La Jornada Semanal, 25 de julio de 1999



(h)ojeadas

Mujeres y escritura

Sandra Lorenzano

Marina Fe (coordinadora),
Otramente: lectura y escritura feministas,
UNAM (PUEG, Facultad de Filosofía y Letras)/
Fondo de Cultura Económica,
México, 1999.

Parece querer salirse ahora por mi útero como si los cuerpos poéticos forcejearan por irrumpir en la realidad, nacer a ella, y hay alguien en mi garganta, alguien que me estuvo gestando en soledad, y yo, no acabada, ardiente por nacer, me abro, se me abre, va a venir, voy a venir'', escribió Alejandra Pizarnik en su libro Extracción de la piedra de la locura. Cito este fragmento no sólo por el placer de volver a la poesía, o porque la poesía me deja bucear desde otra perspectiva en la densidad de lo ensayístico, reencontrarme -como sugieren algunas líneas de la crítica feminista- con un espacio en el que cuerpo y logos no son excluyentes sino los hilos que van tejiendo las palabras, sino también porque estas líneas de Pizarnik permiten leer algunas de las preocupaciones sobre las que diferentes propuestas del feminismo han reflexionado y trabajado: entre otras, la relación entre cuerpo femenino y escritura, o la relación entre algo que podríamos llamar identidad femenina y las características de un cierto tipo de lectura/escritura. Es decir, ¿de qué estamos hablando cuando hablamos de literatura de mujeres? ¿Hay una especificidad de lo femenino que pueda rastrearse en lo literario? ¿o es más bien el modo en que leemos el que le otorga esa ``especificidad''? ¿Cómo evitar los esencialismos y las complacencias, sin cancelar las tan necesarias y festejables complicidades críticas y vitales? ¿Cómo pensar la literatura femenina en Latinoamérica? ¿Qué caminos tomar para no hacerle el juego al mercado en este supuesto boom de escritura de mujeres? ¿Cómo pelear por lo político sin olvidar lo estético? ¿La academia o la acción? ¿Reformistas o radicales? ¿Crítica norteamericana o crítica francesa? ¿Y las italianas? ¿Y nosotras?... ¿Y nosotras?

A pesar de lo que plantea Charlotte Broad en su estupenda introducción -en realidad un denso y complejo ejercicio metarreflexivo- a la colección de textos que forman el libro, en el sentido de que ``La forma interrogativa es un recurso estilístico irritante usado por muchas de estas feministas'', no puedo evitar hacerme éstas y otras preguntas que me acompañan desde hace varios años y que Otramente me ha llevado a plantearme una vez más, por lo que mi propuesta es menos dar una visión ordenada y completa del libro, que expresar algunas de estas inquietudes. Por supuesto, en este viaje partimos de ciertos elementos seguros; el primero es la necesidad de reflexionar sobre estos temas, y no sólo la necesidad sino la responsabilidad ineludible de hacerlo; el segundo es la importancia de no convertir tales reflexiones en largos y egocéntricos monólogos (aunque se trate de monólogos ``a muchas voces'') sino en -perdón por la obviedad- diálogos que no cancelen las diferencias (de clase, de nacionalidad, de preferencias sexuales) y, más bien, las vuelvan productivas, fructíferas, enriquecedoras. De ahí la importancia de un libro como Otramente: lectura y escritura feministas, donde las complicidades permiten que se entretejan diversas comunidades a través de ``los vínculos entre textualidad y sexualidad, entre género y cultura, entre identidad y poder''.

Marina Fe y Marisa Belausteguigoitia relatan, en la presentación del libro, el modo en que un grupo de profesoras (y algunos profesores) de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM decidió juntarse a pensar y a disfrutar pensando juntas sobre estos temas. Nació así el ``Seminario interdisciplinario de escritura femenina'' (SIEF). Parte de ese trabajo de reflexión y análisis consistió en seleccionar un conjunto de artículos escritos por teóricas feministas, fundamentalmente de Estados Unidos, en la década de los ochentas, y darse a la tarea de verterlos al español. El resultado son las casi trescientas páginas de Otramente, formado por las estupendas traducciones -algo no demasiado frecuente y absolutamente agradecible- realizadas por Flora Botton-Burlá, Argentina Rodríguez, Claudia Lucotti, Marina Fe, Julia Constantino, Claire Joysmith, Eva Cruz y Nattie Golubov.

