La Jornada Semanal, 18 de julio de 1999
dos contrarios, dos muertes, dos deseos
Lope de Vega
El novelista esconde dos pulsiones contrarias, dos deseos: la fidelidad y la traición. Son dos metas antípodas a las que el narrador debe tocar para conseguir el texto. Debe ser fiel y debe ser traidor de la memoria.
De estos dos contrarios sale la invención, el espacio para la imaginación literaria. De la pelea, del choque entre la memoria y la traición.
El novelista es como Jael, que en los tiempos en que la profetisa Débora gobernaba a Israel, engañó a Sísara, capitán del ejército del rey Jabín, ``rey de Canaan, el cual reinó en Hazor'', bajo cuyo yugo estaba el pueblo judío. Cito la historia de Jael:
Pero Jael mujer de Heber tomó una estaca de la tienda, y poniendo un mazo en su mano, se le acercó calladamente y le metió la estaca por las sienes, y la enclavó en la tierra, pues él estaba cargado de sueño y cansado; y así murió.
Y siguiendo Barac (jefe del ejército israelí) a Sísara, Jael salió a recibirlo, y le dijo: Ven, y te mostraré al varón que tú buscas. Y él entró donde ella estaba, y he aquí Sísara yacía muerto con la estaca por la sien.
Digo que el narrador es como Jael por varios motivos. Primeramente, Jael no es enemiga de Sísara, su víctima, ``porque había paz entre Jabín rey de Hazor y la casa de Heber ceneo''. Viéndolo a punto de perderse, de morir, Jael lo jala hacia sí, lo llama a su tienda. Después, le da cálido trato:
Así dice el Cántico de Débora y de Barac, que cito, como el resto de esta historia, del libro quinto de los Jueces.
El narrador es como Jael, porque toma a la memoria, para que no muera, la acoge, la alimenta, la arropa, actuando fielmente en apariencia, y, acto seguido, con una estaca de la tienda (esto es, aquello en que la tienda se sostiene al suelo, aquello que es cimiento de la casa), le da muerte. De nuevo del Cántico:
Este cadáver fue obtenido de la fidelidad y de la traición. De la fidelidad, pues si no hubiesen sido aliados, Sísara no habría entrado a su tienda; fidelidad porque actuó con gestos fieles. Traición porque lo asesinó, viéndolo sin fuerzas, habiéndolo antes arropado, despojado de sus ropas guerreras. De la traición porque ni siquiera le anunció el ataque: la estaca de la tienda cayó en las sienes de Sísara sin que la voz de Jael lo previniera. Traición y fidelidad: con los cimientos de la casa amiga, la estaca, se perpetra el crimen: la metáfora se cumple hasta el detalle. Más todavía: golpeó la estaca con ``el mazo de trabajadores'', esto es: el escritor con la lengua,Êque es de todos nosotros el cimiento, hace cadáver de la memoria, valiéndose del mazo el oficio, artesanía sobre el renglón, pulimento.
Luego Jael, como el narrador, exhibe el cadáver. Lo ha matado para entregarlo al vencedor. No lo acorraló, lo dejó relajarse, lo indujo a hablar en su propio tono e incluso a dar órdenes que sólo la más absoluta confianza podría inspirarle, lo hizo sentirse en casa, le dio de beber ``en tazón de nobles'' antes de traicionarlo, para que cayera, como se dice coloquialmente, en blandito.
El Cántico hace énfasis en el carácter asesino de la labor de Jael, trayendo a cuenta los ojos amigos de su madre, y con éstos nos lo mata dos veces: ese cadáver que tenemos bajo la mirada no es de un cruel, es el de un amado hijo:
Con la mención del botín al final de la estrofa, el hijo Sísara vuelve a ser el enemigo al que era necesario matar, y se dignifica cometer su asesinato. Pero poner al cadáver bajo los ojos de la madre da la verdadera dimensión moral a ese acto: en verdad ha sido muerto un hombre. Un hombre con su memoria. Y es Jael, nuestra metáfora del narrador, quien lo ha tomado y lo ha muerto.
