El liberalismo y el mercantilismo dieron origen a los museos, que se construyeron sobre la base de la rapiña del pasado artístico y culturales de los pueblos sometidos a las grandes potencias. Así fueron a parar el Louvre la Mona Lisa o la Victoria Alada o así los tesoros del Partenón o del Antiguo Egipto reposan en el British Museum o en la capital francesa. En efecto, aunque en el Renacimiento había grandes coleccionistas de arte en todas las cortes importantes, esas colecciones eran propiedad privada y servían para el disfrute privado del Papa o de los grandes de la Tierra. El concepto de museo surge con la reaparición del concepto de la res publica, de la cosa pública. Y junto con él surge el de la defensa, preservación y creación de la cultura nacional o, mejor dicho, el de construcción de una idea de nación utilizando elementos culturales e históricos que adquieren el sentido que les da el poder. Por ejemplo, en la re-creación de un pasado glorioso y en la formación de los mitos por parte del Estado surgido de la Revolución, es emblemático el uso de los grandes muralistas mexicanos y los museos y monumentos que, como los frescos de Piero della Francesca, Lorenzetti u otros contemporáneos italianos, servían para ilustrar y afirmar en el vulgo las ideas dominantes y la historia consagrada.
Ahora bien, ambos elementos --el cultural-nacional y el concepto de lo público-- son negados hoy por la mundialización (o globalización, para los anglófonos). Esta, por un lado, transforma el arte no en patrimonio colectivo sino en un bien-refugio, un objeto de especulación y, por otro saca al disfrute artístico y cultural del terreno de lo colectivo y lo social, anulando la idea misma del patrimonio cultural de un pueblo, para hacerlo retornar al pasado anterior a la Revolución francesa, o sea, para hundirlo en ese magma de lo privado, donde Miguel Angel, Palenque, La Gioconda, los Códices o los incunables están mezclados con los zapatos, el cepillo de dientes o un calentador, como en el tango Cambalache. Es que si se proclama el fin de la historia (o sea, del futuro), hay que negar la historia (o sea, el pasado, que es presente y a la vez futuro) y si el ser humano es sólo oeconomicus y videns, las raíces y las particularidades culturales deben ser canceladas, de modo de poder escribir en esa pizarra vacía la ideología del mercado, las ideas de la publicidad de todo tipo, empezando por la del neoliberalismo.
La privatización de los bienes culturales, además de un excelente negocio especulativo, es también otro poderoso y demoledor golpe contra la idea de lo público, del Estado republicano, y un fuerte intento de homologación cultural impulsado por los pueblos o los sectores advenedizos y sin historia. ƑAcaso el nazi Goering no se robaba, para dilecto privado o para especular con ellos, todos los bienes culturales posibles y los museos de Estados Unidos, con dinero, no han hecho lo mismo que antes hicieran los cañones napoleónicos o del Imperio inglés?
La preservación de las culturas populares no significa crear islotes estancos, verdaderos zoológicos humanos, pues la identidad cultural se construye en el mestizaje continuo, en la interinfluencia de las culturas, que jamás son puras. Significa en cambio que, al mismo tiempo que en los pueblos se construyen y consolidan nuevas identidades y visiones de sí mismos, ese proceso se haga mediante el enriquecimiento mutuo de las culturas que se interinfluyen y no con la desaparición de algunas de ellas. Si la mundialización, por ejemplo, está llevando a la reducción del número de lenguas de comunicación mundial a menos de cinco, las otras no deben por eso desaparecer como vehículos de cultura sino que deben poder subsistir junto a la lingua franca imperante en cada gran zona geográfica o en cada tecnología. La desaparición de las culturas, en efecto, es peor aún que la desaparición de la variedad biológica y la apropiación privada de los productos histórico-artísticos en los que esas culturas se han plasmado equivale a la apropiación privada de los ejemplares raros de especies en extinción para sacarlos de su medio y de su posibilidad de reproducción. Es un atentado no sólo contra la identidad del pueblo que sufre ese saqueo del capital sino contra todo el género humano, que se empobrece. Si se convierten el territorio o el agua o la historia cultural en propiedad privada Ƒpor qué no volver a la esclavitud y a la venta misma de los seres humanos nuevamente convertidos en cosas?