La selección realizada tiene pros y contras. Entre los primeros está, por supuesto, el acercar a nuestra lengua algunos de los principales textos que se han escrito en el ámbito de la teoría y la crítica feministas. Como elemento problemático veo el recorte geográfico propuesto, ya que empobrece en demasía el panorama (aunque, como sabemos bien, las fronteras políticas no delimitan homogeneidades sino tensiones y diferencias, por lo que, a pesar de este sesgo, afortunadamente no queda suprimida la diversidad de posiciones teóricas). Por otra parte, y tomando en cuenta la riqueza de las reflexiones posteriores a los ochentas, creo que el SIEF tendría que pensar en este libro (quizás ya lo ha hecho) como en un primer paso que dé lugar en el futuro a nuevos volúmenes donde se escuchen -se lean- otras voces: las de las autoras francesas, inglesas, italianas y, por supuesto, las latinoamericanas o latinoamericanistas, que las hay y muy buenas.

Una de las búsquedas que comparten varios de los artículos antologados es la construcción de nuevas genealogías. Si durante siglos las mujeres han sido excluidas del canon literario occidental (para decirlo de un modo que le encantaría a Harold Bloom), recuperar su presencia en la historia de la literatura es, sin duda, un gesto político importante. Pero cobra mayor importancia aún si no se queda solamente en un nuevo listado de nombres que complementa o corrige el listado de nombres masculinos que ha imperado y, en lugar de eso, se propone cuestionar los criterios de conformación de tales selecciones, los criterios de valoración de los textos; es decir, si pone en evidencia el carácter histórico, cultural y artificial de algo -el canon- que se nos ha dado como ``natural'' y ``ahistórico''. La construcción de este canon teórico alternativo -a pesar de las declaraciones antiteóricas de muchas de las autoras-(1) no está exenta de desacuerdos e incluso de peleas a muerte (el artículo de Nina Baym, por ejemplo, es especialmente beligerante). Pero no estoy tan segura de que, como lo plantea Showalter, ``...la crítica feminista [no] pueda encontrar un pasado útil en la tradición crítica androcéntrica''. Me parece que, como en el caso de la crítica latinoamericana, se trata de ``saquear'' todos los archivos posibles y usarlos a fin de pensar nuestra propia realidad. No restar sino sumar crítica y creativamente.

