La Jornada Semanal, 18 de julio de 1999
Carlos Drummond de Andrade (Minas Gerais, 1902-1987) formó parte del movimiento modernista brasileño que en los años veinte vino a insuflarle a la poesía y a las artes del país sudamericano un nuevo y vital impulso, alimentado -en gran medida- por los influjos de las vanguardias artísticas europeas. Su más célebre poema, ``En medio del camino'' -publicado en 1928 en la Revista de Antropofagia- fue piedra de escándalo y suceso medular dentro de la poesía moderna brasileña. La obra posterior de Carlos Drummond de Andrade se sustenta en la sencillez del lenguaje, el humor -no exento de cierta ácida ironía-, el compromiso político y la insoslayable pasión amorosa. Recursos coloquiales y economía verbal confluyen y cohabitan en la obra del brasileño, que ha llegado a ser el poeta más popular y leído en su país.
Los poemas que aquí presentamos pertenecen a su libro póstumo Farewell (ed. Record, 1988), publicado en Brasil. Testamento y despedida que se aquilata en la saudade, en la pérdida del amor y en el sufrir -``ese otro nombre del acto de vivir''.
Ya no más el ensueño, mas el sueño limpio
de todo excremento
romántico.
A eso aspiro, dios expulsado
de un Olimpo donde
ensoñar eran versiones
de existir.
No a la muerte: al
sueño
que petrifica a la muerte y va más allá
y me completa en
mi finitud,
ser exento de ser, predestinado
al premio excelso de
evaporarse.
No más, ya no más el gozo
de instantes de delicia,
pasmo, espasmo.
Quiero la última ración del vacío,
la última
perversión, parágrafo penúltimo
del estado -menos que eso- de no
ser.
La tarde cae. Nosotros caemos en la tarde
Cae la tarde... ¿Cómo sucedió? tarde
No importa que el sol regrese con el prestigio
en una anticipación de
muerte sin dolor.
En un desván del cuerpo tiembla la llama
que
el claro día alimentaba con su ardor.
es un caer en la faja
sigilosa
del ser inmóvil en que nos transformamos
en esa hora de
exploración del día,fría.
de reinventar la
vida luminosa.
La tarde, la triste tarde ya
cayó. Caímos
imperecederamente.
Entre el gastado diciembre y el enero florido,
entre la
desmitificación y la expectativa,
volvemos a creer, a ser buenos
muchachos,
y como buenos muchachos reclamamos
la gracia de los
regalos coloridos.
Nuestra edad -joven o viejo- poco importa.
Lo
que importa es sentirnos vivos
y nuevamente alborozados, y
revestidos de belleza,
la exacta belleza que proviene de los gestos
espontáneos
y del profundo instinto de subsistir
mientras las
cosas en torno se derriten y desaparecen
como errantes nubes en el
inmutable universo.
Proseguimos. Reinauguramos. Abrimos ojos
golosos
a un nuevo sol que nos despierta a los
descubrimientos.
Esta es la magia del tiempo
Esta es la cosecha
particular
que se expresa en el cálido abrazo y en el comulgante
beso,
en el creer en la vida y en la donación de vivirla
en
perpetua búsqueda y perpetua creación.
Y ya no somos apenas finitos
y solos,
Somos una fraternidad, un territorio, un país
que
recomienza en el amanecer del 1 de enero
y desenvuelve en la luz su
frágil proyecto de felicidad.
El sacrificio del ala corta el vuelo
Yo te celebro en vano
en el verdor de la
floresta. Citadino
serás y mutilado,
caricatura de tucán
para
la diversión de los chicos
y la indiferencia de los
grandes.
Sufrirás la agresión de las aves vulgares
y muerto
quedarás
en el suelo de hormigas y de trapos.
como a una colorida fiesta
mutilada,
proyecto de naturaleza interrumpido
al azar de
peripecias y de viajes
del Amazonas al asfalto
de la feria de
animales.
Yo te registro, simplemente,
en el cuaderno de
frustraciones de este mundo
pues para esto has venido:
para la
inutilidad de haber nacido.