Durante el verano de 1968, en plena contestación estudiantil, tuve la oportunidad de vivir y trabajar en Bélgica con quien 10 años antes había recibido el Premio Nobel de la Paz, y quien desgraciadamente falleció en 1969. No se trataba de un sociólogo, ni de un filósofo, ni de un moralista, sino de un hombre de acción, que recibió el galardón porque consagró su vida a las personas desplazadas de la segunda guerra mundial, aquellas que ``se quedaron esperando en la estación un tren que para ellas nunca llegó'', porque eran lisiadas, viejas y enfermas, y no era por lo mismo ``mano de obra eficaz'' para la reconstrucción. Con el corazón abierto sobre Europa, que luego se ensanchó hasta India y Pakistán, creó para ellas siete aldeas y cuatro residencias para ancianos en su país natal, contando con la solidaridad de las mujeres y hombres de buena voluntad, muchos de ellos víctimas igualmente de la guerra.
En el marco sin embargo de la guerra fría y de la coexistencia pacífica, el religioso dominico Dominique Pire, quien es nuestro personaje, reflexionó mucho desde la acción en lo que llamó el diálogo positivo o fraternal, sus objetivos, sus condiciones, sus etapas, y sus oportunidades, que junto con muchos intelectuales investigaba y difundía desde una pionera Universidad de la Paz, creada también por él en el pueblecito de Thiange-lez-Huy, para satisfacer los anhelos de justicia, equidad y paz de la juventud del mundo. Su recuerdo me ha venido frecuentemente a la memoria en estos meses en los que la mayoría de los mexicanos hemos venidos clamando por el diálogo para resolver nuestro conflicto universitario, y en el que los jóvenes repiten hasta el cansancio esta palabra venturosa, quizás sin saber lo que exactamente significa, y temiendo más bien lo que encierra su contraria, confiando siempre en una respuesta adecuada de su contraparte.
Para el amigo, entre otros, del contrito Robert Oppenheimer, el pacifista Albert Schweitzer, el filósofo Jean Lacroix, el luchador por los derechos civiles John Griffin y el ecumenista Etiénne Cornelis, el diálogo positivo, que se sitúa entre la confianza y la desconfianza ciegas, y tiene por objetivo entre otras cosas el aprender a vivir creativamente con nuestras diferencias, consiste ``en primer lugar, para cada uno de los interlocutores, en poner provisionalmente entre paréntesis lo que es, lo que piensa, para tratar de comprender y de apreciar positivamente, incluso sin estar de acuerdo, el punto de vista de otro''. Sus condiciones son un lenguaje común, por encima de los significados distintos, implícitos o prolatos, que les dan a las palabras o piensan que les dan a las palabras las dos partes dialogantes, sinceridad bilateral, lucha recíproca contra la desconfianza a priori (``ojo abierto y corazón abierto''), y generosidad y desinterés de las dos partes en presencia. ``Para practicar el verdadero diálogo fraternal --dice también el premio Nobel de la Paz 1958--, debo ciertamente renunciar a convertir al otro a mis ideas, porque ese posesivo `mis' es la prueba de que mi visión de la verdad es estrechamente dogmática. Pero no debo renunciar a proponerme como objetivo el convertirme siempre con el otro a más verdad vivida, y ello en el diálogo con él. La verdad absoluta y común queda siempre, pues, en el horizonte, como guía ideal de mis aspiraciones''. Y citando oportunamente al profesor Cornelis, dice oportunamente a propósito del diálogo entre superiores e inferiores: ``Para que haya posibilidad de diálogo auténtico, sería necesario que la persona del subordinado sea tomada en consideración por su superior. Por otra parte, del lado del inferior no debe haber ningún servilismo. Esto implica que el superior se encuentre verdaderamente comprometido en el diálogo, que éste pueda tener consecuencias que alcanzarán a su persona. El jefe no puede confinarse en su función, sino que debe aceptar su solidaridad humana con sus subordinado. Recíprocamente, el inferior, él tampoco puede limitarse a ser sólo un ejecutante mecánico. Lo que sería más mortal para el diálogo entre superior e inferior, sería una actitud condescendiente por parte del superior''. Ojalá estas experiencias y conceptos hagan avanzar el diálogo positivo entre universitarios.