Con El coronel no tiene quien le escriba, rescate de la edición de guiones


No te muevas, Chalcaltianguis, que te voy a retratar: Luis Arturo Ramos

sinfonola
La tradición en México de editar guiones cinematográficos está prácticamente perdida, tal vez por dos sencillas razones: una, debido a que todavía el cine mexicano no se acaba de levantar de la lona y, la otra, que, por lo tanto, a nadie interesa recurrir a un guión que al ser convertido al celuloide poco o nada aportó a la cultura cinematográfica. A estas dos razones habría que añadirle una pregunta que en sí misma lleva la respuesta: Ƒhabrá un editor al que le interese invertir en una fina edición de un guión de cine mexicano?

Para los adictos al cine de culto, tener una edición de guión ya sea española, estadunidense, inglesa, francesa o alemana, es tan excitante como verle los calzones a su actriz-película favorita; está de más afirmar que son ediciones de arte con una solvente y larga tradición. Ahora en México, gracias a la realización de un viejo sueño del apreciado director Arturo Ripstein, con una coproducción entre México, Francia y España, y el interés de la Universidad Veracruzana que, además de contribuir con una significativa parte en la producción, tuvo la atinada idea de llevar el guión de El coronel no tiene quien le escriba (inspirado en la novela de Gabriel García Márquez de la mano de la guionista Paz Alicia Garciadiego) a una fina edición de un libro de arte que sienta un puntual precedente para las industrias del cine y editorial de México: un acontecimiento.

Y son pocos los editores y las imprentas que pueden llevar a efecto una empresa de tal magnitud. Así, la Universidad Veracruzana comisionó a Alberto Tovalín y David Maawad --quienes hace poco editaron el espléndido libro de fotografía e investigación sobre el fotógrafo veracruzano de principios de siglo Joaquín Santamaría--, que llevaron en una pirotecnia de virados al sepia y duotonos "para estar al tono con la película y la atmósfera garciamarquina", la edición del guión de El coronel a las exactas máquinas de Turmex Editores.

El resultado es único: los editores compaginaron una fascinante reseña-novela que Luis Arturo Ramos elabora en el set de filmación, Chacaltianguis, pueblo ribereño del Papaloapan; una confesión de Arturo Ripstein sobre sus motivos personalísimos para llevar a la pantalla grande la novela; un apunte de Paz Alicia Garciadiego, quien explica cómo y en qué condiciones existenciales escribió el guión, y con rigor absoluto el guión de El coronel no tiene quien le escriba.

Alberto Tovalín se llevó cinco meses en dar a luz esta edición que, además, corresponde a un libro de fotografía --otro género editorial en desuso en un país de fotógrafos--, El fotógrafo y editor. Asegura que la edición de El coronel rescata dos géneros "casi perdidos" de la industria editorial: la edición de guiones con propiedad y la de libros de fotografía".

La película, que se estrenará el 16 de septiembre en la ciudad de México, al mismo tiempo que la presentación oficial del libro, ha cruzado tres destinos que, tenga o no éxito el filme, quedarán para el endeble historial del género en un inobjetable libro de arte hecho por mexicanos (casi puro veracruzano), en todo el sentido de la expresión.

Para ilustrar el libro se tomaron imágenes de Ivonne Deschamps, que hizo la fotografía de la película; Federico García y Manuel González, quienes recogieron una verdadera iconografía de Chacaltianguis y sus pobladores antes y al tiempo de la filmación. El documento corresponde a una ficción verdadera: un pueblo que ahora conocemos gracias a una ficción novelada que cobra vida vía Ripstein en el celuloide. Las imágenes son de niños, niñas, el tendero, el portal, el río, el árbol, la plaza.... las cámaras en los entretelones... en las enaguas de Chacaltianguis.

La trama --libro-película-- se origina en el exuberante poblado del río Papaloapan, donde Luis Arturo Ramos sintetiza de la siguiente manera esa experiencia, por demás garciamarquiana: "... Y la orden de 'No te muevas Chacaltianguis, que te voy a retratar' retumbó por las callecitas, se arrinconó en los portales y zumbó sobre el doblez del río. Chacaltianguis despertó sobresaltado por el beso del cine, ese jicotillo irredento contra el que nada pudo el mosquitero tejido por los años de suponerse fincado en la margen indebida del Papaloapan (...)".

"--Y de qué se va a tratar la película?

--De un coronel viejo y flaco que promete mierda para el final.

Los chacaltiangueños (chaltianguenses, que de ambas formas asumen el gentilicio) más incrédulos consultaron a la maestra del pueblo o corrieron a comprar el libro para corroborar el vitalicio final anunciado en las recurrentes crisis sexenales.

--ƑMierda...? ƑY nos irá a alcanzar?".

Ripstein, a su vez, se convierte en personaje de la crónica de filmación de Luis Arturo Ramos, y éste le inquiere:

"--ƑNo te da miedo meterte con un premio Nobel? --le pregunté a Arturo Ripstein en un momento de envalentonada debilidad.