Esta tendencia a la recuperación de las ``voces olvidadas'' -le estoy robando el título a un libro publicado por el PIEM de El Colegio de México- ha sido dominante en la crítica angloamericana, y en gran medida es la que guía la reflexión feminista en Latinoamérica. No tengo ninguna duda acerca de la fundamental labor política de este tipo de trabajo; sin embargo, sus derivaciones no dejan de inquietarme. Haber tomado la pluma para convertirse en sujetos de su propia enunciación es una de las grandes rupturas -a veces silenciosa, a veces deliciosamente escandalosa- que han realizado las mujeres. No obstante, creo que hay una pregunta que la crítica literaria no puede dejar de lado: ¿toda la llamada ``literatura femenina'' es valiosa por el solo hecho de haber sido escrita por mujeres? Sin duda, en un primer momento contestar afirmativamente esta pregunta tuvo un sentido en el que lo político y lo poético aparecían confundidos, y tal vez ahí residiera su valor. Creo que hoy este problema, como tantos otros del pensamiento contemporáneo, se ha multiplicado y ramificado en el sentido del rizoma deleuziano; incluso aquella ecuación -considerada como algo casi obvio- que identificaba literatura de mujeres con escritura femenina está en crisis. ¿Ayuda en algo pensar, en cambio, que la especificidad de la escritura femenina no puede buscarse en el corte biológico sexual sino en el posicionismo frente al poder, como proponen algunas críticas más cercanas a la teoría francesa? Dice la escritora chilena Diamela Eltit: ``Parece necesario acudir al concepto de nombrar como lo femenino aquello que desde los bordes del poder central busque producir una modificación en el tramado monolítico del quehacer literario, más allá (de) que sus cultores sean hombres o mujeres...''(2) Aunque este tipo de postura pareciera respetar de alguna manera la dicotomía femenino/masculino, identificado, en este caso, lo segundo con lo centralista, autoritario, monológico, y lo femenino con lo disperso, lo desafiante, lo descentrado (y no simplemente defendiendo el biologicismo del cuerpo y el lenguaje femeninos desde la perspectiva del psicoanálisis freud-lacaniano, como lo plantean de manera bastante sesgada algunas de las autoras antologadas en Otramente -Nina Bayme, Elaine Showalter-), el principal objetivo es desarticular los estereotipos, difuminando sus límites, desdibujando sus fronteras. Es decir, busca oponer lo múltiple y heterogéneo a los esquemas de pensamiento binario. Por supuesto, no toda la literatura escrita por mujeres tiene que ver con el deseo, puesto en estos términos, ni con la subversión. ¿Cómo enfrentar desde la crítica el hecho de que muchas obras son en realidad una suerte de ``puesta en texto'' de las características de los discursos más autoritarios, misóginos y conservadores de la sociedad? El primer paso para ubicarnos frente a esto -no importa cuál sea el punto de vista de cada una- quizás sea aprender a descentrarse, a descolocarse (en el mejor sentido) para que podamos leer de otra manera. Sin duda, Otramente es un importantísimo paso en ese aprendizaje.

Escribe Rachel Blau DuPlesis en el artículo que da nombre al libro, texto seductor en su complejidad y que apuesta a la ruptura de convenciones:

En este hablar y atar múltiples fronteras, quisiera terminar con una pequeña anécdota relatada por una de las mediadoras para la paz en Chiapas, que puede servirnos para pensar en las relaciones entre sexualidades y textualidades, entre poderes y márgenes, no sólo en la práctica de la escritura:

Y en eso andamos también nosotras, ¿o no?



N o v e l a


La significación de la incertidumbre

Silvia Eugenia Castillero

Jorge Volpi,
En busca de Klingsor,
Seix Barral,
Barcelona, España, 1999.

``Parte del horror absoluto y de la armonía de las profundidades abismales, de la descabellada magia del vértigo infinito puede expresarse de manera numérica'', dice George Steiner. Esta podría ser la premisa de la novela En Busca de Klingsor de Jorge Volpi.

Ambientada en el nazismo, una de las mayores grietas que ha dejado la historia de la humanidad, la obra es un tablero de juego, en donde el mal y el bien, el azar y la ciencia, la ficción y la historia, se retan durante un largo combate. Pero no solamente el escenario es la guerra: también lo es la evolución de la física moderna. Tal vez por eso cada capítulo, cada apartado, parece obedecer a las leyes de la física, y nos sumerge en las profundidades del juego, donde, a decir de Steiner, ``el espacio se descompone en mitades extrañamente simétricas. Cada movimiento representa el aturdidor postulado de la cosmología moderna según la cual no existe un movimiento en el universo que no afecte y no sea afectado por todo otro movimiento, que toda la masa y toda la energía interactúan a la manera de una malla fina y multidimensional''.

En busca de Klingsor es la búsqueda del corazón de la propia novela, del núcleo de la materia, del centro del Cosmos. Porque Klingsor es un electrón y es Dios: ``No se comporta como una sola persona, sino como una pluralidad de ellas, un enjambre de deseos y apetitos, una nube de emociones violentas que recorre todo el espacio que tiene a su merced.'' Dos personajes, Gustav Links y Francis P. Bacon, quienes no son más que el lenguaje mismo, nos ofrecen el germen de todos los sentidos posibles, nos guían por el entramado del mundo azaroso del juego, de la interpretación humana del Universo y de la obra misma.

