Nació en el Estado de Pernambuco, en el noreste brasileño, en un ingenio de azúcar ubicado en el municipio de Bom Jardim, a cien kilómetros de Recife. Su familia disfrutaba de un nivel de vida confortable. Fue el segundo de ocho hijos. El padre quiso que estudiara medicina pero la falta de medios adecuados para la práctica médica lo inclinó a cambiar por la carrera de abogado. Lo fue en serio, a favor de los campesinos y su recuerdo, hoy, a unos cuantos días de su muerte en un tránsito de angustia entre Tepoztlán y Cuernavaca, en la urgencia de un infarto, emociona al Brasil. Y a sus amigos mexicanos, aunque lo hayan sido de manera tan efímera como a mí me tocó serlo.
Fue Francisco Juliäo un exiliado en México, en una primera etapa cuando la dictadura militar se impuso en el Brasil en el año de 1964. Sufrió cárcel y destierro y las circunstancias lo trajeron a México que no era, por cierto, su destino original. Vivió en Cuernavaca, con Marta Rosas, su mujer mexicana. Con modestia, trabajando intensamente en la preparación de un libro sobre Zapata, líder agrario como él. Realizó más de doscientas entrevistas con testigos de la historia de Emiliano. Colaboró en Siempre! donde sus trabajos tenían el sentido social que hizo su vida.
En el noreste del Brasil, la región agrícola más pobre del país, de abogado de los campesinos acabó por convertirse en su dirigente fundamental. No era creyente sino marxista pero conocía la Biblia que leía permanentemente. Rechazaba la intervención de la Iglesia católica, aliada de los latifundistas y a cambio procuraba el apoyo de los grupos de protestantes para ayudar a la formación espiritual de los campesinos. Pero admirador ferviente de Juan XXIII, logró la reconciliación con la Iglesia y sus gentes reanudaron las misas y los bautizos. Jugó a la política y fue diputado estatal.
Regresó Juliäo al Brasil en 1979, después de catorce años de exilio en México con el proyecto de un partido político. Intentó ser de nuevo diputado pero no tuvo éxito. En Río de Janeiro empezó a escribir sus memorias. Pero ya no eran los mismos tiempos y decidió volver a Cuernavaca donde estaban sus amigos. Por situaciones económicas difíciles, Marta y él tuvieron que trasladarse a una casa diminuta en Tepoztlán. Con apenas lo indispensable para vivir.
Conocí a los Juliäo hace algunos años gracias a un amigo común muy querido, Manuel Perdomo Villarreal, industrial fabricante del mosaico veneciano, patriarca de una bella familia de gentes de trabajo, hijo del General Perdomo, quien fue en tiempos de Cárdenas gobernador de Morelos y nieto de Antonio I. Villarreal, presidente de la Convención de Aguascalientes. Un día, en Cuernavaca, los Perdomo nos invitaron a Nona y a mí a compartir una grata comida con Francisco y Marta. Charlamos de todo, a veces en medio de ese curioso dialecto que es el portuñol, mezcla difícil entre el español y el portugués. Nos encontramos en una espléndida afinidad alimentada desde antes y después, por lecturas mutuas. Al regreso de los Juliäo del Brasil Manuel me ofreció un nuevo encuentro. Nunca se produjo, me temo que por mi culpa.
Juliäo fue hombre universal. De la talla de Fidel Castro, a su manera. Y de Helder Cámara o de nuestro Sergio Méndez Arceo aunque parezca contradictorio comparar a un marxista con tan ilustres católicos. Vinculado a las luchas campesinas, promotor de la reforma agraria, en ningún momento dejó de pensar que la solución era la ley y no la violencia. Fue un revolucionario intenso pero pacífico, inteligente, culto, con el don de la palabra hablada y escrita y del carisma.
Me duelen muchas cosas. Sobre todo no haber tenido la oportunidad de alimentar nuestra amistad. Tengo el grave defecto de que no me doy tiempo para ello. Me abrumo de compromisos profesionales y académicos y no cumplo suficientemente con el deber de ser amigo.
Creo que del Fondo de Cultura Económica y del Colegio de México tendrían que hablar con Marta Rosas, la viuda de Juliäo, para encontrarse con ese material, que debe ser riquísimo, sobre la vida de Emiliano Zapata. Y con las memorias de Francisco, aunque hayan quedado sin terminar. Como también quedó inconclusa su labor social. Las cosas de sus ''camponeses'' siguen, me temo, tan mal como en sus tiempos.