El disparatado conflicto al que ha sido enfrentada la UNAM está haciendo emerger con fuerza inusitada las laberínticas encrucijadas que atraviesa la educación nacional. Ciertamente, ese conflicto revela, con perfiles espantables, la energía que ha alcanzado ya la cultura de oposición al proyecto de la modernidad.
Hoy ese proyecto no es más el puro reflejo de las relaciones de producción capitalistas. Acompañada de la globalización, la cultura de la modernidad ha puesto en relieve valores de gran alcance civilizatorio, como la extensión y profundización de la democracia, los derechos humanos, la aceptación cabal de la pluralidad social y cultural, el pleno reconocimiento del individuo como la fuente original de todos los derechos. La cultura de la modernidad reclama una ética fundada en el respeto a la dignidad de cada persona y, por tanto, una sociedad integrante, inclusiva.
En México --como en general en América Latina-- la historia se ha fundado en la exclusión de una parte significativa de la sociedad. Por si fuera poco, la extensión y el alcance de la exclusión han crecido como resultado de las formas que el país ha adoptado al incorporarse al proceso de globalización. En otras palabras, nos hallamos lejos de haber adoptado a plenitud el proyecto de la modernidad. En México es inmensa la exclusión socioeconómica y existe apenas balbuciente el reconocimiento de la pluralidad social y cultural; el individuo no es aún el ente autónomo y la célula fundamental organizativa de la sociedad. En estas condiciones, la cultura de oposición al proyecto de la modernidad, tal como es vivido por los excluidos, se recrudece y afirma, como podemos constatarlo cada día. El discurso de la modernidad es objeto de escarnio, de burleta, de carcajada convulsa, de furia desatada, de juicio sumario. Aún más, se le responsabiliza de la vida inaceptable de los excluidos.
No habrá, por ende, modernidad mexicana, porque una modernidad trunca no tiene futuro alguno en ninguna parte. A menos que seamos capaces de adoptar íntegramente el proyecto de la modernidad, como proyecto nacional. Un proceso de transformación que no puede partir sino de lo que la historia ha sido. Es claro que el protagonista principal de esa posibilidad es el conjunto de los partidos políticos.
Una expresión de la anticultura de la modernidad es el proyecto de universidad que defienden los paristas y sus simpatizantes. La pugna contra la UNAM inició con una huelga por los ricos. Como cualquiera puede recordar, la primera reforma al reglamento de pagos preveía que no pagara quien no pudiera; después el Consejo Universitario retiró su reforma, pero apareció la demanda de una Universidad del Pueblo, una universidad que abata sus normas de regulación, única garantía que la sociedad tiene de que la institución puede cumplir con verdad los fines educativos para los que fue creada; una ``universidad'' para excluidos es una apuesta por la polarización social. El fondo de la demanda es entendible; pero sería suicida, desde el punto de vista social y nacional, más aún desde la óptica de los intereses de los propios excluidos, entregar la UNAM a la molicie. Rigor y disciplina hacen el saber.
La UNAM --hoy es más claro que nunca-- no quedará a salvo aun si su conflicto actual se resuelve en un marco institucional. Es indispensable ir mucho más allá y plantearse seriamente avanzar en el proyecto de la modernidad porque la alternativa, sin lugar a ninguna duda, es el retroceso general: de ello dan fe el alcance y la mordacidad del discurso de la antimodernidad.
Si el componente central en el crecimiento de la cultura de la modernidad es la educación en todos sus niveles, es tiempo de que la educación nacional ocupe el sitio decisivamente estratégico que ha de adquirir en un proceso real de modernización. Es indispensable adoptar un enfoque sistémico, poner todas las piezas sobre la mesa y decidirnos a actuar ya en la reordenación efectiva, la ampliación sustantiva y la elevación de la calidad, de todas las instituciones educativas, mediante proyectos informados de lo mucho que hoy en el mundo ocurre en esta materia, y mediante leyes ecuménicas e inteligentes.