsables de dirigir Pemex, muchos de los cuales realizaron estudios de comercio y administración en prestigiados centros académicos del extranjero, han argumentado que las ventas de petróleo se concentran en Estados Unidos porque es el que mejor paga. Suponiendo sin conceder que eso fuese cierto, siempre desestimaron nuestros argumentos que señalaban los peligros de vulnerabilidad comercial --por no mencionar los de seguridad nacional-- que encerraba el echarse en brazos de los clientes estadunidenses.

Podría ser que ahora paguemos consecuencias todavía mayores por este desatino, si prospera la demanda por dumping que presentaron pequeños productores estadunidenses de petróleo contra México y otros países que surten de ese energético a Estados Unidos. Independientemente de que la demanda no tiene fundamento alguno, como lo muestra claramente David Márquez Ayala (La Jornada, julio 12, 1999), el Departamento de Comercio de Estados Unidos podría aceptarla, como ya sucedió en situaciones similares con varios productos mexicanos como el atún, el acero y el aguacate. Las consecuencias serían fatales para la balanza comercial mexicana (cuyo déficit se agudizaría por la caída en los ingresos petroleros), los ingresos del gobierno federal (si caen los ingresos por exportaciones petroleras, caen los impuestos que paga Pemex) y el gasto social (que sería recortado drásticamente, como sucedió en 1998). Esto terminaría por anular el famoso blindaje financiero con el que se pretende evitar la crisis de fin de sexenio.

El gobierno de Ernesto Zedillo y los dos que le precedieron no pueden quejarse de esta situación pues, a pesar de todas las advertencias, fueron ellos quienes por su propia mano colocaron a México en esta situación tan vulnerable frente a Estados Unidos, su cliente ``casi único'' de petróleo crudo. Sería deseable que, por esta vez, actúe con gallardía y firmeza en la defensa de los intereses comerciales de nuestra industria petrolera.

[email protected]