Frente al tablero, la virtud decisiva del relato de nuestros guías, la gran maestría de sus jugadas, es la de reemplazar la incertidumbre de cada uno de los personajes, de cada una de las fuerzas de la materia, de los pensamientos y sentimientos ahí entremezclados, en actos de significación de los que, uno por uno, los elementos que la integran se van sintiendo responsables. Entonces se ilumina de manera momentánea la oculta lógica de la posición en la que subyacen, entretejidas y tensas, ciertas armonías que a final de cuentas deben gobernar la contienda. Sin embargo, cada subsecuente movimiento inicia una realidad de posibles ataques, de despliegues encubiertos en un laberinto interminable. Esa es la humanidad y su historia, nos dice entre líneas el autor.

¿Dónde está la verdad? ¿Dónde el fin y el principio? ¿Dónde el bien y el mal? La relatividad es el fantasma que recorre el mundo de fin de milenio de la novela. A diferencia de Virgilio, que conocía cada círculo del universo profundo del más allá medieval, nuestros héroes están perdidos entre los círculos del mal, como si fueran fracciones del átomo de uranio destinadas a propagar su perversidad para destruir a sus adversarios. Porque, no lo olvidemos, la contienda del juego hace resaltar el sentido suicida y autodestructivo de cada partida perdida.

Gustav Links y Francis Bacon son dos partes que integran al héroe de la obra, como dos partículas que, obedeciendo a una mecánica de atracción y repulsión, formaran su compleja materia. Este personaje sigue el camino común de la aventura mitológica del héroe: separación-iniciación-retorno. En los mitos, el héroe inicia su aventura desde el mundo de todos los días hacia una región de prodigios sobrenaturales. Se enfrenta a fuerzas fabulosas y gana una victoria decisiva. El héroe regresa de su misteriosa aventura con la fuerza de otorgar dones a sus hermanos. Parsifal, después de vencer el mal, redime al rey Amfortas y, con él, a los caballeros del Santo Grial. Sin embargo, nuestros héroes, aun cuando se sumergen en los mundos ocultos del inconmensurable e incomprensible Klingsor, aun cuando sumergidos en la perversidad logran amar, acaban siempre traicionando. Pierden, son vencidos por la mentira y el odio. El demonio les hace jaque mate. ``Lejos de Dios sus heridas continuarán supurando por toda la eternidad.''

El algoritmo que se logra adivinar en la escritura de Jorge Volpi es el proyecto de una lengua universal, es decir, rebelarse contra lo dado (la historia, la física, el lenguaje mismo) y reconstruirlo, redefinirlo en una dimensión cósmica, a la altura de Dios, recomenzando desde cero para no hacer surgir su historia de la palabra, sino arrancarle la palabra a la Historia.



N o v e l a


Cuando cumplimos
más de ¿treinta?

Ana Ivonne Díaz

Helen Fielding,
El diario de Bridget Jones,
Lumen Femenino,
Madrid, España, 1995.

Hace ya un tiempo que la escritura de mujeres sobre mujeres ha tenido un éxito rotundo no sólo en México sino en varios países del orbe. Sin embargo, pareciera que, libro a libro, el lector se ha ido acostumbrado -algunos nos negamos aún- a sufrir, al unísono de la autora, la poco afortunada condición femenina ante un mundo de hombres y de machos. Las mujeres lloran, se consuelan, se vuelven solidarias y defienden el género que, a capa y espada, ha estado marcado por la cultura del dolor.

Pocas autoras asumen, en su discurso personal y en el de sus personajes, la no catalogación moral que esta misma condición conlleva. Este es el caso de Bridget Jones, quien al cumplir los treinta años es alcohólica, adicta a los juegos de lotería y a la silueta de modelo. Vive sola, trabaja en una editorial e intercambia mensajes insinuantes por e-mail, tan de moda en estos tiempos, con un compañero de oficina. Desde luego, figuran sus padres, empeñados en casarla; odia alas ``petulantes casadas''; sus amigas son lectores febriles de libros de autoayuda, y tiene una madre que termina fugándose con un latin lover porque descubre ``el poder erótico que toda mujer tiene''.

