Treinta y cinco años para el rencuentro
El coronel no tiene quien le escriba
El siguiente texto y las imágenes fueron tomadas del libro-memoria de la filmación de El coronel no tiene quien le escriba, editado por la Universidad Veracruzana
Enfrentarse a un clásico es siempre aterrador y tentador al mismo tiempo.
Aterrador porque uno sabe que se enfrenta no sólo a los amplios recursos de la literatura, más cimentados que los del cine, sino que se enfrenta también a la fértil imaginación de los lectores. Y sin embargo es tentador.
Tentador porque, huelga repetirlo, los clásicos son clásicos por derecho propio. Detrás de cada clásico hay la historia paladeable y bien contada que permanece ante modas y caprichos. Se acaban los mundos que originaron y que reflejaron los clásicos de la literatura. Ellos permanecen con la frescura del primer día. Homero está ahí para testimoniarlo.
El coronel no tiene quien le escriba es un clásico. Por ello me tentaba, me tentaba con esa historia de trazado certero y elegante. Una historia tan tersa como su prosa.
La historia del Coronel es una historia conmovedora por lo escueta, por lo entrañable que resultan las angustias y dificultades del viejo militar escarnecido por la vida. Las terribles miserias minúsculas de lo cotidiano, del hombre pequeño y común y corriente. Del hombre que somos todos nosotros.
La historia del Coronel tiene, sin embargo, en mí, un arraigo viejo.
Hace treinta y cinco años filmé mi primera película: Tiempo de morir. Fue un acto de audacia. Tenía yo veintiún años. Era la historia de un viejo. La escribió Gabriel García Márquez. Era el pasado remoto. Eran los años antes de Cien años...
El viejo de Tiempo de morir estaba unido con vasos comunicantes con el Coronel. Los unía la derrota y la dignidad. No era casual. Ambos tenían el mismo padre.
Desde entonces el Coronel me ronda la cabeza. Me ronda con la misma obcecada paciencia con la que el Coronel espera la carta.
El Coronel esperó a que yo envejeciera. Ahora, treinta y cinco años después, mucho más cercano en años al Coronel que al imberbe director debutante, me ha llegado el tiempo del rencuentro.
Pero me pregunto por qué el Coronel, terco y persistente, sobrevivió treinta y cinco años en los recodos de mi memoria.
Todos tenemos alternativas pendientes. Todos sabemos a ciencia cierta que casi todas se disuelven con los años y que, si acaso les llega su momento, las más de las veces han perdido su vigencia. Hablan de un otro yo, generalmente perdido y enterrado hace años, y muchas veces nos preguntamos, azorados, quién era ese que gestó ese pendiente en la memoria.
Con El coronel no tiene quien le escriba, rescate de la edición de guiones
No te muevas, Chalcaltianguis, que te voy a retratar: Luis Arturo Ramos
La tradición en México de editar guiones cinematográficos está prácticamente perdida, tal vez por dos sencillas razones: una, debido a que todavía el cine mexicano no se acaba de levantar de la lona y, la otra, que, por lo tanto, a nadie interesa recurrir a un guión que al ser convertido al celuloide poco o nada aportó a la cultura cinematográfica. A estas dos razones habría que añadirle una pregunta que en sí misma lleva la respuesta: Ƒhabrá un editor al que le interese invertir en una fina edición de un guión de cine mexicano?
Para los adictos al cine de culto, tener una edición de guión ya sea española, estadunidense, inglesa, francesa o alemana, es tan excitante como verle los calzones a su actriz-película favorita; está de más afirmar que son ediciones de arte con una solvente y larga tradición. Ahora en México, gracias a la realización de un viejo sueño del apreciado director Arturo Ripstein, con una coproducción entre México, Francia y España, y el interés de la Universidad Veracruzana que, además de contribuir con una significativa parte en la producción, tuvo la atinada idea de llevar el guión de El coronel no tiene quien le escriba (inspirado en la novela de Gabriel García Márquez de la mano de la guionista Paz Alicia Garciadiego) a una fina edición de un libro de arte que sienta un puntual precedente para las industrias del cine y editorial de México: un acontecimiento.
