Horacio Labastida
La propuesta de los ocho

Cuando una universidad permanece cerrada un largo tiempo, cien días en el caso reciente de la UNAM, ocurre sin duda algo muy grave en la propia institución y en el país al que pertenece. Recordemos algunos ejemplos no muy lejanos. Cuatro grandes universidades han visto paralizadas sus actividades en diferentes épocas: San Carlos en Guatemala, y las de Chile, Perú y Buenos Aires, defendidas cada una en sus circunstancias por estudiantes y académicos, y agredidas con violencia por los respectivos gobiernos militaristas y civilistas. San Carlos no es un mártir singular en el panorama latinoamericano; sin duda fue víctima en distintos tiempos de los coronelatos que siguieron a la caída de Arbenz (1954), al asesinato de Castillo Armas (1957) y a la deposición de Ydígoras (1963), fecha esta que sirvió de pretexto al entonces ministro de Defensa Peralta Azurdia, para disolver al parlamento y establecer un presidencialismo autoritario, que pretenderían superar después otros presidencialismos cobijados en un manto constitucional y ajenos al pueblo. El estallido de guerrillas y matanzas, persecuciones y prácticas terroristas que inundaron al país y a sus vecinos centroamericanos, fueron el resultado de un choque esencial entre los intereses de un pueblo hambreado por conducir a su nación hacia las soluciones que exigían los grandes problemas nacionales, y la resistencia y reproducción de enormes complicidades de élites civiles y militaristas dueñas del poder público, vinculadas con inversiones extranjeras -United Fruit Co. es modelo bien conocido- y apoyadas por la Casa Blanca; y precisamente en el calor de esta contradicción, la Universidad de San Carlos apoyó a su gente declarando paros inmediatamente agredidos por las bayonetas del coronelato. La actitud de San Carlos no se ha reducido nunca a una mera demanda de justicia social; además, en sus protestas está la voluntad de garantizar, para Guatemala, un destino conducido por el talento guatemalteco educado en sus cátedras, y no utilizando las ideologías de dominio que auspician los coronelatos.

El drama de la Universidad de San Carlos es paradigmático en nuestro siglo. Aparte de las aterradoras violencias que sufrieron las universidades bajo el nazifascismo y el estalinismo, y del aplastamiento de las luchas libertarias de estudiantes estadunidenses, en los años 60, escenificados en los asesinatos que se registraron contra alumnos de la Universidad de Kent, la universidad de Buenos Aires y sus huelgas fueron vejadas por los gorilatos que han vendido la independencia lograda por San Martín, en los mercados del capitalismo trasnacional; y avatares no menos agudos azotan a las universidades de Chile, asaltada por la brutalidad pinochetista desde la caída de Allende, y la peruana, sujeta a los caprichos del fujimorato. Ahora bien, las hartas mentiras difundidas por los gobiernos no han podido ocultar el perfil heroico y trágico que se configura en esas instituciones al apoyar los esfuerzos liberadores del pueblo.

El actual problema de la UNAM tiene semejanzas y diferencias con San Carlos, Buenos Aires, Chile y Perú. En la UNAM hay una admirable y sustentable decisión por convertirse en Aula donde el talento nacional asuma en su conciencia los más altos valores humanos, a fin de ponerlos al servicio tanto de la historia de México como de la historia universal, alimentados tales valores en las verdades de una ciencia entrañablemente unida y comprometida con el deber moral, pues sólo de esta manera el saber se hace sabiduría capaz de concretar en la sociedad el bien común. Pero, ¿cómo llevar adelante este iluminante proyecto? Todo lo ocurrido en los últimos cien días de huelga, indica que al lado de la gratuidad que se exige, sancionada constitucionalmente, hay una demanda radical por impedir que se introduzca en el orden universitario, el sistema del presidencialismo autoritario que nos rige desde 1947, para lo cual se busca garantizar que en las decisiones académicas y administrativas, sea escuchado e influya el punto de vista de los maestros, investigadores y trabajadores, pues las decisiones afectan por igual a la comunidad y a la marcha cotidiana de la Universidad. Si estos prerrequisitos y estipulaciones se satisfacen, el resultado tendría que ser el levantamiento de la actual huelga y una reanudación innovadora del quehacer académico.

Con prudencia, impulsados por una voluntad de armonía, trayendo en sí su larga experiencia y pidiendo a estudiantes y autoridades reflexionar una vez más sobre los problemas, la propuesta de los ocho -Esteva Maravoto, Fix Zamudio, León Portilla, López Austin, Peimbert, Rossi, Sánchez Vázquez y Villoro- (La Jornada, núm. 5352) abre las puertas a una solución digna e inteligente de las actuales tribulaciones de la UNAM.