Con dilación y tristeza recibimos la noticia de la muerte de este pintor, que tan involucrado estuvo en el campo artístico mexicano. Nacido en Cartago Valle, Colombia, el 19 de diciembre de 1932, terminó sus días en Amherst, Massachusetts, donde era profesor de pintura y dibujo en la universidad, el pasado 12 de junio, víctima de un cáncer pancreático que le fue diagnosticado apenas 25 días antes de su deceso.
Estudió en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Washington, alcanzando aún ecos de las enseñanzas que allí impartió Max Beckman. Casado en primeras nupcias con la pintora italiana Vita Giorgi, llegó por primera vez a México en 1960. Se hizo amigo de Francisco Corzas, Alberto Gironella, José Luis Cuevas, Arnold Belkin y Emilio Ortiz, entre otros. Si se advierte, ellos en cierto momento estuvieron involucrados en ''Nueva Presencia", movimiento conocido como ''interiorismo" analizado a fondo por Schifra Goldman en su libro Mexican Painting in a Time of Change.
A distancia yo veo que como grupo, esa corriente que no era tal, no tuvo la importancia que se le ha atribuido, salvo por los manifiestos que entonces se emitieron, obra conjunta de Belkin y de Francisco Icaza. Los artistas que se adhirieron respondían a invitaciones para participar en exposiciones colectivas, pero el convencimiento sobre los postulados de ''Nueva Presencia" era superficial: se impulsaba el retorno a una figuración de nueva índole, actitud que encontró equivalentes en América Latina y Estados Unidos. En 1964, durante un regreso a Colombia, Góngora volvió a ver a Marta Traba, que entonces dirigía el Museo de Arte Moderno de Bogotá.
Expuso en ese museo, donde tuvieron muestras individuales artistas mexicanos como José Luis Cuevas y Manuel Felguérez, entre otros. En 1965, después de su primera incursión en Massachusetts, estableció taller y domicilio aquí, en la calle Sinaloa, uniéndose a un grupo denominado ''los sagitarios" debido a la vinculación que él y otros artistas guardaron con Teddy Maus, el propietario de la Galería Sagitario inaugurada con un mural efímero y un gran happening.
Por ese tiempo Jorge Hernández Campos, jefe del Departamento de Artes Plásticas del INBA, organizaba una exposición que tuvo gran trascendencia y que levantó ámpula, Confrontación 66 para las nuevas generaciones, que se llevó a cabo en el Palacio de Bellas Artes. Góngora fue seleccionado para participar. Se sucedieron invitaciones a muestras internacionales, como la Expo 67 de Montreal, Canadá.
La American Federation of Art lo incluyó en la muestra El mundo del inconsciente, que genera una itinerancia en Estados Unidos y Europa. No estamos hablando realmente de ese mundo, poco representable aunque sí plasmable en el dibujo, la pintura o la gráfica, sino de los resabios de un surrealismo no ortodoxo que se consolidó por medio de pintores como Archile Gorki y Roberto Matta.
En 1968, Góngora se une a los impulsores del Salón Independiente, liderado por Felguérez. Persiste su amistad con Francisco Icaza, con quien comparte taller por varios meses durante ese año, al tiempo que exhibe periódicamente en la Galería Pecanins.
En la segunda versión del Salón Independiente presenta La maja semidesnuda, una ambientación que condensa su predilección por los temas eróticos, las liassones entre parejas, el desnudo femenino, los burdeles, los personajes masculinos vestidos con atuendos románticos, más su pasión por hacer referencia al arte del pasado. Realiza, asimismo, no glosas sino versiones inspiradas en las batallas de Uccello, cosas que después harían otros colegas suyos: Tomás Parra y Arnaldo Coen, por ejemplo. Con el primero de ellos estableció una entrañable amistad, que perduró hasta ahora.
Poca atención se ha prestado a su insistencia en exhibir instalaciones o ambientaciones. En la Galería Heller, de Nueva York, presentó una de tónica chicana, La María, con dos cromos del Sagrado Corazón de Jesús y del Santo Niño de Atocha, junto con dibujos suyos colgados en mamparas tapizadas profusamente con papel tapiz festoneado. Para esto, de tiempo atrás había creado un personaje imaginario denominado ''el pintor secreto", su función voyeurista se fincaba tanto en el mito, como en la posibilidad de mostrarse como agente provocador, según anotó Juan Cobarrubias, curador en 1982 del Museo del Bronx. Su ensayo sobre Góngora se titula ''Mitología, hermetismo y metapintura".
Durante otra estancia en México, publicó con Marcos Kurtycz una plaquette titulada La dama estrangula al armiño y presentó una exposición importante que reunió sus principales trabajos de los años sesenta en la Galería Pecanins, que todavía se encontraba en la Zona Rosa. A más de pintor, instalacionista y performancero, Leonel Góngora fue un notable dibujante a línea. Sus temas siempre son eróticos y la configuración de sus figuras es inconfundible.
En el acervo del Museo de Arte Moderno de esta ciudad hay tres telas suyas en las que emplea el collage. Una hace referencia a otro tema que siempre lo obsesionó: la guerra fría. La última vez que visitó México, hace dos años, transpiraba bonhomía y se le veía feliz.