Un artista del cuento

 

Guillermo Cabrera Infante

Hemingway, como Anton Chejov o Guy de Maupassant, ha sido y es un artista del arte de contar cuentos. Solamente su empeño en que lo consideraran un novelista o, como decía él no sin ironía pero también como aprecio propio, un gran maestro.

Nadie me haría volver a leer, ni amarrado, su Por quién doblan las campanas. Pero muchos de sus cuentos son obras maestras del género. No hay más que leer ''Los asesinos" para ver cómo unas pocas líneas amenazantes pero en apariencia casuales, crean una atmósfera de terror por el diálogo. Ese cuento solo originó toda la novela negra americana y el cine negro también. No existirían ni Dashiell Hammett ni Raymond Chandler sin esas pocas amenazas casi cotidianas que su cuento crea por medios estrictamente literarios.

Ernest Hemingway, el artista, se vio como Maupassant relegado por el publicitario de sí mismo. Pero no hay más que leer uno cualquiera de sus cuentos, como el titulado ''Una tormenta de tres días" para ver cómo su diálogo lleva de la mano una atmósfera creciente de preocupación o de amenaza.

Su mismo centenario ha resultado una ocasión para revisar su arte, que es considerable. Su premio Nobel sirvió para otras tantas comparaciones con su gran rival del sur, William Faulkner. Al final resulta que Faulkner es un poeta, pero Hemingway es un artista del diálogo esticomítico y de las tensiones ocultas, de un torcido arte de la precisión y la aparente ausencia de arte.

Como diría un académico, ars est celarem artem. El arte encubre al artista. Cuando es, de nuevo en el eterno latín, ars artium. El mayor arte de las letras.