El desarrollo de una sociedad se tiene que ir tejiendo a lo largo del tiempo. Eso significa crear un complejo entramado de relaciones entre los individuos, los grupos y las organizaciones, requiere construir un entorno institucional que favorezca la constitución de círculos virtuosos que generen la fuerza motriz del crecimiento y de la equidad, pero, también, del conocimiento y de la creatividad. A veces parece olvidársenos esta parte esencial de la vida colectiva, en la que deben existir los principios esenciales aceptados de modo general. Esos principios que envuelven el esfuerzo social dirigiéndolo hacia un propósito en el que las diferencias, aunque lleguen a ser grandes, pueden, sin embargo, dirigirse hacia un fin común.
En México hoy se resiente cada vez más la ausencia de ese entramado que soporte y aliente el esfuerzo colectivo y lo encamine por un rumbo que genere confianza y abra oportunidades. La economía no es desde hace mucho un factor de aliento y de convocatoria a la acción común. Esto se debe al estancamiento que se extiende ya por casi veinte años, a la recurrencia de la inestabilidad financiera y de las crisis, a las crecientes dificultades para el funcionamiento dinámico del mercado interno y a la profunda crisis bancaria. Por ello, el ingreso de la mayor parte de la población se ha degradado fuerte y constantemente y no se han creado las fuentes de empleo requeridas. Por su estrecha relación con la política, esta no es, igualmente, un campo fértil para el mejoramiento de la conciencia nacional. Son cada vez más las voces que piden que los asuntos no se politicen, como si eso fuera posible o incluso deseable. Lo que pasa es que hay formas virtuosas de la política que aquí hay que reencontrar.
Hay un aspecto, entre muchos, sin duda, sobre el que habríamos de poner mucha más atención, para ir construyendo ese entramado social que sea la base de un proyecto de país. Se habla tanto de la necesidad de fortalecer el sistema educativo, de la prioridad que significa la educación para el mejoramiento de las condiciones de vida que tiende a convertirse en un recurso retórico que no cuenta con la capacidad de ser uno de los ejes del proyecto nacional. Esta semana se publicó en este diario (jueves 15 de julio, página 36) una nota de Claudia Herrera que no debería pasar inadvertida para nadie que se tome en serio el tema de la educación, de los maestros, del desarrollo científico y de las instituciones universitarias.
La nota en cuestión trata del enorme esfuerzo, muchas veces cuesta arriba de los participantes, maestros y alumnos, en la reciente ronda de las olimpiadas nacionales e internacionales de química y biología. La organización y preparación de estas olimpiadas es una actividad que convoca muchas voluntades, desde las escuelas preparatorias que postulan a sus alumnos, hasta las academias científicas y las universidades que las promueven y se encargan de realizarlas. Conozco de cerca este esfuerzo, he visto el trabajo de los maestros y la dedicación de los muchachos para aprender y amar la ciencia, sé de los excelentes resultados que obtienen dentro y fuera del país y que se extienden por ya muchos años de trabajo continuo. Los respeto profundamente. Y no puede ser de otra manera cuando uno de los jóvenes que recién fueron a Tailandia relata que su interés por la química vino de un experimento sencillo con el que su maestra en la prepa le enseñó que lo que se puede ver y tocar, se puede manipular.
Pero es descorazonador darse cuenta de las dificultades que enfrentan, de lo cuesta arriba que resulta establecer un sistema efectivo y redituable de promoción de las actividades científicas con los jóvenes de este país. Son este tipo de actividades las que necesitan menos discursos y más recursos y atención. Desde una perspectiva puramente técnica como la que prodomina en muchas áreas de la gestión pública, esta inversión tendría un alto beneficio en función de su costo, siempre y cuando no se aplique el horizonte de muy corto plazo que se ha adueñado de los criterios de la asignación de los recursos públicos y privados. Desde una perspectiva más amplia del desarrollo éstos son los factores que van tejiendo su trama histórica, factores que deben articularse con una verdadera visión. El entramado que esto puede producir no puede, jamás, resultar de las fuerzas del mercado o del mero equilibrio macroeconómico, por más sólido que llegara a ser.
La fuga de cerebros es un fenómeno bastante relevante, pero puede ser un problema menor ante la incapacidad de crear los principios de organización y sostenimiento de un sistema de aliento al conocimiento científico, de un entorno de creatividad que no se sustituye con la revolución exportadora. La historia que se cuenta en la nota referida, sobre las promesas incumplidas de apoyo ofrecidas por el ex presidente Salinas, que ''los recibió en Los Pinos, salieron en televisión y ahí se acabó todo'', no es sólo una anécdota, sino que es expresiva de la miopía de la modernidad en la que estamos metidos y, finalmente, es una manifestación más de los límites del proyecto político que se aplica.