Hasta aquí, la distancia y diferencia de culturas -la autora es de nacionalidad inglesa- no cambia la situación de las mujeres que rebasan los treinta y que forman parte, o casi, de esa clase social denominada yuppie, que se preocupa por pasar los fines de semana -en compañía de un tipo bien vestido, cortés y adinerado, si lo consiguen- en Acapulco, Tepoztlán o Malinalco, y muestran en su ropa la marca de un diseñador. En nuestro país al menos, los ejemplos abundan.

Lo que resalta en el diario de Jones (independientemente de una prosa precisa y limpia, así como de unos personajes masculinos inteligentes y con un estupendo sentido del humor, y de las vicisitudes más que divertidas, hilarantes de los días que va anotando religiosamente a lo largo de un año) no es otra cosa que una actitud mucho más transparente frente a la de su condición femenina, tal cual, a pesar de la neurosis propia de nuestro tiempo: ``debo beber menos de 14 copas a la semana, debo tener confianza en mí misma, no debo enamorarme de alcohólicos, adictos al trabajo, misóginos, listillos del sexo, gorrones emocionales o pervertidos... debo comer más legumbres... debo... debo''. Sin embargo, tal actitud no mina un interior lleno de voluntad, con metas establecidas y propósitos para sortear hasta la soltería, que para ella es una auténtica tortura a raíz de que su madre no concibe la existencia femenina ``sin un hombre que te respete y dé la cara por ti''. A lo largo de las páginas de su diario, Bridget encuentra que el mundo es algo más complicado que organizar una fiesta de cumpleaños, aunque no hay que lamentarse por ello.

Si bien es cierto que Helen Fielding nos muestra una mujer dependiente, con baja estima y anoréxica, en el trasfondo de la prosa se encuentran preocupaciones legítimas, sin concesiones: la situación económica y política de su país, el amarillismo de los medios, la mercantilización de las conductas, la xenofobia, las prácticas sexuales sin compromiso, el desempeño profesional, la infidelidad masculina y, lo que es aún más importante, la convicción de que ser mujer no implica el azote continuo. Habría que agradecerle a la autora el proporcionarnos no un muro de lamentos, sino un remanso dentro de la literatura femenina.



N o v e l a


La herencia y la diferencia

Enrique Héctor González

Edward Rutherfurd,
London,
Ediciones B,
Barcelona, 1998.

Hay libros que parecen óleos o viñetas; otros cuyo ritmo recupera el oleaje de una sinfonía marítima o los efluvios de una rapsodia reptante; algunos más serán minuciosas miniaturas o robustos enjambres de escenas dispersas e inolvidables: London, la exitosa novela de Edward Rutherfurd, parece más bien una obra arquitectónica en cuya espantosa, paciente construcción se puede suponer una investigación de varios años a la que, en nuestro medio, sólo muy pocos novelistas acuden (por ejemplo, Fernando del Paso y a ratos Carlos Fuentes), pues implica un aliento y una voluntad de escasa representación, para decirlo en términos de Schopenhauer. La solapa del considerable volumen apenas anota que su autor ha escrito ya otras dos novelas de carácter histórico y muestra una fotografía desconcertante, pues su pasmosa juventud contrasta con la impecable reedición de dos mil años de historia real (la de la ciudad de la niebla), entreverados a veinte siglos de ficción vegetal: seis o siete árboles genealógicos de personajes inventados, inventariados a la luz mortecina de una empresa incandescente, vale decir, la de un país al que Rutherfurd ha radiografiado con ejemplar, escrupulosa erudición libresca.

