Caso Tláhuac: crimen y castigo

Humberto Ortiz Moreno n A las 22:30 del domingo 19 de julio de 1998, Edith, de 18 años de edad, y las menores Evangelina, de 13, y Adriana, de 15, culminaban exhaustas un día entero de paseo por el centro de Xochimilco. Detuvieron sus pasos en la esquina de Guadalupe I. Ramírez y 16 de Septiembre.

Un camión color azul marino con policías preventivos a bordo frenó bruscamente frente a ellas. Del vehículo bajó el uniformado Pablo Mejía Durán para preguntarles dónde se encontraba la avenida México.

Como pudieron, las jovencitas trataron de orientar al oficial. "Mejor llévenos", pidió.

Las tres chicas le dijeron que llevaban prisa, pero su suerte estaba echada: del camión salieron más uniformados y a golpes, jalones y empujones las hicieron subir.

Gritaron pidiendo auxilio. Nadie hizo caso y fueron sometidas en la parte trasera de la unidad. El autobús circuló por Nativitas y luego llegó hasta Tulyehualco. En el camino vieron bajar a varios policías. Las muchachas, sollozantes y ya en calidad de secuestradas, contabilizaron nueve captores. Al final sólo quedaron cinco.

Finalmente llegaron al destacamento 18 del Agrupamiento a Caballo, ubicado en el Eje 10 Sur sin número, en Santa Catarina, Tláhuac. Ellas, humilladas todo el trayecto, fueron sacadas del autobús a punta de manotazos y manoseos. Y sin mediar palabra, las aventaron dentro de la pileta donde toman agua los caballos. En ese momento entraron otros cuatro policías y entre todos les arrancaron la ropa, ya cerca de la medianoche del 20 de julio.

Desnudas fueron conducidas al dormitorio colectivo, el que tiene diez literas. En esa área fueron encerradas así, sin ropa, hambrientas y temblorosas de frío y miedo. Mientras, ellos cenaban tranquilamente.

 

Tres días en el infierno

 

Pasados unos minutos, las jovencitas escucharon pasos. En ese momento supieron lo que les iba a ocurrir. Los mismos nueve captores entraron y por la fuerza las metieron a otro cuarto con cama individual. No había salvación. Las manosearon e intentaron violarlas, pero sólo fueron escarceos, pues ellas se defendieron.

A las 8:30 horas del lunes 20 de julio llegaron al cuartel otros tres policías que, entre amenazas y ofensas las arrojaron otra vez a la pileta. Dos eternas horas de tortura física y psicológica, de agresiones incalificables. Era el proceso de ablandamiento.

Casi a las 19:00 de ese mismo día arribaron al cuartel otros tres uniformados, quienes las obligaron hacer las camas. Hasta ese momento habían resistido. Pero ya no podían más. Y a las 23:30 los tres policías se acostaron con ellas en uno de los dormitorios. Las sujetaron y entraron a la habitación dos más que abusaron de las dos menores. Edith repelió la agresión, mas nada pudo hacer por sus amigas. Y toda la noche escuchó impotente el llanto y gritos de Evangelina y Adriana, y las palabras ofensivas y soeces de los violadores. Los apodos cubrían las identidades: El Moreno, El Tusa, El Chicharras, El Chiles, El Chulito y El Caníbal, entre otros.

El martes 21, a eso de las 8:00, seis uniformados más se presentaron para cubrir el turno siguiente. "Estas mujeres son del otro turno, así que no las podemos dejar salir porque nos las dejaron encargadas y no queremos tener problemas con esos sujetos", escucharon decir las jovencitas.

Los policías las obligaron, no obstante, a prepararles pollo a la mexicana para el desayuno, en chile pasilla para la comida, y en otras ocasiones picadillo y frijoles. También tuvieron que lavar y planchar la ropa de sus captores. En esos momentos Edith ya urdía su plan para escapar de los captores.

Encabezados siempre por Mejía Durán, los uniformados sometieron nuevamente a Evangelina y Adriana, momento que aprovechó Edith para encerrarse en el archivo del cuartel. Eran las 23:30. Entre las 2:30 y las 3:00 del miércoles 22 decidió salir y encontró a las menores llorando, aterradas, porque seis sujetos, le contaron, habían hecho con ellas lo que quisieron. Pensaron que iban a morir.

Edith determinó entonces que era la hora de huir. Soportó los abusos, amenazas de muerte e intentos de violación durante todo el jueves 23. Cuando cayó la noche, logró librarse a patadas de los agresores, todos ellos en calzoncillos. Ahora o nunca.

Salió corriendo por la puerta del destacamento y encontró la luz: un agujero hacia la tierra en una esquina de la malla ciclónica que rodea las instalaciones, por ahí escapó. Corrió cuanto podía, luego de tres días de ayuno. Y se subió al mismo camión que las encontró aquella noche aciaga del 19 de julio en el centro de Xochimilco. Allí esperó un milagro.

Evangelina y Adriana agotaron las pocas fuerzas que les quedaban y siguieron a Edith. Se encerraron en el baño y escaparon por la ventana. Localizaron el hueco en la malla y su amiga les gritó desde el autobús. Estaban juntas otra vez. Corrieron hacia la carretera y casualmente una patrulla las encontró.

