El plan Barnés no fueron las cuotas. Contrario a lo que se pensaba, no hay "un error" de Barnés, al haber lanzado su plan en un año con las particularidades e inestabilidades de 1999; se impone la idea de una provocación de amplia envergadura ligada directamente con la estrategia para eliminar a la Universidad Nacional como un referente progresista y democrático, en el año 2000.
El punto de partida es que, para la derecha ultramontana y la oligarquía neoliberal, la UNAM es un estorbo, pues por naturaleza esta universidad fortalece en sí misma a los sectores democráticos y progresistas del país y constituye un obstáculo al proceso de integración a la globalización y la destrucción de la identidad nacional. Su influencia es nodal en la situación política y las grandes disyuntivas, como se demostró en 1988, en el que coincidieron los aspectos sociales e históricos del cardenismo con la esperanza de rescatar al país y fortalecer el espíritu nacional, que identificaron a sectores amplios de la intelectualidad, los profesionistas y la cultura. La UNAM logró reunir a los jóvenes y los ancianos, a los pobres y los sectores medios y empresariales, a los campesinos con los estudiantes y los obreros urbanos. Es por ello que, más que imponer un sistema de cuotas solamente, la provocación en marcha es destruir como referencia progresista a la UNAM y anular su papel activo, en la promoción del cambio democrático. Su mezcla de masividad y excelencia, pluralidad y composición social, es intolerable para quienes han impulsado la destrucción de las bases de un desarrollo propio para el.
La destrucción de todos los puentes y posibles interlocutores en el conflicto, la campaña contra el PRD y el gobierno del Distrito Federal, como autores intelectuales de la huelga estudiantil, fueron todas acciones en contra de una posible solución pronta del conflicto. Aislado y con los puentes rotos, el CGH se refugió en la idea de resistir a la imposición del Consejo Universitario sobre el reglamento de pagos, descuidando la idea de que era necesario transformar a la UNAM y que la energía del movimiento y la solidaridad de maestros, investigadores y trabajadores expresaba un problema más de fondo en contra del sistema de cuotas y eventual privatización del sistema de enseñanza pública: el sectarismo y el oportunismo afloraron necesariamente. Si en 1987-89 la Comisión Organizadora del Congreso Universitario cometió el error de caer en la trampa de un largo proceso que desgastó y dividió las fuerzas universitarias por el cambio. Lejos está una solución de fondo; no hay perspectiva ni frente a la huelga ni frente a una estrategia de transformación.
Por lo que se aprecia, ni a Barnés ni al gobierno federal, mucho menos al PRI y al PAN, les interesa que la huelga se levante. La idea es que la huelga se pudra sola, asilada, y con ella, la identidad misma de la UNAM. Barnés y quienes lo respaldan fuera de la UNAM lanzaron su ofensiva exactamente pensando en esa reacción, y por eso destruyeron ellos mismos, a través de los medios de comunicación, toda interlocución para una reforma universitaria y el levantamiento ordenado y por consenso de la huelga. La actual dirección estudiantil contiene la fuerza del movimiento de 1987-88, pero carece de la claridad para convertir la huelga en una fuerza universitaria permanente a favor de los cambios que requiere la UNAM para favorecer a los sectores más pobres.
Barnés no es el caso de González Casanova, pero la huelga sí puede reproducir aquel escenario, si no se antepone la idea de la transformación educativa al frente y se transforma la huelga en una fuerza de cambio permanente más allá del paro. Actualmente, el escenario del empantanamiento promovido desde el gobierno y la rectoría es la misma táctica usada contra el CEU y la COCU en 1987 y la misma que llevaron a Chiapas y los acuerdos de San Andrés: desgastar, dividir, aplastar. Si justamente esto es lo que tratan de evitar, la actual dirección del CGH está ante un punto de inflexión sobre la eficacia de la huelga como punto de partida de la transformación, pues si la huelga es el punto de llegada, el peligro es que esta se convierta en un escenario a favor del proyecto que representan Barnés y el neoliberalismo, que desprecian a la UNAM y pretenden anularla como articuladora de la conciencia nacional a favor del cambio progresista. Barnés no está en el piso y acorralado como unos creen, sino fortalecido como político inescrupuloso, por haber logrado aislar a la UNAM y neutralizar a los sectores más prestigiosos del país: sus investigadores, maestros, docentes. Si la estrategia de Barnés se originó como parte de una alianza ultraconservadora hacia la sucesión presidencial Ƒlos estudiantes podrán salir de la trampa y hacer del conflicto un reagrupamiento de fuerzas a favor del cambio? Esa es la disyuntiva.