Rolando Cordera Campos
Quiebra bancaria: quiebra política

Las acusaciones y las grandes revelaciones van y vienen, pero lo grave está por llegar. Un país sin una banca en condiciones de prestar para invertir, es un país condenado al estancamiento y las crisis recurrentes provenientes no de la producción, sino de la debilidad monetaria y la especulación financiera. Es una nación frágil que no puede encarar los nuevos mundos globales, mucho menos insertarse con éxito en sus desarrollos. Esta es, con el PRI y sin él, la perspectiva que le abre a México la debacle bancaria.

Nadie puede oponerse a que las auditorías millonarias del señor Mackey y asociados se lleven a sus últimas consecuencias, contables y políticas, a más de legales. Nadie debería pensar, por otro lado, que los palos de ciego del PRI ante la difusión de informes que lo comprometen puedan volverse amenazas en serio contra un diputado que además preside la Comisión de Asuntos Constitucionales de la Cámara.

Si hay algún ejemplo clásico del valor de la inmunidad parlamentaria es lo acaecido en estos días con el diputado Creel: no hay quien pueda y ose tocarlo, porque aquí sí que la Constitución y la tradición nacional e internacional son contundentes. Por ahí no pasa el leguleyo más pintado, y el que inicie movimiento alguno quedará quemado, como estatua de sal en medio del desierto de esta transición que no encuentra reposo.

Pero Santiago Creel conoce bien su derecho constitucional y no tiene por qué inmutarse. El boomerang ya dio su fallo y al PRI no le resta sino hacer gracioso y discreto mutis y murmurar algún disculpe usted.

No hay duda, pues, de la validez y utilidad de la exploración mandada hacer a Canadá por la Cámara de Diputados. Y mientras más pronto tengamos con nosotros resultados precisos, y no interpretaciones disparatadas, mejor. Pero falta lo que importa y no se puede resolver con desafíos en medio de la cantina entre partidos y dirigentes rijosos: falta definir con claridad y audacia el destino de la banca, sus nuevas maneras de funcionar y la forma en que su propiedad habrá de conformarse.

En medio del estupor que provocó el ya célebre asunto del Fobaproa, la opinión pública pareció inclinarse a la solución fácil de la internacionalización sin tapujos y la concentración sin reglas. Era tal la profundidad del pozo de los quebrantos, que para muchos, a lo largo de todo el abanico ideológico y político que aún nos queda, era preferible decirle adiós a la banca y dedicarse a otra cosa. Ya vendrían del norte o del oriente los que, en efecto, sí saben hacer las cosas.

Del norte no ha venido nadie, y los que ya estaban lo hacen con cargo a beneficios y prebendas que habría que analizar con más cuidado que el puesto en detectar los fraudes político-bancarios de esta hora. Lo que queda claro es que los interesados de fuera, que podrían ser útiles al país, están a la espera de lo que aquí dentro se decida. Esa es la respuesta principal a la apertura apresurada que se ofreció el año pasado: digan ustedes primero.

Por ese camino seguiremos, de no actuar pronto para dar a los bancos que quedan un perfil distinto y un rumbo que no pueden darse por sí solos. Tiene que ser el Estado, como ocurre en todos lados, el que se haga cargo de esta ingrata pero decisiva tarea estratégica.

Si algo hemos descubierto en estos meses de vodevil financiero, es que el de la banca es un asunto tan serio que no puede quedar al amparo de la ``auto regulación'' de los banqueros. Esa ilusión debería haber quedado ya atrás, junto con otras, sin duda costosas, como las de las destrezas de los financieros públicos para poner a punto, regular e inducir, a una banca privatizada a troche y moche, sin estrategia, pero eso sí, con mucha prisa y entusiasmo.

De este desastre hay todavía mucho qué decir, pero hay que hacerlo con calma y tiento. Entre otras cosas, porque lo que está por delante es todavía más ominoso. Sin necesidad de alarmar: de lo que se decida en torno a la banca dependerá el curso del desarrollo nacional y el contenido mismo de las formas de gobierno del futuro. Sin banca, un país partido en pedazos, con sus mayorías presas del chantaje de los especuladores y prestamistas avorazados, como en el siglo pasado; con bancos en flotación y luego navegando, la posibilidad real de por fin empezar a aprovechar, como país, las oportunidades del ya muy costoso cambio de estructura e instituciones.

Esto es lo que está en juego con la quiebra bancaria. Lo que México tiene frente a sí es la vorágine que siempre acompaña a los descalabros financieros y suelen terminar en la quiebra de la política. Los defraudadores se vuelven los héroes del día; desfalco moral que abarca y embarca a todos: deudores y acreedores, fiscales, auditores y apostadores. Y el palenque está abierto, como las costas de China al fin del Imperio.