Jordi Soler
La guerra en Presidente Masaryk

En los tiempos en que André Breton armaba en París su coalición surrealista, el teniente Vaché, ex combatiente de la Primera Guerra Mundial, presentó sus credenciales para ser admitido. En alguna de las tertulias del Café Cintra, Vaché oyó a Breton explicar el acto surrealista por excelencia: salir a la calle con un revólver y dispararlo al azar.

Años después el cineasta Luis Buñuel, corrigiendo y aumentando la idea de Breton, situó a un francotirador en el último piso de un edificio y lo puso a disparar al azar contra la multitud que deambulaba por la calle. Esto sucedió, entre otros actos, en la película El fantasma de la libertad.

Breton tenía otro acto surrealista predilecto: patearle a algún vendedor callejero de Biblias su mercancía. Hay quien lo vio derribar una torrecita de seis con la ceremonia de aquel que ejecuta un penalty. El acto del revólver era otra cosa, pues Breton amaba la vida, la suya y la de los demás, así que los disparos no salían del territorio de la conversación. Dos expresiones de este escritor que son capaces de adelgazar la idea siniestra del revólver: ``Dos manos que se buscan bastan para el techo de mañana'' y ``La poesía se hace en un lecho como el amor, sus sábanas revueltas son la aurora de las cosas. La poesía se hace en los bosques''.

Jacques Rigaut pertenecía a la parte oscura del grupo surrealista. Su acto favorito era acercarse a alguien en la calle o en una reunión y arrancarle, sin que se diera cuenta, un botón.

Tenía una colección impresionante; sus piezas más valiosas eran los botones dorados de los policías. Su obra más importante tiene el título sintomático de Agencia General del Suicidio; para Rigaut la vida no era más que el periodo de preparación para el acto supremo de suicidarse.

El teniente Vaché, dañado por la guerra y entusiasmado por el verbo de Breton, pertenecía a esa parte oscura que Rigaut había sistematizado. Una noche, el grupo surrealista en pleno asistió al estreno de una obra esotérica de Apollinaire. A media función, el teniente Vaché dio rienda suelta a esa idea de café de Breton que lo fascinaba y sacó un revólver con la intención de dispararlo al azar. Andre Breton, autor intelectual de eso que iba a suceder, tiró al teniente al piso y evitó la masacre.

Jacques Vaché desvirtuó la idea de Breton: el acto de disparar al azar adentro de un teatro lleno, tiene menos azar que disparar en la calle. Rigaut y el teniente Vaché terminaron, desde luego, suicidándose, en un acto único donde no cabía el azar. Todo esto sucedía antes de 1920 en París. Hoy, ese acto teórico de Breton tiene poca gracia y hasta raya en lo incomprensible; no es raro que un loco entre armado en un establecimiento y arrase, por medio de una ráfaga azarosa de metralleta, con media docena de inocentes. Aquí en la ciudad de México, para no ir más lejos, hay armas en cualquier esquina, puede haber disparos y, con un poco de suerte, azar. Situémonos imaginariamente, porque de manera real sería peligroso, en la avenida Presidente Masaryk, en Polanco. En cada cuadra hay cuatro, seis o diez policías armados con rifles de un calibre que es preferible ignorar. Casi ningún guardián rebasa 1.70 metros de altura. Todos han recibido la instrucción (o quizá lo han visto en la tele) de que las armas largas, para no atentar contra los peatones, deben estar permanentemente apuntando hacia arriba en un ángulo de 75 grados.

Este ángulo de inclinación, combinado con la estatura escasa de los policías da como resultado que todo aquel que camine por Presidente Masaryk y que mida más de 1.75 será apuntado en la sien, con el cañón del rifle, cuatro, seis o diez veces por cuadra. ¿Caminar por esta avenida no es un hermoso acto de azar? Lo más curioso es que las personas siguen caminando como si nada por Masaryk. ¿Alguien ha contado las armas listas para disparar que se exhiben todos los días en esta avenida?, ¿alguien sabe cuántas armas se necesitan para que una avenida sea declarada zona de guerra?, ¿qué, a nadie le dan miedo las armas?

La idea de André Breton queda hoy como una ingenuidad, el día que esos policías disparen no habrá un hueco por donde pueda colarse el azar. Si el teniente Vaché saliera hoy blandiendo su revólver por Masaryk, difícilmente llamaría la atención.

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