Porque London no es sólo -lo que ya sería bastante- un espejo frente al que la ciudad más vanidosa del mundo (París será orgullosa, Roma arrogante, pero les falta el alma de la flema) se mira durante dos mil años. Rutherfurd, cuya tenacísima pluma (hipérbole e hipálage debidas a Borges) sabe subir andamios y organizar el espacio narrativo como quien distribuye con soltura los días y los años en el almanaque de la memoria colectiva, trazaÊademás en el libro, con y sin querer, la historia espiritual de Inglaterra. La vacilación preposicional obedece a que no se trata, strictu sensu, de una obra histórica, sino de una recreación amable y generosa; al mismo tiempo, Ruutherfurd armoniza de tal modo la herencia y la diferencia, la historia y su invención que, a partir del nutrido bagaje de conocimientos que baraja, nos alecciona suficientemente sobre diversos asuntos: nunca habrán de entenderse mejor los cimientos morales del puritanismo, la atribulada religiosidad anglicana, la delirante comunión de los lores y los comunes, los tories y los whigs, los perversos dictámenes del azar (un incendio, una carta que salva una dinastía) y la razón (Newton tirándose a la velocidad de una manzana desde el palimpsesto de lo que después sería el espigado Big Ben), como en esta novela suculenta, exquisitamente mimética: su sabia lentitud es la del río al que le sonríe.

Los personajes ficticios de London (pues también aparecen Donne, Fielding, Shakespeare, un ingenioso Chaucer y, por supuesto, la caterva de Estuardos y Plantagenets que reconoce la historia) son, asimismo, otra muestra del hábil manejo de contingencia y determinismo que armoniza la novela. Se trata de seis, siete familias cuyos destinos se entrelazan caprichosamente a lo largo de los siglos, deviniendo amigos antiguos rivales, y socios enemigos jurados: saltos escandalosos de la sangre, filiaciones y divergencias acentuadas por precisas desgarraduras del azar y unos rasgos genéticos muy precisos: el mechón blanco y la mano palmípeda de los Dugget; la nariz erizada de los Silversleeves; el perfil cóncavo del rostro de los Fleming, conjugados con preceptos del pedigree moral no menos permanentes: la ceremoniosa tenacidad de los Meredith; la palabra de los Bull, empeñada hasta sus últimas consecuencias.

No es frecuente que una novela tan larga sostenga en un puño al lector casi todo el tiempo; tampoco lo es que proyecto narrativo así de vasto consienta los felices picos que, en ciertas anécdotas, alcanza la épica rutherfurdiana. Sin embargo, en London literatura e historia construyen un edificio hospitalario como cómoda posada medieval, en la que el lector se sentirá conminado a repantigarse con delicia, pues su único esfuerzo consistirá en sostener el peso de un volumen que se aligera con la lectura.



E Ť s a y o


Las santas apariencias
de la vida


Alfonso Simón Pelegrí

Alfonso Rangel Guerra,
Interpretaciones/testimonios/cartas,
UANL,
México, 1999.

Sin proponérselo y un poco dentro de inquirir una de las cautelas literarias de Jack Kerouac -``crece en las santas apariencias de la vida''- vemos el quehacer de este libro de Alfonso Rangel Guerra, presentado ``con orgullo y beneplácito'' por el rector de la Universidad Autónoma de Nuevo León, doctor Reyes S. Tamez Guerra, y de carácter antológico como su título presupone, el texto contiene reseñas y ensayos varios sobre temas literarios y educativos de diversos autores y del propio Rangel Guerra. En la imposibilidad de citarlos todos, así como las cartas que se acompañan, unos y otras de indudable interés, me limitaré a un breve comentario de algunos de los primeros.

Al comienzo del libro figuran dos acertados artículos sobre el libro Imagen de la novela de la autoría del citado Rangel Guerra. El primero se debe a Carlos Ortiz Gil, y en el mismo el citado resalta la aglutinación de forma y fondo en la novela moderna señalada por Alfonso Rangel, sin que esto vaya en detrimento de su autonomía como género literario: Contrariamente, señala el autor de Interpretaciones... ``no es que tome precisamente de la poesía lo que le falta, sino que se trata de una necesidad interna de expresión de todo lo que ha brotado de su misma naturaleza''.