Y son pocos los editores y las imprentas que pueden llevar a efecto una empresa de tal magnitud. Así, la Universidad Veracruzana comisionó a Alberto Tovalín y David Maawad --quienes hace poco editaron el espléndido libro de fotografía e investigación sobre el fotógrafo veracruzano de principios de siglo Joaquín Santamaría--, que llevaron en una pirotecnia de virados al sepia y duotonos "para estar al tono con la película y la atmósfera garciamarquina", la edición del guión de El coronel a las exactas máquinas de Turmex Editores.
El resultado es único: los editores compaginaron una fascinante reseña-novela que Luis Arturo Ramos elabora en el set de filmación, Chacaltianguis, pueblo ribereño del Papaloapan; una confesión de Arturo Ripstein sobre sus motivos personalísimos para llevar a la pantalla grande la novela; un apunte de Paz Alicia Garciadiego, quien explica cómo y en qué condiciones existenciales escribió el guión, y con rigor absoluto el guión de El coronel no tiene quien le escriba.
Alberto Tovalín se llevó cinco meses en dar a luz esta edición que, además, corresponde a un libro de fotografía --otro género editorial en desuso en un país de fotógrafos--, El fotógrafo y editor. Asegura que la edición de El coronel rescata dos géneros "casi perdidos" de la industria editorial: la edición de guiones con propiedad y la de libros de fotografía".
La película, que se estrenará el 16 de septiembre en la ciudad de México, al mismo tiempo que la presentación oficial del libro, ha cruzado tres destinos que, tenga o no éxito el filme, quedarán para el endeble historial del género en un inobjetable libro de arte hecho por mexicanos (casi puro veracruzano), en todo el sentido de la expresión.
Para ilustrar el libro se tomaron imágenes de Ivonne Deschamps, que hizo la fotografía de la película; Federico García y Manuel González, quienes recogieron una verdadera iconografía de Chacaltianguis y sus pobladores antes y al tiempo de la filmación. El documento corresponde a una ficción verdadera: un pueblo que ahora conocemos gracias a una ficción novelada que cobra vida vía Ripstein en el celuloide. Las imágenes son de niños, niñas, el tendero, el portal, el río, el árbol, la plaza.... las cámaras en los entretelones... en las enaguas de Chacaltianguis.
La trama --libro-película-- se origina en el exuberante poblado del río Papaloapan, donde Luis Arturo Ramos sintetiza de la siguiente manera esa experiencia, por demás garciamarquiana: "... Y la orden de 'No te muevas Chacaltianguis, que te voy a retratar' retumbó por las callecitas, se arrinconó en los portales y zumbó sobre el doblez del río. Chacaltianguis despertó sobresaltado por el beso del cine, ese jicotillo irredento contra el que nada pudo el mosquitero tejido por los años de suponerse fincado en la margen indebida del Papaloapan (...)".
"--Y de qué se va a tratar la película?
--De un coronel viejo y flaco que promete mierda para el final.
Los chacaltiangueños (chaltianguenses, que de ambas formas asumen el gentilicio) más incrédulos consultaron a la maestra del pueblo o corrieron a comprar el libro para corroborar el vitalicio final anunciado en las recurrentes crisis sexenales.
--ƑMierda...? ƑY nos irá a alcanzar?".
Ripstein, a su vez, se convierte en personaje de la crónica de filmación de Luis Arturo Ramos, y éste le inquiere:
"--ƑNo te da miedo meterte con un premio Nobel? --le pregunté a Arturo Ripstein en un momento de envalentonada debilidad.
--No, porque ni ilustro, ni calco historias... Cuando me preguntan qué es el cine, respondo que es lo que no es otra cosa. El único elemento absolutamente incontrovertible es la cámara. Mi trabajo es hacer que la cámara escriba, defina, diga". (Elsa Gómez Monterrubio)