"Si no te dejas violar por las buenas, entonces será por las malas. Tarde o temprano las voy a encontrar y les va a ir peor. Las voy a matar. Y como nadie las conoce, las entierro en el cerro", les decía Pablo Mejía Durán, El Capi, confiado en que nunca los denunciarían y cuya crueldad fue subrayada en la acusación de las tres jovencitas.

Sin embargo, el viernes 24 de julio, luego de que los tripulantes de la patrulla que encontró a las muchachas se comunicaron al puesto de mando, la autoridad montó un operativo para arrestar a los violadores. Nueve de ellos fueron llevados al Estado Mayor Policial de la SSP y en las siguiente horas cayeron otros tantos, como presuntos responsables de violación tumultuaria agravada y privación ilegal de la libertad.

Como medida extraordinaria, el gobierno capitalino decidió suspender de sus funciones a los 32 integrantes del agrupamiento, y Cuauhtémoc Cárdenas garantizó que no habría impunidad ni protección para los acusados, mientras que las protestas y condenas de todos los sectores llenaron las planas de los periódicos.

 

La investigación y el proceso judicial

 

El sábado 25 de julio la entonces subprocuradora B de Procedimientos Penales de la PGJDF, Sara Cartagena, y quien en esas fechas era director de Delegaciones Regionales de la SSP, David Almada, presentaron a los 18 detenidos ante los medios de comunicación. Almada reconoció que entre las filas de la dependencia también había criminales disfrazados de policías. Dijo que las violaciones eran cotidianas en esa zona del cerro de Santa Catarina. Dos presuntos responsables son puestos en libertad después de que las víctimas no pudieron reconocerlos en la prueba de identificación realizada en la Dirección de Investigación de Delitos Sexuales, con sede en Coyoacán, cuya titular, Dulce María Villada, anuncia que pedirá al juez la pena máxima de 50 años de cárcel.

Entre el mismo sábado 25 y el domingo 26 son consignados, en dos bloques, los 16 policías ante el juzgado 47 penal del Reclusorio Norte. Gerardo Velázquez Mijangos es absuelto por la jueza María del Refugio Méndez Hernández, pues se desvanecieron las pruebas que lo ubicaban en el lugar de los hechos y además las víctimas no pudieron identificarlo.

 

La burla y el acoso

 

No obstante, los 15 restantes, identificados por las jovencitas, se presentaron en la rejilla de prácticas y ratificaron su declaración ministerial diciéndose inocentes porque, según dijeron, "el reglamento prohibe" el acceso a mujeres en el cuartel de Tláhuac. Aseguraron no conocer a las chicas. Algunos afirmaron que en esas fechas estaban "francos", o sea de descanso, pero no pudieron comprobarlo. La jueza les niega la libertad bajo fianza y el lunes 27 las jovencitas ratifican sus imputaciones, apoyadas ya por mujeres activistas.

El miércoles 29, la jueza les dicta el auto de formal prisión a los primeros ocho policías y un día después a los siete restantes, entre protestas de familiares de los acusados que acudieron al juzgado para intimidar a las víctimas y, asesoradas por los abogados, convertirlas en culpables.

Justo entonces empiezan a filtrarse rumores de que las tres muchachas forman parte de una red de prostitución que presta el sexoservicio en todos los cuarteles policiacos de la ciudad. Las llaman choclayas y, según el abogado Carlos García López, incluso podrían ser acusadas penalmente por el "daño moral" contra sus clientes.

Indemnizadas por la PGJDF con mil 200 pesos mensuales, el 19 de septiembre Edith, Evangelina y Adriana se presentan al juzgado 47 penal para carearse con sus agresores. La diligencia dura más de 16 horas y las tres son sometidas a más de 300 preguntas, entre burlas y acoso de los defensores de sus victimarios. Incluso se tuvo que cambiar la audiencia a un juzgado del primer piso, porque una tromba inundó la sede del órgano judicial.

En el transcurso de la audiencia, los abogados de los policías acosan a las jovencitas, con la complacencia de la jueza Méndez Hernández y del ministerio público Salvador López. El jefe de los defensores, Pablo Borboa Jaime, llegó al grado de jalonear a Evangelina para que no se separara de él y así poder presionarla directamente. Entró en contradicciones y preocupó a las integrantes de Promujer que, encabezadas por Patricia Olamendi, acudieron a apoyarla.

La menor alcanzó a balbucear que Edith les dijo que dijeran que las habían violado. El caso se tambaleó. La PGJDF inicia una investigación para conocer el motivo de la retractación de las jovencitas.

Las muchachas tenían que presentarse a un nuevo careo el 20 de febrero, pero no asistieron, y la diligencia se pospuso para el 14 y 18 de marzo, utilizando un método más moderno. Las menores nunca volvieron a presentarse y sólo Edith los confrontó el 17 de febrero.

Gracias a la presión de organismos no gubernamentales y diversos sectores sociales, que culminó en una queja ante el Consejo de la Judicatura, la jueza María del Refugio Méndez Hernández fue relevada del cargo a mediados de abril, y en su lugar entró Leonardo Pérez Martínez, quien el pasado martes 27, a un año de iniciado el proceso en contra de los 15 policías, los sentenció a 40 años de cárcel.