¿Para qué? ¿Para qué fue necesaria la traición por la vía del engaño de la fidelidad? Así como el cadáver hace a Jael el objeto del canto de Débora, profetisa y gobernadora, así el texto es lo que hace al escritor. No hay escritor sin texto, no se es escritor como no se es la mítica heroica Jael por aproximarse al cuerpo vivo, por sentirlo, por servirle crema en el tazón apropiado, por abrirle las puertas y recibirlo en la proximidad del hogar. Aquello que fue el cuerpo vivo al que el escritor se aproximó, seduciéndolo, para poderlo utilizar (como Jael utilizó a Sísara) es la memoria, y traicionarla es inevitable para obtener el triunfo del texto. Pero no hay texto, tampoco, sin haber tocado el cuerpo previo a la traición, lo anterior a la traición, esto es, la fidelidad: en términos de Lope de Vega, no hay texto donde no haya ``sal [en] las manos de su dueño''. Todos recordamos estos sonetos:
Si piensas que no soy su dueño, Alcino,
suelta, y verásle si a mi
choza viene,
que aun tienen sal las manos de su dueño.
¿No habría sal en un texto donde todos los personajes no fueran humanos, ni el lugar donde ocurriera se pareciera a ningún lugar real, y donde los actores respondieran con impulsos todos imaginarios? Incluso ahí habría sal: el texto estaría hecho de lengua, y la lengua es memoria en sí misma. Está cargada del cuerpo vivo de Sísara. Pero para autocomprenderse como parte actuante fundamental de la novela, la lengua debe ser sometida por el autor a un jaelmiento relativo: debe entonar con el mundo particular de la novela. Debe cruzar un umbral de muerte.
¿Qué hay en la memoria del novelista? No puede el autor trabajar desconectado de esa abstracción que llamamos realidad. Tiene que trabajar con ella, de ella. Pongamos, por ejemplo, La invención de Morel, uno de nuestros clásicos de la literatura fantástica. El mismo laboratorio previo de hechura del texto que aplica sobre una novela ``realista'' operó sobre una como ésta: el venezolano, las personas, la naturaleza, el rigor de las mareas, el amor, la máquina: todo es producto de esa mezcla perfecta de lo real con lo ficticio, de la infidelidad con la fidelidad. De la memoria con la traición. Incluso Arthur Machen, a quien Borges y Bioy le tenían justo aprecio, abriendo sus narraciones a seres no humanos, no reales, no naturales, no fruto de la memoria sino absolutamente de la imaginación, arma sus textos sobre una maquinaria fruto exclusivamente de la memoria: parte de lo reconocible y conocido, a lo irreconocible y desconocido. Para ser comunicable, para poder ser reconocible por el lector, el texto, aún el más fantástico o imaginario, debe salir de la memoria. Si no, le sorrajaríamos otros dos versos de Lope:
Sin memoria ni razón, el texto literario sería algo muchísimo peor que la abandonadora, la que se fue con el rico, la Elena Osorio, dejando al incomparable Lope por una bolsa llena de monedas. El texto sería peor, pues sería ilegible. Sólo con la memoria accedemos a la fantasía.
Cuenta el evangelista que Herodes oye con pánico un rumor: la cabeza del que él ha matado para complacer el capricho de una rorra, ha resucitado. Oyendo esto, Herodes dijo: ``Aquel Juan a quien yo decapité, ése ha resucitado.'' Herodes lo había asesinado, obedeciendo a la voluntad de Salomé, y ahora el cadáver se le presentaba a sus ojos revivificado. Así el texto: con su propia vida, con su propia vitalidad, respira. Algo murió para que él naciera, pero ahora está vivo, y los autores han sido Herodes y Salomé, y también quien no quiso que Juan el bautista muriera.
La novela no existe sin la comprensión de El Otro, el diferente, el que no es como uno mismo.
La novela nace cuando los personajes que la habitan se comprenden separados de lo que los rodea, individuales, individuos. Pertenecen a un medio, pero ellos por un momento no le pertenecen: arrancados, vueltos de lengua, son una maquinaria que nos obliga a mirarnos con ojos críticos. El otro, el distinto, el diferente extrapolado soy yo, el lector.
Leer novela es la aceptación necesaria de las diferencias, el conocimiento de nuestros poderes y de nuestras debilidades. Leer es el gozo de la crítica, la risa noble de la alegría y la risa maldita de la burla.
