Luis González Souza
¿Quién necesita la amnistía?

El conflicto en la UNAM es mucho más serio de lo que parece. La forma en que sea resuelto tendrá un gran impacto sobre otros conflictos y sobre el derrotero de la transición de México... ¿a la democracia? De hecho, ya salieron de sus catacumbas quienes abogan por la represión del movimiento estudiantil. Y ya sabemos, o deberíamos saber que la represión no soluciona nada y en cambio complica todo.

Si hace falta recordarlo, la represión, como el fascismo, es un frankenstein de mil cabezas que tarde o temprano embiste parejo contra toda la sociedad, dejando una secuela larga y dolorosa. Aún así, hay quienes se enamoran de tamaño monstruo. Muy su gusto, pero que lo digan sin tapujos y, sobre todo, sin llevarse a los demás entre las patas.

Las mil cabezas de la represión van mucho más alla de las muertes y los encarcelamientos. Incluyen la represión del pensamiento crítico, de las ganas de mejorar, de cualquier brote de dignidad y una larga cadena que inicia en la represión de la verdad. Es precisamente esta represión de la verdad lo que mantiene embrollado al conflicto en la UNAM.

El embrollo ha llegado a tal punto que la ``amnistía'' a los estudiantes huelguistas es una de las principales ofertas de las autoridades, a cambio de finalizar la huelga. El solo uso de la palabra amnistía (perdón de delitos colectivos) presenta a los estudiantes como delincuentes. ``Despojo'' de las instalaciones universitarias, es el delito brillantemente seleccionado hace dos días por Burgos, Carrancá y asociados para ponerle cascabel a la persecución judicial.

Ahí es donde comienzan la represión de la verdad, el coqueteo con frankhitler y la cancelación de una solución fructífera a la huelga. No sólo porque la oferta de ``amnistía'' queda destrozada por la demanda de Burgoa y Carrancá... ¿con el aliento o sólo con la tolerancia de las autoridades? También, y sobre todo, porque los tantas veces despojados, ahora aparecen como los despojadores.

Sólo se necesita un poco de honestidad para entenderlo. En mayor o menor grado, pero gracias siempre a la ``modernización'' neoliberal de México, la mayoría de los estudiantes de la UNAM han sido despojados de muchas cosas. En sus casas, si las conservan, han sido despojados de un entorno humano, exento de las angustias del desempleo, de la pobreza y de los pleitos familiares. En sus barrios han sido despojados de un clima sano, libre de drogas y delincuencia. En sus corazones han sido despojados de la confianza hacia los demás. En sus sueños han sido despojados de la esperanza.

En la propia UNAM han sido despojados de la posibilidad de una buena educación, con libros suficientes y con maestros bien pagados. Han sido despojados de la certeza de que su educación los convertiría en profesionistas, ya no digamos exitosos, sino simples profesionistas. Pero gajes de la elitización mercantilista que ya contamina a la UNAM, son despojados de la principal virtud de la institución: su pluralismo social e ideológico. Y aparte de todo, ahora quieren despojarlos de sus últimas reservas de dignidad, las mismas que los llevaron a decir ``¡Huelga!'' Del mismo modo en que los indígenas zapatistas han tenido que decir ``¡Ya basta!''; y los trabajadores electricistas, ``¡No más privatizaciones!''; y los defensores del patrimonio cultural de la nación, ``¡Respeto por lo menos a nuestra historia!''; y los panistas arrepentidos, ``¡Siempre no al cochinero del Fobaproa!''

Operadores o cómplices del desfalco neoliberal dentro y fuera de la UNAM, los responsables de todos los despojos sufridos por los estudiantes tienen nombre y apellido. Ellos son los que necesitan una amnistía. El pueblo mexicano sabrá dárselas porque, no obstante tanta deshumanización neoliberal, sigue siendo un pueblo generoso. Pero los verdaderos despojadores (de estudiantes y mucho más) tienen que aceptar sus culpas. Tienen que dejar de reprimir la verdad. Tienen que entender y respetar la lucha de los universitarios. Y tienen que abrir la puerta a la única solución posible en la UNAM: un diálogo verdadero que abra paso al tipo de debate necesario para alcanzar la ya impostergable reforma democrática de la universidad.

Y, tal vez después, la reforma democrática de todas las universidades del país. ¿O hay alguna universidad que le tenga miedo al debate de las ideas? ¿Podría llamarse a eso una universidad? Es más: ¿acaso México no está urgido de muchos debates conducentes a muchos cambios democráticos?

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