Dos noticias relacionadas con el mundo obrero tradicional han roto un poco con la idea de que la CTM es una central férrea, protagonista principal del corporativismo, aliada permanente con el Estado, amiga de los famosos pactos y disfrutando de una unidad esencial y un número considerable: se habla de cinco millones de afiliados. La primera, de hace más de una semana, la aceptación de la propuesta del gerente de la CROC, Alberto Juárez Blancas, de formar, juntos, una supercentral que dejara atrás a las pretensiones hegemónicas de la Unión Nacional de Trabajadores. La segunda, las declaraciones inesperadas, violentas, en el más puro estilo de Leonardo Rodríguez Alcaine, recogidas en una entrevista de Pablo González en Excélsior (el pasado lunes 12), en las que acusa a diversos miembros del Comité Ejecutivo de su central de todos los desmanes imaginables: celebración de contratos colectivos de protección; fuertes intereses económicos personales; pésimos manejos financieros que han hecho perder a la central una millonada de dinero con motivo de la quiebra de las empresas que adquirieron; desastrosas inversiones en valores, de lo que acusa al sobrino de don Fidel y, al final del camino, la división peligrosa en la central. Da nombres y apellidos de sus compañeros de directiva a los que atribuye los desmanes, para que las cosas no queden en rumores.
El problema me parece particularmente serio. Que yo recuerde, nadie en la CTM había hecho una acusación semejante desde un puesto tan relevante. Alguna que otra vez, don Fidel, puro en ristre, lanzó anatemas en contra de sus colegas, pero siempre generalizando, nunca de manera tan directa. Y antes sólo Luis Quintero, cuya actuación como secretario general se pierde en la noche de los tiempos y, por lo mismo, la gestión de Vicente Lombardo Toledano.
Afirma Rodríguez Alcaine que a partir de la muerte de don Fidel, los directivos están tomando a la confederación como botín de guerra. Pero también dice, y esa es cuestión importante, que no aventará la toalla: ``Si alguien piensa que voy a aventar la toalla, están muy equivocados. No. No aventaré la toalla. Esto lo voy a dejar, en la medida de mis posibilidades, lo más rectilíneo que se pueda''. Pero afirma que lo va a dejar.
No hace falta ser demasiado perspicaz para entender que Leonardo siente pasos en la azotea y que dentro de la CTM se mueven fuerzas, por supuesto que a la luz del día, que pretenden sustituirlo. Esto es algo fuera de lo normal. Y no hay que olvidar que esta bendita central tiene normas sui generis para establecer la sucesión: riguroso orden escalafonario en el que, si no me equivoco, el senador Carlos Romero Deschamps, líder petrolero, ocupa el primer escalón y Joaquín Gamboa Pascoe, muchos años antes abogado de la central y ahora dirigente principal de la Federación de Trabajadores del Distrito Federal, el segundo. La sucesión está, pues, debidamente decidida. Claro está que las asambleas no cuentan. Se limitan a obedecer.
No la tiene fácil el buen Leonardo, un hombre caracterizado por su hablar violento. Porque hacia adentro, en su SUTERM, se vislumbran grupos disidentes al calor de la privatización de la industria eléctrica y a favor de la política nacionalista que proclama el SME. Y ahora, como secretario general de la central, enfrenta sin la menor duda una lucha que ya se exterioriza y que pone en dudas su permanencia en la CTM.
Alguna conclusión se puede alcanzar, con todo el riesgo de que adivinar no es el mejor oficio. La primera es que la formación de la UNT (hoy sorprendida por el despido inesperado de Pancho Hernández Juárez del Consejo Político Nacional del PRI) parecería una amenaza fuerte contra los corporativos, y que éstos: CTM y CROC, profieren una alianza a sus tradicionales conflictos mutuos. Lo que supone, sin la menor duda, una debilidad reconocida. Algo así como una autocrítica.
La segunda conclusión es que los cuadros superiores de la CTM, liberados del fantasma más que vitalicio del viejo don Fidel y de sus contemporáneos, tienen prisa por ocupar el sitial y si se ofrece, un pedacito de calle para que se coloquen, post mortem, sus lindas estatuas.
Si ha habido en la historia de la CTM algo notable, ha sido la lealtad. Claro está que la figura del viejo y su evidente autoridad, aunada a una clara vocación de honestidad económica familiar, lo hicieron intocable. Para sus colegas y para los presidentes de la República en turno que quisieron desplazarlo y no pudieron. Pero ya los tiempos no son iguales. Más vale que se cuide el famoso Güero.