En cuanto al segundo artículo, que lleva por ambicioso título ``La novela'', y aparece firmado con las iniciales C.M.D., su autor comenta que Rangel nos habla de la experiencia poética como ``inseparable de la creación novelística'', para seguidamente, apoyándose en Sartre, sustentar la creación poética como una recreación del mundo mediante la palabra-cosa, la cual no es sino la palabra poética, sin que esto en modo alguno signifique un menosprecio de la novela. Y desde ahí sigue analizando con minuciosa lucidez la propuesta literaria de Imagen de la novela, la cual nos formula Alfonso Rangel a través de una panorámica de este género, en la que comprende autores que van desde Cervantes hasta Kerouac, pormenorizando las treinta reglas literarias de este último. Y aquí insiste C.M.D. en la que nos conmina a creer ``en las santas apariencias de la vida'' -quehacer y presupuesto necesario para todo arte- para pasar desde la literatura comprometida de Camus y Sartre hasta la denominada antinovela -¡pero tantas de vanguardia y de retaguardia lo son involuntariamente- que, como dijera Butor, tiene que ver más con la realidad tradicional que con la subjetiva.

De especial interés, por su devoción y tratamiento del tema, son las aportaciones que Alfonso Rangel Guerra hace en torno al gran polígrafo mexicano en su libro Las ideas literarias de Alfonso Reyes, editado por El Colegio de México en 1989. De este libro señala Hugo Padilla, en su artículo ``Tentaciones de la ciencia'', el propósito del maestro regiomontano de ir más allá de hacer literatura sobre la literatura: ``la pretensión apunta, en esta nueva empresa, a una meta distinta y desde una perspectiva diferente: el propósito es hacer ciencia, tomando al fenómeno literario, bien definido, como el objeto de la indagación.'' Y en otra parte matiza: ``Ensayo, teoría y vuelta al ensayo: esa es la curva que representa la obsesión de Reyes por saber más del hombre-creador...'', para decir también que ``queda entramada la aventura de la inteligencia con la pasión por la vida sin que queden flecos sueltos''.

Atinadamente glosa Domingo Arguelles, en ``Vastedad y grandeza de Alfonso Reyes'', el libro de Rangel Guerra, Recoge el día, donde recopila en dos tomos una antología temática de la obra alfonsina inteligentemente seleccionada a través de un centenar de libros: ``Maravillosa selección de textos cuyo punto de partida tiene que ver con los cuatro temas capitales de la vida y obra de Reyes: los libros, la buena mesa, la mujer y el amor.''

Y a título de ``ya con ésta me despido'', pero mejor de corolario, citaré brevemente la entrevista de Humberto Salazar a Rangel Guerra, en la cual, hablando de Reyes, nos dice que con él ``me ha pasado lo que con ningún otro escritor, y que consiste precisamente en descubrir en cada lectura que hago de un texto de Reyes una presencia, un manejo y un planteamiento de las cosas a partir del lenguaje...'' En otro momento de la citada entrevista se pronuncia por un Alfonso Reyes ``escritor de ideas'', y que por ello ``no fácilmente se entrega a los grandes públicos...'' y termina por afirmar que resulta ``un ejemplo claro de cómo la literatura, en sí misma, es una manera vital de interpretar la emoción, la concepción, la imagen, las visiones y las expresiones mismas de la vida...''.

O en su carencia, si la hay, apelar a las santas apariencias de la vida a las que nos remitía Jack Kerouac: Literatura como ejercicio de fe.



FICHERO

Ensayo (cinematográfico)

Luis Buñuel. Viridiana. Estudio crítico de Vicente Sánchez-Biosca, Ediciones Paidós, Barcelona, España, 1999, 103 pp.

Ensayo (filosófico)

Imposturas intelectuales, Alan Sokal y Jean Bricmont, Editorial Paidós, Barcelona, España, 1999, 315 pp.

Ensayo (literario)

Haz de palabras. Ocho poetas mexicanos recientes, Alberto Paredes, Seminario de Estilística 2, serie Diagonal, Textos de Difusión Cultural/UNAM, México, 1999, 292 pp.

