n Tempestades en un cráneo n
n Carlos Bonfil n
Durante meses, la estrategia publicitaria para el estreno de Ojos bien cerrados (Eyes wide shut), de Stanley Kubrick, hizo del rumor y de la estimulación del morbo sus mejores armas mercadotécnicas. Nada se podía revelar del contenido de la cinta, sólo se podían insinuar las candentes escenas sexuales de la pareja Tom Cruise y Nicole Kidman (marido y mujer en la vida real), una parte en la que Cruise aparecería vestido de mujer, una gran orgía con sexo explícito. Y del argumento nada. El realizador acababa de morir, el montaje de la cinta estaba al parecer inacabado; su duración, incierta, y su clasificación, más que azarosa.
El pasado 16 de julio, día de su estreno estadunidense, se reveló al fin el misterio. Todo había sido un bluff publicitario. Muy irónicamente, todo parecía una broma póstuma del misántropo Kubrick: prometer al puritanismo wasp, a la voracidad voyeurista del público hollywoodense, los excesos que jamás se producen, el hard core inverificable; ofrecer en lugar de ello, una película en la que el sexo conyugal es abstracción, donde los personajes centrales jamás copulan y donde se sigue, a lo largo de casi tres horas, el itinerario del doctor Bill Harford (Tom Cruise), quien luego de escuchar las confesiones de su esposa (Kidman) sobre una supuesta infidelidad suya (jamás culminada, únicamente deseada), vive una serie de aventuras en las que el sexo está siempre cercano, inmediato, pero que a su vez tampoco se consuma. El público ansioso queda por supuesto decepcionado (Semen retentum venenum est), mientras los admiradores de Kubrick, familiarizados ya con su prestidigitación perversa, consideran a Ojos bien cerrados, si no su obra mayor, al menos sí su realización más desconcertante.
Pigalle en Park Avenue
A partir de 1968, con 2001, Odisea en el espacio, el cine de Stanley Kubrick toma un giro sorprendente, favoreciendo notablemente la abstracción, la construcción mental, por encima de una narrativa tradicional o de cualquier exigencia genérica. Naranja mecánica (1971), Barry Lindon (1975), El resplandor (1980), Cara de guerra (1987) y ahora Ojos bien cerrados son cintas de clasificación difícil (apresuradamente se hablará de cinta de horror, ciencia ficción o de ''thriller psicosexual"), cuya estructura diseña Kubrick de acuerdo con sus obsesiones; así, Cara de guerra quedará dividida abruptamente en dos partes, como dos etapas de una misma pesadilla; otro tanto sucede con Ojos bien cerrados, donde la asistencia de Bill Harford a un ritual, entre satánico y sadiano, señala un antes y un después en la experiencia iniciática del ginecólogo asediado por sentimientos de duda y de culpa. Desde las primeras escenas -el estupendo prólogo doméstico-, la música preside el carácter ritual de cada movimiento de los protagonistas; los decorados propician después una atmósfera lúgubre, amenazadora, como en El resplandor, cuando no remiten a las intensidades cromáticas de Naranja mecánica. Y como sucede a menudo con Kubrick, su estilización plástica ofrece a la vez estupendas gratificaciones sensoriales y momentos que rayan en la afectación y en el humor involuntario. Son inquietantes las escenas en la tienda de disfraces, Rainbow, con un vendedor extravagante, dos personajes asiáticos fuera de serie, y una hermana menor de Lolita, infinitamente más enigmática; también la escena de seducción sexual (frustrada como todas las demás) entre Tom Cruise y la hija de un hombre cuyo cadáver permanece en la misma habitación. Pero este lado cómico-macabro alcanza niveles de fantasía camp en la multicitada secuencia orgiástica, donde los hombres más poderosos de la Unión Americana se reúnen, encapuchados y con máscaras de carnaval veneciano, para oficiar oscuros ritos sexuales. Allí se dan cita todos los clichés de la decadencia sexual de una clase privilegiada, los ancianos que fornican con prostitutas disfrazadas de modelos, o el voyeurismo extasiado ante al sexo lésbico o ante afanosas escenas sadomasoquistas. Pigalle aclimatado a Park Avenue, sin mayores sorpresas. No deja de ser una ironía que sea precisamente ésta la famosa secuencia digitalmente censurada. A México ha llegado una versión no censurada, pero la diferencia con la estadunidense es mínima, si acaso eso importa.
Expectativas frustradas
Resulta elocuente que el rumor escandalizado que en su momento suscitó Ojos bien cerrados, se haya producido casi al mismo tiempo que la efervescencia de sobresaltos públicos provocados por la secuencia de sexo oral más célebre de la Historia (Clinton-Lewinsky). En ambos casos, al público le cuentan todo y no llega a ver absolutamente nada. Es posible que Kubrick haya querido explorar este universo mental de estímulos programados, satisfacciones diferidas y frustraciones reciclables que hoy parece caracterizar al entendimiento y manejo de la sexualidad en los medios.
Pero hay una ironía más: después de ofrecer un relato de perversidad afectada, un itinerario por los miedos y delirios de una pareja modelo, el director remata con un desenlace convencional: luego de atravesar infiernos físicos y mentales, la pareja recobra la serenidad conyugal y la confianza. Una vez más, Kubrick frustra las expectativas de un público ávido de transgresiones, y con su adaptación de la novela corta del austriaco Arthur Schnitzler, Traumnovelle (Relato soñado), elabora un último comentario desencantado sobre las obsesiones de su época. El escepticismo siempre fue una saludable postura crítica de este director; es una lástima que en esta cinta se manifieste con una fuerza muy mitigada, al servicio de la imagen pública de sus dos estrellas, contribuyendo, voluntariamente o a pesar suyo, a alimentar el círculo vicioso de la autopromoción y del escándalo publicitario. Algo impensable en sus obras anteriores.