José del Val
Impunidad de Estado
Como sedimentos geológicos se acumulan las gruesas capas de impunidad pétrea que están asfixiando la vida cotidiana en nuestro país.
A flor de suelo, sin necesidad de excavación, podemos leer el texto de nuestra historia reciente. Aún, a pesar de la diversidad de materiales y coloraciones de cada estrato, existe una constante en todos los sedimentos: la impunidad.
Ejecuciones de cuello blanco: de cardenales, de candidatos, de encumbrados políticos, de payasos, de soldadosÉ
Masacres de cuello oscuro: Aguas Blancas, Acteal, El Charco, El Bosque...
Descalabros mayores del patrimonio nacional, oscuras ventas de las empresas de Estado, errores de diciembres, turbios rescates bancarios y carreteros, dudosos blindajes de hidalgoÉ
La constante en este rosario interminable de tragedias es la absoluta y escandalosa impunidad de sus autores: materiales e intelectuales.
Mientras, la Cámara de Diputados, paralizada en su congénita impotencia para promover consensos sin cargada, y la de Senadores, con el freno de dedo puesto a toda transformación nacional.
Al mismo tiempo, el sistema de procuración de justicia, sin la menor idea ya de lo que es la justicia, se hunde en la metodología expediental de su propia impotencia.
Todo esto y mucho más como: los intentos de privatización de la educación superior que imparte el Estado, o el más reciente, de transferir la custodia del Patrimonio Cultural Nacional a las sociedades anónimas, encuentran su origen en la voluntad de un puñado de jóvenes iluminados que apoderándose de las instituciones del Estado decidieron llevarnos hacia el primer mundo.
Frente a nuestra incomprensión y rechazo, y en vista de la imposibilidad de convencer democráticamente a la mayoría de los mexicanos de sus certezas, decidieron dictarnos el camino y llevarnos a empujones hacia los altos horizontes de la plena modernidad.
Esta imposición ilegal, ilegítima e injusta sólo ha podido prosperar instaurando la impunidad como su medio ambiente; impunidad que rápidamente se ha extendido, contaminando todos los espacios sociales, destruyendo el tejido social mexicano.
Esa impunidad original ha abolido toda legitimidad política y ha permitido el desarrollo de extensas redes de complicidad en todos los espacios sociales, unificando, de facto, en un sólo proyecto, los intereses de petimetres con doctorado, con los intereses de bandas de criminales bien armados, ambos beneficiarios netos del ejercicio cotidiano de la impunidad.
Es por esta razón que necesariamente fracasan y fracasarán los pomposos programas nacionales de seguridad; es imposible combatir al crimen organizado sin empezar derrotando a la impunidad organizada; la impunidad de Estado.
¿Cómo combatirán la impunidad quienes fundan su ``legitimidad y proyecto'' en actos reiterados de impunidad?
Lo que hemos vivido la última década es el resultado de este brutal legrado de justicia elemental puesto en práctica por un puñado de tecnócratas autoritarios, aliados con la parte más pútrida del Estado corporativo mexicano.
El resultado está a la vista
La transición mexicana se encuentra paralizada por las inmensas capas de sarro que la impunidad ha depositado en la vida nacional.
Es por esta razón que los llamados a la negociación y el diálogo en todas las esferas de la vida nacional no prosperan, y por lo mismo que crece el descontrol social y el campo político es ocupado por los especímenes más turbios de la zoología política patria; obsérvese con detalle el ramillete de candidatos.
Las airadas llamadas al orden y la cordura por todos los flancos de la geometría política se estrellan en la muralla de impunidad, que ha convertido a México en un campo de batalla, en el que se desenvuelve una guerra civil de baja intensidad: de día, de tarde y de noche, en las calles, en los campos, en los centros de trabajo, en las universidades y las fábricas, en los medios de comunicación, guerra que todos los días reporta un número de bajas creciente.
Hoy, por encima de todos los males nacionales, predomina la epidemia de la impunidad; la impunidad visible y la peligrosa impunidad que se incuba en la conciencia de cada individuo que percibe el desorden social vigente como el enemigo de su supervivencia y la de su familia.
No nos engañemos, cualquier alianza, proyecto o programa entre nosotros debe tener como primer y único objetivo la guerra total contra la impunidad; permitir que sigan acumulándose capas de impunidad y correr de un espacio a otro a dar batallas de ocasión, por muy urgentes que parezcan, no hace más que alimentar el terrible cáncer de la impunidad.
De nada sirve combatir las llamas si no se acaba con el origen del fuego.
Hoy entre nosotros la disyuntiva es simple y trágica: impunidad o Patria.