--No, porque ni ilustro, ni calco historias... Cuando me preguntan qué es el cine, respondo que es lo que no es otra cosa. El único elemento absolutamente incontrovertible es la cámara. Mi trabajo es hacer que la cámara escriba, defina, diga". (Elsa Gómez Monterrubio)

El coronel, en cambio, mantiene --a tantos años de distancia-- vasos comunicantes con el hombre que soy ahora. Comulga cabalmente con mi manera actual de ver el mundo y la vida. Se nutre de mis mismas obsesiones.

Porque la historia del coronel tiene, a mi entender, como las cebollas, tres estadios, tres lecturas, tres tonos de voz, tres memorias.

La primera: un hombre agobiado por el hambre y la burocracia. Un hombre tenaz que espera y desespera en el muelle aguardando el barco que le debe traer la pensión prometida. Es la historia que de manera más evidente nos viene a los lectores a la cabeza cuando recordamos al Coronel. Es la más hablada, comentada, aludida.

Pero debajo de esta historia se encuentran escondidas dos historias paralelas. En ellas están la carne y las entrañas del Coronel. Eran estas historias las que se anclaron en mi memoria.

Una de ellas era la historia de amor.

La historia de un amor de viejos, que por años se han madurado rencores y reproches. Que por décadas se han conocido las manías y los sueños. Que se han tenido rabia y paciencia, y que a tantos años de distancia --y con tanta rabia y desvelo entre medios-- se siguen guardando el mismo amor enamorado de los años tiernos.

Es un amor recatado, prudente, sereno. Un amor que no necesita ya de palabras ni de gastos. Un amor que se sabe del otro y en el otro.

Después de mi última película --Profundo carmesí--, que versa sobre el amor loco, el amor que arrasa y devasta todo lo que encuentra como una tromba de finales de verano, para mí era necesaria una disquisición sobre ese otro amor, el prudente y discreto. El amor de todos los días. El amor del hombre cotidiano. El amor discreto y comedido del Coronel por su mujer.

Un amor que mantiene, a su vez, la misma intensidad, la misma entrega, los mismos celos apasionados, aunque ahora el objeto de los celos sea un gallo, al que el viejo militar prodiga mimos y atenciones que la mujer reclama para sí. Le tiene celos de hembra, y reacciona con artimañas de hembra herida.

Quiero hurgar. Hurgar con ternura y compasión en esta pareja, con tanta historia a cuestas que ya se le acabó la historia.

Hurgar sin recato en el corazón de este viejo caballero tan lleno de recatos.

Y ahí, en el caballero recatado de antaño, encuentro los vasos comunicantes con el tercer nivel de lectura que me resalta de El coronel no tiene quien le escriba.

El Coronel es un utopista, un iluminado, un Quijote de traspatio y de corrales, aferrado contra viento y marea a una causa: su gallo de pelea, que le ha de devolver de la condición de mancillado y ultrajado al que lo ha sometido la pensión incumplida.

El coronel es un desesperado.

Se ha construido --como todos los utopistas-- una torre de naipes, endeble y engrasada, una utopía pequeñita, de esas que se esconden en los estantes de la cocina. Una utopía que le permita recuperar el rostro y la dignidad arrebatadas.

Que le permita recuperar, por sobre todo, el mundo que le han robado. El mundo de antes, al que él pertenecía. Ese mundo con reglas y valores que se murió al Coronel antes de tiempo.

El coronel sobrevivió a su mundo. Y le pasa. El Coronel es un hombre decente. Pertenece a esa Arcadia perdida en el pasado en el que las cosas tenían orden y concierto. Sobrevivió a la desaparición de la Arcadia. Desde entonces vaga sin rumbo fijo, con la mirada perdida. Derrotado, solitario, mancillado. Sólo guarda su dignidad y su decencia. Sólo lleva en el pecho a su mujer, tan quebrada por la vida y tan sobreviviente como él.

Siempre me he preocupado pro los sobrevivientes. Mis personajes son, por lo general, refractarios a la razón y a la prudencia. Se les está acabando el mundo y no se arredran. Se aferran a sus sueños con la fuerza ciega de los locos, de los enajenados. Van a sobrevivir. Así lo han dispuesto.

El coronel se aferra a sus quimeras con igual intensidad que mis otros derrotados. Con la misma pasión y la misma convicción. A él también le arrebataron los sueños.

Pero el mundo del coronel no va a desaparecer. Ya desapareció. El coronel no va sobrevivir. Ya sobrevivió. Por eso incluso su utopía es más derrotada, más triste y más hermosa. Es una utopía sin un mundo en el cual anclarse.

Por eso sabe que ya no lo pueden derrotar más. Le acabaron el mundo. Le acabaron el tiempo. Sólo él permanece.