MAR DE HISTORIAS Ť Cristina Pacheco

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Un cuarto de baño. Una gota escapa de la regadera y suena en la tina. Toallas de colores y una bata forman un amasijo sobre el suelo. Es lo primero que AMELIA ve cuando entra en el baño y respira una atmósfera tibia y húmeda que le desagrada.

AMELIA: ƑPor qué no pueden poner las cosas en su lugar? (Levanta las prendas húmedas). Llevo años suplicándoles que no me dejen este tiradero. Todo el mundo se pasa la vida diciéndome que no trabaje tanto y sin embargo no hace nada por ayudarme. (Mira la bata). ƑQué trabajo es colgarla? (Extiende en el borde de la tina las prendas húmedas y descubre charquitos de agua en el piso,)

ƑPor qué no corren la cortina cuando se bañan? (Se encoge de hombros.) Porque no les importa nada, ni siquiera mantener limpio el lugar donde viven. A la hora de disfrutarla, Julia se llena la boca diciendo que "esta es su casa"; pero cuando le pido queme ayude con el quehacer, me sale con que es "mi casa". ƑY Ernesto? Cuando le pregunto si tenía así su departamento en Chicago, nada más dice que no es lo mismo. Claro que no: aquí está la tonta de su madre para arreglarlo todo. šQué mal los eduque!

(Se abre muy despacio la puerta del baño. Asoma la cabeza JOSEFINA, empleada doméstica que ayuda a AMELIA tres días a la semana.)

JOSEFINA: ƑMe llamó usted?

AMELIA: No, no oí cuando entraste. (Ve disimuladamente su reloj.) Es tardísimo.

JOSEFINA: El Metro vino parándose desde Taxqueña. Ahí sí, Ƒqué le hago? (Se anuda los lazos del delantal y mira en su derredor.) Ahorita me apuro.

AMELIA: El baño nunca dura arreglado. (Se acerca al lavabo y mira los cepillos dentales con restos de pasta y flotando en agua jabonosa.) No entiendo, te juro que no entiendo.

JOSEFINA: ƑQué?

AMELIA (irritada): ƑCómo qué? Pues que dejen botados hasta sus cepillos. (Los toma pero no logra encajarlos en el soporte, de diseño tan anticuado como todo el cuarto de baño) ƑVes? No entran.

JOSEFINA: Pues no, porque el baño ya está muy viejito.

AMELIA: ƑQué tiene que ver?

JOSEFINA: Mucho: los cepillos de ahora son como más gorditos. ƑA poco no se ha fijado? (No espera la respuesta de AMELIA.) El joven Ernesto, Ƒvendrá a comer?

AMELIA: Eso dijo, pero ya lo conoces.

JOSEFINA: A ver, déjeme ayudarla.

AMELIA: No, yo arreglo aquí. Tú vete al mercado. Es tardísimo, así que por favor no te pongas a platicar con tus amigas.

JOSEFINA: Yo no les platico, son ellas las que me hablan. (Sale.)

II

A solas, AMELIA da vueltas, como si no pudiera encontrar la salida del baño. Se inmoviliza ante el espejo del botiquín y se lleva la mano a la frente.

AMELIA: Si dejara de pintármelo, el cabello se me vería completamente blanco. (Retrocede.) Ay no, Ƒcómo? Bueno, sí. Tengo más de cincuenta. Mi madre a esta edad se veía mucho mayor. (Se aproxima otra vez al espejo.) Me gusta parecerme a ella, en cambio mi hija Julia se molesta cuando alguien le dice que es mi vivo retrato. A lo mejor cambia de actitud cuando me muera.

(Recorre con el índice las líneas como paréntesis que enmarcan su boca.)

Estas arrugas son horribles, no importa lo que diga José Luis. (Con las palmas de las manos se estira la piel hacia las sienes.) ƑY si me hiciera la cirugía? Ahora hay operaciones fantásticas y ya no deben de ser tan caras. A mi cuñada Silvia le salió en cuarenta mil y quedó divina, de su edad, pero divina. (Se estremece de risa.) ƑQué cara pondrá José Luis si le dijera: "Regálame para darme una planchadita". (Repentinamente seria.) Ya me lo imagino: "ƑEstás loca? Además, tú no la necesitas: así me encantas." ƑSerá verdad? A lo mejor, pero yo no me gusto para nada. (Suspira y va a sentarse en el bordo de la tina. Con la punta del pie remueve el agua encharcada.)

