Los días de huelga acumulados en la UNAM son ya más largos que cualquiera de los semestres ``normales'', cuyas pautas están marcadas por ausentismo de profesores y alumnos, por no pocos días feriados y por suficientes sinrazones que impiden que las cosas marchen bien. Desde que el grupo Barnés abrió las fauces de la ``otra UNAM'' no menos real, no menos presente, ni los comités de huelga o de encuentro ni académicos e investigadores ni los admirables eméritos han dejado de bregar. Ahora se agregan las nuevas opiniones del presidente Zedillo, quien ha sugerido que la reanudación de labores en la universidad debe ocurrir ``a la mayor brevedad posible'' y que el gobierno de la República quedaría sólo en espera del ``preciso mandato democrático, si prevalece la intransigencia de los huelguistas''. A la vez, cinco ex rectores, quienes se oponen a cualquier tipo de violencia en la UNAM, han hablado a favor de la construcción ``plena del estado de derecho'' y demandaron al gobierno federal más apoyo económico para la institución.
Al unísono, el Consejo General de Huelga (CGH) convocó ``a las organizaciones y a la sociedad en general a defender la universidad...''. El texto del CGH fue leído durante el mitin con el que se dio por concluida la Jornada Nacional por la Defensa de la Industria Eléctrica, la Educación Gratuita y el Patrimonio Cultural. A los actores anteriores hay que agregar un sinnúmero de editoriales en los periódicos, páginas en Internet, incontables anuncios pagados, las conjeturas de la cúpula del PRD capitalino, y de padres de los alumnos a favor o en contra de la huelga, las voces de los prepresidentes, las acciones de las Mujeres de Blanco, la opinión de los conductores, encarnada en el interruptor de los faros de los automóviles, las ideas del EZLN y un largo etcétera. ¿Qué más puede decirse?
El larguísimo semestre de la huelga en la UNAM ha concitado a todos y a todo. A diferencia de los escolares, en este semestre la mayoría brega y la minoría ceja. La razón es simple: nuestra máxima casa de estudios es, efectivamente, un reflejo de lo que sucede en el país y un espacio cuyas oscilaciones pueden mover todas las estructuras de la nación. ¿Quién ha dejado de manifestarse? ¿Quién considera que el problema en la UNAM es tan sólo un asunto entre el rector y el CGH? Nadie. Incluso, algunos dirigentes empresariales, amén de hablar, piensan tener la solución: cerrarla y que se abran otras escuelas ``para quienes verdaderamente desean estudiar''.
El impasse UNAM ejemplifica no demasiadas cosas, sino todo lo que sucede en el México contemporáneo cuyos dirigentes han arrastrado las lacras de siete décadas e inventado otras. Por eso la cerrazón en la universidad; por lo mismo, difícil generar ideas constructivas. Basta comparar la realidad de 1999 con la de 1989. En contra de todos los hipernúmeros gubernamentales está la voz de los más pobres y las fracturas en materia de vivienda, educación, justicia social, etcétera. En contra de lo ``demostrable'', Chiapas, Ciudad Netzahualcóyotl, trabajadores migratorios o la guerrilla en Guerrero, están las oraciones del gobierno que sostienen que la familia mexicana tiene posibilidades de gastar más, o la visión estatal que afirma que los incidentes recientes entre zapatistas y Ejército son accidentes menores.
Entre los razonamientos críticos que juzgan las acciones gubernamentales con rigor y confrontan las supuestas victorias del poder hay una pregunta central que todos deberíamos hacernos: en la última década, ¿existen noticias mexicanas que nos llenen de júbilo, que muestren que pronto todo será mejor para todos, que aseguren que al inicio del próximo sexenio el discurso fundamental no dirá que viviremos en mayor zozobra porque habrá que pagar la herencia de estos seis años, llámese Fobaproa o como se quiera? En pocas palabras, ¿hay, en la última década, un gran acontecimiento?
Todo eso y mucho más es el conflicto de la UNAM. Y por eso el atolladero no se ha solucionado. A pesar de contar con opiniones sanas, desinteresadas, y con la fuerza de la razón de eméritos y otros académicos no menos prestigiosos, que lo único que buscan es el bien del país, llámese UNAM, estudiantes, academia o ciencia, los puentes de entendimiento se quiebran antes de edificarse. Hasta hoy, la razón y la lógica no sirven porque el brete de la UNAM refleja lo que para muchos es México: desesperanza. Pero, a diferencia de la delincuencia o la aceptación de los más pobres de su cruel destino, quienes constituyen el CGH, ya sea en forma independiente o asesorados por todo lo imaginable o inimaginable, cuenta con los elementos suficientes para saber que las puertas del futuro, en este país, en este momento, están cerradas para los que integran los estratos pobres o incluso para ellos mismos. ¿Temen a la inmolación?
Seguramente menos que los dirigentes de la universidad o que los oscuros brazos de quienes empujaron a Barnés o de quienes influyen al CGH. La disputa o es un festín de la sinrazón y de ópticas extremas que han colisionado en un país y en una sociedad que ya no tiene la capacidad para aceptar malas noticias.