El escritor es sólo un eslabón más en la misteriosa ceremonia de la lectura, un eslabón casi anónimo. Porque en un momento el cuerpo literario pertenecerá a otro, al lector, en palabras de Lope:
Los dos contrarios son la traición y la memoria.
Las dos muertes son la de Sísara, con la estaca en la sien, y la de Jael-novelista, practicando el destrozamiento. El novelista se sepulta al sepultar su memoria.
Los dos contrarios están siempre al pie del cañón, presentes y batallando en el escritorio del novelista. Insisto en el carácter imprescindible de la batalla: el cuerpo de la novela exige la traición. Así la novela sea la más memoriosa, la más realista, obligará a la hora de su factura a que todo elemento que la forme se comprima o se extienda a su reloj, a su tiempo, a su ritmo. El cronómetro que la mide obligará. Su tono obligará a cada escena para que funcione adentro del edificio novelístico, pues el cuerpo de la novela necesita de una estructura para no caerse, misma que la realidad puede ignorar por completo. El cuerpo de la novela, por otra parte, exige la memoria para ser comprensible, y el novelista también conoce la pulsión por preservar la memoria.
Estos dos contrarios son de diferentes fuerzas, dependiendo de la novela. Hay algunas con más de Judith. Aquí su historia según Lope:
La novela con algo de Judith es la que detesta a la realidad y la asesina, dejando al cadáver horrendo en los ojos del lector, sin querer que parezca un nuevo vivo. La voz narrativa invita a la complicidad del lector. Algo hay en ella de virginal. Sabemos que la asquerosa realidad quería mancillarla, sabemos que la vence con el poder de la fantasía. Sabemos que la realidad es una horrible Holofernes, ilegítima, innoble, atroz. Aquí tenemos un clásico, Kafka. El narrador danza su pureza y nos cuenta la fábula de la monstruosidad insectosa o castillosa de lo real. Aquí viene la trilogía de Sergio Pitol: la voz narrativa adquiere tono de carnaval y se burla del grotesco ostentoso de la realidad. Mario Bellatín, el peruano mexicano, va aquí también. Mi primer novela (pido disculpas por la impertinencia de hablar de la primeraÊpersona), es también ejemplo de novela-Judith.
Jamás silbarán en la novela-Judith estos versos de Lope:
Y sí se les puede sopetar los ya dichos, de Lope también:
y
Pero no la memoria. En estas novelas también hay memoria, con que entablan el diálogo con el lector e invitan a la complicidad, de diferentes maneras.
Hay novelas Sherezada que, rindiendo a la realidad sin darle pleitesía, la usan, la utilizan, como la embelesadora del rey Shariar, destronándola, robándole el cetro y fascinando al lector, como Cien años de soledad. Como La invención de Morel y otras bioycasares. Como Recuerdos del porvenir, que es novela-Scherezada y novela-Jael. Andamos huyendo Lola es novela Judith, como la mayor parte de las últimas publicadas por Garro, si exceptuamos Y Matarazos no llamó que es Jael a secas (y fue escrita muchos años atrás). También es Jael, The Long Night of White Chickens de Francisco Goldman: testigo fiel y verdugo severo de un texto, como los clásicos que he citado, genial.
Estos son los dos deseos de la novela: quiere, como la estaca de la tienda de Jael, fundar y ser cimiento. Y quiere, como la estaca de la tienda de Jael, entrar por la sien.
Quiere fundar y ser cimiento regalando al lector el ``castillo de arena'' de su verdad. Quiere ser cierta. Quiere ser habitada por el hombre en la lectura.
Pero la novela es estaca también, viajando por la sien con propósito mortal. El lector es separado por ella de lo propio, de su cuerpo; es muerto y llevado a otra vida, la de la lectura. El lector es derrotado por Jael, por Judith, por Salomé: por el camino de la seducción está abierta la vía de esa otra vida imaginaria. La novela lo suspende y lo regresa. La estaca es ahora el ojo por el que sangra la mirada crítica.
Texto leído en el XXXV Congreso de la Asociación Canadiense de Hispanistas, en Bishop's University, junio del 99.