Cuando era niña mis padres me compraban botines de hombre porque, según ellos, los zapatos de mujer duraban menos. Nunca les dije cuánto me humillaba eso. Debí hacerlo (Cruza los brazos sobre el pecho y se mece sin darse cuenta.), me sentía mal, sobre todo cuando íbamos a misa y llegaban mis primas con zapatos blancos o de charol.

Por ellas pequé de envidia.... (Se le llenan los ojos de lágrimas). Pero vino la revancha. Cuando gané mi primer sueldo lo primero que hice fue comprarme unas zapatillas altísimas. Me costó trabajo elegirlas porque, de tanto haber usado zapatones, mis pies se hicieron muy toscos.

En mis primeros tiempos de casada a mi esposo le gustaba morderme los dedos de los pies. Le decía: "Mis pies son horribles, parecen tamales". La respuesta era siempre muy tierna: "Tamalitos ricos". Hace muchos años que no oigo esa frase y quizá no volveré a escucharla jamás.

ƑY por qué no? Sigo siendo una mujer. (Deja de mecerse y murmura): Una buena cirugía. (Recapacita). A lo mejor viviré más de lo que me dure el efecto de la operación y entonces tendría que pedirle a Ernesto para otra planchada. Pedirle como si fuera su hija. Nunca he tenido ni tendré un solo centavo. A estas alturas, a esta edad, con esta cara, después de haber dejado de trabajar tantos años, Ƒquién va a contratarme?

(Se levanta y mira otra vez los cepillos dentales nadando en agua. Repite el comentario de Josefina):

"Este baño ya está viejo y los cepillos de ahora son más gorditos que antes". (Sonríe). Tiene razón. Hay cuarteaduras. Es más urgente hacerle una cirugía a la casa que hacérmela yo. Reparaciones nada más, pero que siga igual. Le tengo mucho cariño, mis hijos no: desde que Ernesto regresó a vivir con nosotros insiste en que la tiremos para levantar un condominio. Julita no opina. Cuando le pregunto qué hará con la casa cuando su padre y yo muramos, dice siempre lo mismo: "Por favor, no te pongas sentimental". Le parece sentimentalismo preocuparme por su futuro.

(Intenta de nuevo fijar los cepillos en el soporte).

Si llegáramos a remodelar el baño tendría que seguirme con todo lo demás: la cocina, la sala, los cuartos. (Vuelve a mirarse en el espejo). Si me hago la cirugía tendré que cambiarlo todo: el corte de pelo, el maquillaje, la ropa: vestidos menos aseñorados. Quizá me atrevería a pedirle a Julia una de sus faldas largas. Le quedan tan bien... Bueno, a esa edad... (Gira y queda de espalda al botiquín).

Y no está contenta. Lo que yo hubiera dado por tener, a sus veinte años, lo que ella tiene. Mis únicos lujos eran las zapatillas. Las disfrutaba como loca. Eran lindas. Nunca he vuelto a ver aquellos modelos, o a lo mejor no me he atrevido a buscarlos. Estos zapatos negros y planos me recuerdan los que mis padres me obligaban a ponerme de niña. ƑPor qué no me atreví a decirles que no me gustaban? No pensé que iba a llegar el momento en que sería imposible hablar con ellos, besarlos, pedirles perdón, preguntarles cómo le hicieron para entender la vida.

(Se vuelve, toma los cepillos de dientes y se aferra a ellos mientras el llanto la sacude. Se abre la puerta y entra JOSEFINA).

JOSEFINA: Señora, ya regresé. Válgame Dios, Ƒqué le pasa? (Se acerca y sonríe con ternura al ver que Amelia sigue aferrada a los cepillos de dientes). ƑNo me diga que llora porque no pudo acomodarlos?

AMELIA asiente con la cabeza y sigue llorando.