Pescador inderrotable
Angel Bernal
El ser humano debe emprender la persecución de un destino, tener el ferviente deseo de enfrentar los retos que lo aguarden y no dejarse avasallar por el miedo. Necesita soñar tanto como sea su anhelo de persistir en la lucha cotidiana. Lo anterior podría ser, a grandes rasgos, el leitmotiv de la novela El viejo y el mar (1952) escrita por Ernest Hemingway, quien se inspiró en las vicisitudes de un pescador cubano, Santiago, personaje que encarna un ocaso que se niega a expirar y, por otra parte, Manolín, un muchacho que acompaña al protagonista de esa historia, no sólo por sentimiento de solidaridad sino por convicción, pues reconoce que abrevar en las enseñanzas de su mentor implica justipreciar la sabiduría que nos prodiga la escuela de la vida.
Con esta obra el escritor estadunidense, laureado con el Nobel 1954, indaga en la condición humana de suyo tan compleja y analiza la soledad, la dura relación del hombre con la naturaleza, el afán de vivir por encima de las frustraciones, la valentía física e intelectual y el sentimiento de la muerte.
''El viejo era flaco y desgarbado, con arrugas profundas en la parte posterior del cuello. Las manchas pardas del benigno cáncer de la piel ųque el sol produce con sus reflejos en el mar Caribeų estaban en sus mejillas''. Así describe el autor de Adiós a las armas, a Santiago, un ''viejo extraño''.
Ante la escasez de pesca, Santiago no puede ocultar su angustia, piensa en el porvenir y considera que ninguna persona ''debiera estar sola en su vejez'' , sin embargo asume que tal circunstancia ''es inevitable''.
Santiago inicia una aventura que lo lleve a demostrar que aún puede conseguir el sustento y navega en un mar que ''es dulce y hermoso'', pero que puede ser cruel. Sin su joven acompañante, el avezado pescador será sometido a una ingente prueba existencial. Luego de casi 90 días, el sedal es engullido por un pez del que en principio no advierte su gran tamaño. Allí, en el mar anónimo y libre, se desarrollará una batalla sin ambages entre el hombre y el especimen.
Resistir, la trinchera
Como diría John Steinbeck, en aquel escenario acuático de ''luces inciertas había más ilusiones que realidades''. Durante días, el viejo Santiago forcejea con el pez, trata de intuir sus movimientos y adivinar sus planes. ''Me gustaría verlo. Me gustaría verlo aunque fuera sólo una vez para saber con quién tengo que vérmelas''.
Aprovechar el tiempo debiera ser una preocupación invariable de la persona, alejarse de la ociosidad para no padecer los estragos de la pusilanimidad. Sin duda, el protagonista de El viejo y el mar todo tenía menos arredrarse ante los embates de la vida. Y si en la espera de vencer al pez, en algún momento flaqueó y se le ocurrió quedarse a la deriva, bien sabía que ello era imposible, pues a pesar de la falibilidad humana él no tenía por qué claudicar. La firmeza de sus convicciones lo hacía meditar: ''Un hombre no se pierde nunca en la mar. Y la isla es larga''.
Resistir hasta el final fue la trinchera que habitó Santiago, pues aunque deseaba la compañía de su joven auxiliar, ello no era posible. Estaba consciente de que el pez no desollaría sus manos, antes que eso ocurriera el pescador tendría que alzarse con el triunfo. ''Pez vas a tener que morir de todos modos'', sentenciaba el viejo.
Después de victimar a su oponente, como pudo, el pescador colocó en su embarcación al pez y lo amarró. Luego vendría la acometida del primer tiburón, que desgarró la carne del pez, pero sucumbió frente al arpón. Más tiburones atacaron, fueron vencidos por Santiago, pero sólo quedó el esqueleto del pez.
No obstante la visión derrotista de Hemingway, este literato de la ''generación perdida'' pugnó por tener un mundo mejor.
Como las olas que se estrellan contra los riscos, para demostrar que también ellas ocupan un lugar en la naturaleza, así el viejo Santiago era un ser porfiado porque ųnarra Hemingwayų ''el hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido pero no derrotado''.