La Jornada miércoles 28 de julio de 1999

Gabriela Rodríguez
De arzobispos, transexuales y política

En declaraciones de la semana pasada, el cardenal Juan Sandoval Iñiguez, en su análisis Sentimientos opuestos de un cuerpo no querido, reconoce que aborda un tema polémico y explica que: ''los transexuales se consideran un error de la naturaleza, y por ello recurren a prácticas quirúrgico-plásticas que (...) no determinan un cambio de sexo verdadero y auténtico, sino que (...) alimentan el deseo de transformación del cuerpo, engendrando estados de angustia y de formas de desarrollo que no son normales, tales como el travestismo y la homosexualidad. (Además recuerda...) a los homosexuales y lesbianas que la Iglesia está contra dichas prácticas médicas y del matrimonio entre personas del mismo sexo (...) El resultado de una intervención terapéutica (se refiere a la operación de cambio de sexo) resultaría en una verdadera castración del sujeto, perdiéndose la capacidad de procrear, que existe, al menos potencialmente, en gran parte de los sujetos" (La Jornada, 24/VII/99).

Uno se pregunta: Ƒpor qué en un momento de luchas políticas tan intensas en el país, jerarcas de la Iglesia católica ocupan su tiempo en clasificar las formas de satisfacción sexual de los ciudadanos?

Debe haber múltiples intereses que desconocemos, pero la polémica nos recuerda la atmósfera turbulenta que acompañó el nacimiento de la intolerancia, ese poderoso instrumento al que se recurrió para cimentar la unidad de un reino mediante la homogeneidad confesional. El rechazo a los protestantes, calvinistas, ateos y judíos, a los diferentes, a los de aspecto extranjero o raro, trajo consecuencias violentas y hasta sangrientos enfrentamientos que llenan páginas de la historia desde el siglo XVI hasta nuestros días (ƑKosovo?, ƑChiapas?).

Por fortuna, al lado de la intolerancia nació su opuesto, la tolerancia, ese valor que tradicionalmente se aplicó a la aceptación de credos religiosos diferentes y que debemos a la ilustración burguesa. Aceptada la libertad de cultos, las fuerzas de la intolerancia se aplican a la diversidad de formas de vida, a las razas y grupos étnicos distintos, al comportamiento sexual diferente.

Y es que el poder sobre la sexualidad es algo productivo, particularmente en nuestra sociedad que hereda del cristianismo la preocupación obsesiva por los asuntos sexuales. Las regulaciones sobre el cuerpo configuran definiciones, limitan y controlan lo que puede y no puede hacerse a través de la clasificación del comportamiento sexual en "natural y no natural", "normal y anormal", "verdadero o inauténtico". Mecanismos complejos de poder producen la dominación de las conciencias y crean masas de subordinados, aunque también generan reacciones de oposición y de resistencia.

Los pocos estudios enfocados a la orientación sexual de los mexicanos muestran que la sexualidad se caracteriza por una gran diversidad: 6.2 por ciento de los hogares están constituidos por parejas sin hijos; mayorías se declaran heterosexuales; de 1 a 3 por ciento de hombres declaran prácticas homosexuales y bisexuales; más de un millón de personas viven solas; 60.7 por ciento de hombres adultos y 10.3 por ciento de mujeres adultas reconocen haber sido infieles a su pareja; de 1991 a 1993 fueron asesinados brutalmente más de 27 travestis en Chiapas, Oaxaca y DF; en 1999, más de 10 mil personas participan en la marcha del orgullo homosexual.

Hombres y mujeres somos criaturas complejas, durante la vida experimentamos de múltiples maneras las emociones y deseos, expresiones que son también configuradas por las reglas de la sociedad en que vivimos. Frente a las reglas se toman diferentes posiciones, se suele atravesar por episodios de obediencia y rebeldía, de introversión, de abierta expresión o de franca militancia política.

Pese al imperativo social que clasifica la sexualidad femenina como reproductiva y pasiva, y la masculinidad como sexualmente vigorosa y violenta, que define una única naturaleza heterosexual encaminada a procrear, cada persona ejerce el derecho a su libertad. Por encima de lo que el cardenal Iñíguez considera una diferencia fundamental entre la naturaleza sexual de hombres y mujeres, y más allá de la sexualidad reproductiva de los animales, los seres humanos desafían la aparente lógica de la apariencia externa; cada individuo, cada cultura y cada generación define los modos masculinos y femeninos de vestir y de mover el cuerpo, y las reglas para satisfacer los deseos sexuales.

Ser dueños del propio cuerpo es ser dueños de la propia vida, por eso la libertad sexual resulta peligrosa a los intolerantes. El cuerpo es la frontera de la libertad personal, se trata de un derecho garantizado desde la Declaración de los Derechos Humanos y del Ciudadano de 1789: "La libertad consiste en hacer todo lo que no daña a los demás", nuestra Constitución, garantiza también la libertad de cultos (art. 24) y la manifestación libre de las ideas (art. 6Ɔ).

En las sociedades modernas la tolerancia es importante sobre todo para el trato entre competidores y partidos políticos, una democracia pluralista no puede subsistir ni vivir en libertad sin tolerancia entre la mayoría y las minorías; aunque por razones programáticas en las democracias deben decidir las mayorías, estas decisiones no pueden convertirse en absolutas ni pueden anular la autonomía de las minorías. En términos de la diversidad de estilos sexuales, las y los mexicanos somos una multitud de minorías que encuentran en la tolerancia y en el principio federativo la garantía contra la opresión, se trata de un orden que modera el absolutismo democrático del principio de la mayoría.