Las formas de la inteligencia amorosa: D. H. Lawerence y James Joyce, Eloy Urroz, Col. Los Nuestros, Serie Cuadrivio, Secretaría de Cultura Puebla/Gobierno del Estado de Puebla, Puebla, México, 1999, 198 pp.

Salvador Novo. Navaja de la inteligencia, Reyna Barrera, Plaza y Valdes Editores, México, 1999, 253 pp.

Ensayo (político)

El gran acuerdo, Gobierno y empresarios en la modernización salinista, Elvira Concheiro Bórques, Universidad Nacional Autónoma de México/Instituto de Investigaciones Económicas/Era, México, 207 pp.

Declaración del vivero alto. La reforma del Sistema Monetario Internacional ante la globalización, Col. Cuadernos de la Globalidad, Centro Latinoamericano de la Globalidad/Instituto de Investigaciones Económicas, UNAM, México, 1998, 20 pp.

Narrativa

A dos tintas, Mario Heredia/María Eugenia Villanueva, La Luciérnaga Editores, Jalisco, México, 169 pp.

Comeclavos, Albert Cohen, traducción de Javier Albiñana, Col. Compactos, Editorial Anagrama, Barcelona, España, 1999, 335 pp.

Diecisiete maneras de comer un mango. El diario recobrado de la vida en una isla de milagros, Joshua Kadison, Editorial Atlántida, Barcelona, España, 1999,

El Recinto de Animalia, Rafael Junquera, Ediciones Cultura de Veracruz, Veracruz, México, 1999, 185 pp.

El Zarco, Ignacio Manuel Altamirano, prólogo de Carlos Monsiváis, Col. Biblioteca Clásica y Contemporánea, Ed. Oceano, México, 1999, 205 pp.

Los amores fugaces. Memorias imaginarias, Jorge Enrique Adoum, Col. Autores latinoamericanos, Ed. Planeta, México, 1» reimpresión, 1999, 187 pp.

Memoria de mis huesos, Mario Heredia, La Luciérnaga Editores/Fundación Pine A.C., Jalisco, México, 1999, 129 pp.

México inocente y otros relatos de viaje, Jack Kerouac, traducción de Jorge García-Robles, Ediciones del Milenio, México, 1999, 145 pp.

Narrativa Veracruzana Actual, Pedro M. Domene, Revista Cultural de Veracruz, abril de 1999, No. 36, México, 1999, 278 pp.

Visión de América. Fragmento de una crónica de viajes, Alejo Carpentier, Losada/Oceano, Madrid, España, 1999, 180 pp.

Poesía

çrbol de la vida, Francisco de Asís Fernández, Centro Nicaragüense de Escritores, Nicaragua, 1998, 81 pp.

Juego nocturno, Israel González, Col. La Hoja Murmurante, Separata de Arte Libertario No. 315, Editorial La Tinta del Alcatraz, México, 1999, 20 pp.

Manual de viento y esgrima, Alfredo García Valdez, Col. Libros del Bosque No. 2, editado por el Sistema Nacional de Creadores de Arte, México, 1998, 65 pp.

Mar de espejos. Tres poetas veracruzanos, Eduardo Cerecedo, Juan Joaquín Péreztejada e Irving Ramírez, Ediciones Arlequín/Fondo Nacional para la Cultura y las Artes/Sigma Servicios Editoriales, México, 1999, 69 pp.

Revista

Metapolítica, Revista Trimestral de Teoría y Ciencia de la Política, Volumen 3, julio-septiembre 1999, con textos de Ernst Junger y El nazismo, La microfísica del poder o las caras de la violencia de Agapito Maestre, Raymundo Mier y Pilar Calveiro, Michel Foucault revisitado, Centro de Estudios de Política Comparada, A.C./Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México, 1999, 594 pp.

Alforja, revista de poesía, vol. VIII, editada por la Fraternidad Universal de los Poetas, México, 147 pp.

Crítica. Revista cultural de la Universidad Autónoma de Puebla. Publicación bimestral. Nueva época, junio-julio, 1999. no. 76, 119 pp.