Enrique Calderón A.
Los tiempos del PRD

Por el voto de varios millones de mexicanos y mexicanas, el Partido de la Revolución Democrática gobierna hoy en cuatro entidades de la República y en muchas decenas de municipios a lo largo del territorio nacional. Su presencia en el Congreso de la Unión y en los congresos de los estados da fe de la existencia de otros miles de ciudadanos que, siendo minoría en sus estados, dieron también su voto al PRD, pensando que en él estaba la mejor opción para el país. Con todos ellos el PRD tiene hoy un compromiso y un mandato que para muchos de sus dirigentes y militantes pareciera ser de poca relevancia, a la luz de sus actos y declaraciones.

Porque México necesita de voces que denuncien la corrupción, y de hombres y mujeres decididos a luchar por la soberanía de la nación, por el patrimonio nacional, por un régimen de justicia social, por el restablecimiento de los derechos constitucionales, por un nuevo proyecto de nación, es que hay un Partido de la Revolución Democrática. Ante la dimensión de los retos y las amenazas que enfrenta el país, el pueblo espera más, mucho más de lo que hoy representa el partido, envuelto en querellas y luchas internas que se antojan tan mezquinas como estériles.

No es posible ignorar, por ejemplo, la actuación de Porfirio Muñoz Ledo, ni su transformación de estadista en peleador callejero, del gran senador de fin de siglo al aspirante frustrado, del gran estratega visionario al hombre encerrado en sus fantasías, que sin discurso convincente pregona la derrota, cuando no la tragedia. No es el único caso de obstinación y deslealtad a su propio trabajo. Empeñado en constituir y dar forma al partido político de izquierda más importante en la historia de México, hoy emplea su energía y su capacidad en destruirlo. Contrasta su caso con varios ejemplos de hombres y mujeres del partido que han dejado a un lado sus aspiraciones personales, por legítimas que fueran, en aras de servir a la causa por la que luchan.

Visto desde el exterior, el proceso actual de elección de su nueva dirigencia nacional está debilitando la imagen del partido, más allá de lo que sus líderes suponen. Acaso lo que el PRD requiere de sus cuadros y líderes es lealtad y humildad. La decisión de los dirigentes de las cuatro planillas que en las elecciones fallidas del 14 de marzo obtuvieron más de 90 por ciento de los votos, para presentar una nueva planilla de unidad, haciendo a un lado sus diferencias, constituyó un acto de humildad ejemplar que parecía resolver la problemática interna; no fue el caso, en la medida de la existencia de ambiciones que se antojan pequeñas, carentes de sustento y perversas en los efectos que buscan. Tiene razón el senador Félix Salgado Macedonio al sentirse ofendido ante los resultados de la elección interna anterior; lejos está, en cambio, de justificar su actuación en el actual proceso, basada más en la descalificación que en la propuesta. No parece estar solo en el intento: los deseos de golpear, de fracturar, de ensuciar y debilitar a Amalia García ante su triunfo predecible dan cuenta de una realidad peligrosa que el partido deberá enfrentar en el futuro.

No requiere mayor inteligencia entender las razones del PRI y del gobierno para golpear al PRD e instrumentar mecanismos para desarticularlo. Así ha sido y así seguirá siendo; la gente lo sabe. Entender las motivaciones de ataques e intentos de destrucción que provienen de su interior parece estar más allá de las posibilidades de la sociedad civil, que sólo mira con desconcierto y preocupación cómo el PRD se descompone y se encierra en las pequeñas luchas por cuotas de poder, mientras el país entero y sus grupos sociales se enfrentan solos a los mismos embates, a los engaños y trampas que provienen del poder, con tal de mantener el esquema de explotación al que con tanto éxito han sumido a la sociedad mexicana. Pareciera, por sus acciones, que unos pocos líderes del PRD tienen dudas de cuál es el camino que mejor responde a sus ambiciones. La pregunta obligada para muchos de los integrantes de la sociedad es si tiene sentido seguir creyendo en ese partido como la opción de cambio. Cuando tengan la respuesta la historia del futuro cercano se escribirá en consecuencia.