Luis Linares Zapata
Alianza o derrota

Contar con tres partidos que pudieran equitativamente rivalizar en oportunidades para llegar al poder sería una señal de madurez en el sistema democrático del país. Por ahora no se alcanza tal condición en México y no se visualiza un cambio en el futuro cercano. Uno de estos partidos, el PRI, todavía conserva y usa muchos de los mecanismos y recursos que desbalancean la contienda. Confía, con efectivas bases, en el tácito asentimiento de una cultura ciudadana que todavía tolera suficientes márgenes a la acción manipuladora de recursos o para inducir el voto ciudadano. La indiferencia política de buena parte del electorado, sumada a los amplios segmentos de ignorancia y conocidas debilidades de otros sectores de la población, permiten que se disfracen, y hasta olviden, los daños infligidos en el bienestar y la buena marcha de los asuntos de la nación.

Las condiciones en que se debaten los otros dos agrupamientos, el PAN y el PRD, no son alentadoras. Apuntan más bien a lo que parece será un escenario de derrota si es que no introducen los cambios que tal panorama les está demandando con urgencia: una alianza interpartidaria completa. El objetivo sería el de finiquitar la dilatada transición democrática.

Uno, el PRD, porque se ha causado, mero enfrente del electorado, serias heridas a sí mismo. Sus actuales dirigentes no alcanzan a consolidar los liderazgos que una izquierda requiere para remontar su historia de frustraciones organizativas y esquemas ideológicos totalizadores. Apenas acaban de dirimir sus diferencias en escuálidas urnas que no sellaron las divisiones prexistentes. Su oferta de gobierno es difusa y tiene aún mucho de reactiva. La rechazan, además, grupos con poder real, indispensables para gobernar un país tan complejo y entreverado con la conservadora América del Norte. Tampoco transita bien su discurso hacia el núcleo de las aspiraciones que lo harían atractivo a una sólida mayoría. Sus candidatos (CCS y PML) han sufrido tal erosión o desfase que con dificultad creciente les permitirían levantar más allá de un insuficiente 20 por ciento del total de votos en el 2000. La doble expectativa que acarrean los perredistas no apunta a concretarse. Es decir, el PRI no parece quebrarse y las condiciones económicas tampoco producirán un escenario terminal que les permita succionar la resultante inconformidad. Al menos no antes de las elecciones federales. El caso Fobaproa muestra a las claras como, bajo una catástrofe financiera de magnitudes casi impensables, vastos sectores de la población permanecen ajenos y confundidos al respecto.

El PAN, por su parte, ha probado que, en condiciones de competencia cerrada entre tres partidos, no logra penetrar más allá de un porcentaje que, cuando mucho, apenas rebasaría los niveles del PRD, tal y como le sucedió en el estado de México. Su solitario candidato estrella penetró en circunstancias que le daban ventaja por correr en solitario. No tiene la consistencia discursiva ni programática para resistir los embates que se le avecinan. Ya muestra señales de agotamiento que lo harán caer o estancarse en las preferencias de los electores. Una cosa es liderear las encuestas de popularidad, sobre todo cuando era el único en campaña, y otra muy distinta es llevar a los mexicanos a votar por frases chocarreras o desplantes callejeros. La brecha que Fox había conseguido establecer se cierra con los rivales priístas y no tardarán en sobrepasarlo, tal y como expresa la clasemediera encuesta del Reforma (lunes). El partido mismo resentirá muchos efectos negativos de su difuminada imagen, de sus incomprensibles apoyos al oficialismo y la crisis de su dirigencia que los ha llevado a no contar con otros aspirantes a la candidatura en juego. Frustrarán así su modificada primaria como método para seleccionar a su abanderado.

Pero la mayor desventaja que parecen tener tanto PRD como PAN apunta hacia el abierto proceso selectivo del PRI. Con él domina el panorama difusivo y le ha permitido llevar la iniciativa política. Sacará, al final, un candidato con mayor legitimidad que la que los otros obtendrían por separado. Elegidos estos por aclamación si se quiere, pero no por votos masivos. Las prerrogativas que aún le permiten una ley llena de agujeros junto al peso de la conocida inercia de abusos y los apoyos indebidos del gobierno y de su coalición de apoyo, dan ominosa forma al resto de los obstáculos, casi insalvables, a los que se enfrentará la dupla de panistas y perredistas. No queda más que el difícil, poco satisfactorio tránsito hacia una coalición que aliviane las desventajas actuales y los ponga en la tesitura de aspirar, con seriedad, a la alternancia esperada.