La crisis económica, abierta o soterrada, será la rúbrica del sexenio cuyo fin comienza. A la obstinación de la crisis, el gobierno ha opuesto su mejor esfuerzo por maquillar las malas noticias. Las cifras sobre desempeño de la economía para el segundo trimestre de 1999 le han dado nuevos bríos en su empeño por encubrir los malos resultados de su gestión.
El gobierno podrá disfrazar o recitarlas al revés, pero no puede cambiar la triste realidad: la economía mexicana está en plena recesión. En la gráfica anexa se presenta la evolución de las tasas de crecimiento del PIB. Para analizarla, veamos los antecedentes.
En 1995 la respuesta del gobierno fue clara: para contraer rápidamente las importaciones y contener la inflación, impuso una depresión de dimensiones históricas. Los futuros libros de historia económica hablarán de la fosa del 95 al referirse a esa depresión de la curva.
Al final de 1995 el déficit en la balanza comercial se había transformado en un superávit, y eso se festejó como un gran logro. Pero el país quedó como campo después de la batalla: desempleo, cierre de miles de empresas y la quiebra del sistema bancario.
En 1996 se recuperan las tasas positivas de crecimiento del PIB, pero también comenzó a reducir el superávit en la balanza comercial y para finales de 1997 ya había regresado un abultado déficit. El ``logro'' de 1995 había durado poco. El mensaje era claro: el modelo neoliberal no puede crecer sin provocar un déficit inmanejable en la balanza comercial.
La gráfica muestra que a partir de 1997 comienza la desaceleración en el crecimiento de la economía. El segundo trimestre de 1997 presenta la tasa de crecimiento más alta (8.4 por ciento). Pero desde mediados de 1997 las tasas de crecimiento por trimestres llevan la marca de la recesión. Así, hasta llegar a la tasa de crecimiento del segundo trimestre de 1999 (3.2 por ciento), que es inferior a la tasa del trimestre correspondiente de 1998 (4.4 por ciento).
Es decir, a partir de 1995 el gobierno mantuvo una política de contención del crecimiento como instrumento para controlar el déficit externo. Por eso el PIB tiende a crecer a tasas cada vez más bajas: 6.8 por ciento en 1997, 4.8 por ciento en 1998, y, de alcanzarse la meta oficial, 3 por ciento en 1999. La recesión es la respuesta del gobierno a la obstinación de la crisis.
El mediocre crecimiento en 1999 es lo que permitirá ``lograr'' un déficit en la balanza comercial de ``sólo'' siete mil millones de dólares y alcanzar también la meta oficial en materia de inflación.
La recesión como forma de gobierno es la marca visible de la bancarrota del modelo neoliberal. El problema no es el error en la instrumentación del modelo. La política económica está constreñida por los estrechos límites que permite este modelo injusto. En ese sentido, el gobierno sabe muy bien para quién trabaja, pero sí es culpable de permitir el secuestro del Estado por una camarilla de especuladores.
La cicatriz social y política que deja este gobierno es profunda. Los instrumentos clave de la contracción económica siempre han requerido apoyarse en la contención salarial. El efecto sobre la variación del consumo, componente clave de la demanda agregada, ha sido devastador. En el primer trimestre de 1999 alcanza su nivel más bajo desde 1996 con una tasa de variación real inferior al 2.8 por ciento. Y esa cifra no dice todo sobre las distorsiones que ahora marcan a la economía mexicana.
La evolución de la inversión privada es otra muestra de la recesión por la que atraviesa la segunda mitad del sexenio. La tasa de variación real de la formación bruta de capital fijo por el sector privado también se encuentra en los niveles más bajos desde 1996. Por eso, el rezago en materia de empleo también ha empeorado.
Poco hay que esperar este último año de mal gobierno, a no ser un esfuerzo por desviar cuantiosos recursos fiscales en beneficio de los tenedores de pagarés del Fobaproa. Quizá hasta veremos un nuevo intento por consolidar como deuda pública los pasivos del Fobaproa-IPAB. Para eso sí hay imaginación. Fuera de eso, no vendrá nada más de un gobierno que siempre vivió en el corto plazo, y fue moroso para proponer un modelo adecuado de desarrollo económico.